Este sermón consistirá en comentar la Epístola de este domingo, siguiendo, en lo principal, a Santo Tomás de Aquino en su Comentario a Gálatas.
Andad en el Espíritu y no cumpliréis los deseos de la carne, es decir, andad en el Espíritu Santo obrando bien. Porque el Espíritu Santo mueve y estimula a los corazones a obrar bien.
Pues no puede permanecer firme la razón humana sino en cuanto es regida por el Espíritu divino. Los que se rigen por el espíritu de Dios, esos son los hijos de Dios (Rm 8,14).
Andar en el espíritu libera de la corrupción de la carne, es decir, de lo que hay de moralmente malo en seguir los impulsos de la carne. Por eso sigue diciendo: y no cumpliréis los deseos de la carne, o sea, las delectaciones o placeres de la carne que la propia carne sugiere. Esto deseaba San Pablo cuando decía:¿Quién me liberará de este cuerpo de muerte? (Rm 7, 24). Y allí mismo contesta: la gracia de Dios.
Y éste es el peculiar anhelo de los santos: no cumplir los apetitos a que instiga la carne. Mas -precisa Santo Tomás de Aquino- no se incluyen en esto los deseos que son por necesidad de la carne (como comer), sino tan sólo los que son superfluos o innecesarios, y acá entran todos los pecados de la carne, pues nadie peca haciendo lo que necesita hacer.
Porque la carne desea en contra del espíritu y el espíritu contra la carne: hay en nosotros una lucha entre la carne y el espíritu (el nuestro o el de Dios). Porque el deseo de la carne impide el deseo del espíritu, pues sucede que ocupándose el alma de las cosas inferiores, que son las de la carne, se aparta de las superiores, que son las del espíritu, dice Santo Tomás.
Manifiestas son las obras de la carne, las cuales son: fornicación, impureza, impudicia, lujuria, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, cóleras, riñas, disensiones, sectas, envidias, homicidios, embriagueces, comilonas, y otras cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya tengo dicho, que los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de Dios. Llevan al Infierno cuando son pecado mortal.
Entre estas obras de la carne se incluyen las que se originan en los deseos propiamente carnales, pero también las que tienen su causa en el amor propio o egoísmo. Santo Tomás dice que vive según la carne cualquiera que vive conforme a sí mismo y no conforme al Espíritu Santo, y que todo lo que proviene del amor desordenado de uno mismo se llama obra de la carne.
Un santo decía sobre las religiosas de cierto convento de su tiempo, que “eran castas como ángeles pero orgullosas como demonios”. También eran carnales, aunque se creían muy devotas y espirituales. Así también, es carnal el que mantiene enemistades, el que promueve contiendas o disensiones, el que envidia, etc.; aunque no cometa pecados contra la castidad ni se emborrache, por ejemplo.
En cambio, el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad (constancia o igualdad de ánimo), mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad.
¿Quiere alguien saber cuánto obedece a Dios o en qué medida es de Dios, y cuánto obedece a la carne o en qué medida es carnal? Lea este pasaje de la Epístola a los Gálatas.
Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias.
Los que son de Cristo, esto es, quienes tienen el Espíritu de Dios. Los que son de Cristo obran con el Espíritu de Dios.
Y éstos, dice, han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias. No dice: evitan los vicios y las concupiscencias, porque -explica santo Tomás- como buen médico receta el remedio contra la causa del mal: dado que la carne es la causa o raíz de los vicios, si queremos evitarlos, es forzoso dominar la carne. Castigo mi cuerpo y lo esclavizo (1Co 9,27). Y la carne se doma mediante vigilias, ayunos y trabajos (mortificación) y a estas obras se mueven por la devoción que le tienen a Cristo crucificado, por lo cual dice: han crucificado su carne, o sea, se han conformado a Cristo crucificado, afligiendo su carne.