Estimados
hermanos: se dice en la Epístola de hoy: Sed sobrios y vigilad porque vuestro
adversario el diablo, cual león rugiente, anda al acecho buscando a quien
devorar. Resistidle firmes en la fe (1
Pe. 5, 8-9)
Sed
sobrios y vigilad: para defendernos de las innumerables
argucias del demonio, debemos vivir con templanza y vigilar, es decir, ser prudentes, estar atentos, usar la
inteligencia, ser reflexivos, tener un cuidado constante. Y, por cierto, también
debemos orar, pues Cristo dijo vigilad y orad para que no entréis en
tentación (Mt 26, 41; Mc 14, 38).
Dotado
de una inteligencia superior, el maligno de ordinario se disfraza de ángel de
luz. Intenta arrastrarnos al mal bajo pretextos o apariencias de bien. Mientras
más reales parecen esos disfraces de bondad, más peligrosas se vuelven las
trampas del demonio.
En
este contexto, el deseo de llegar a un
acuerdo con los modernistas destructores de la Iglesia, nueva prioridad de la
FSSPX, constituye una ilusión peligrosísima, porque someter la Tradición al
poder de los liberales es -en una palabra- suicida. Lo dijo claramente
Mons. Lefebvre después de retractar el protocolo de acuerdo de 1988.
Los disfraces, las apariencias de bien, las
falsas razones, están ante nuestros ojos: “estando dentro de la estructura oficial muchas más almas vendrían a
nosotros, podríamos hacer mucho bien”. “Pedir que esa nefasta etiqueta [de
“excomulgados”] sea removida, equivale a
restituir a la Tradición su nombre glorioso” (Palabras del Superior
General, Cor Unum n° 85, 10-06). "La
situación en que estamos es como la situación al fin del invierno: se ven los
brotes. La primavera está para venir" (Mons. Fellay, 8-10-12). "La condición del capítulo del 2006,
que decía que no debemos buscar una solución práctica antes de la doctrinal, es
en teoría muy clara, pero en la práctica [es] impracticable" (id.). "…
me han dicho que la primera cosa que se hará siendo reconocidos, es que se
abrirá en Roma un seminario, un instituto para el estudio del Concilio...
También me han dicho: en poco tiempo nos llamarán a las congregaciones romanas.
Son gente que sabe que el futuro está en la Tradición..." (id.) “El Papa expresa una voluntad legítima con
respecto a nosotros, que es buena” (carta de Mons. Fellay a los otros tres
Obispos de 14-4-12). “Si Nuestro Señor
nos dirige, nos dará también los medios para continuar nuestra obra” (id.).
“El Buen Dios no nos abandonaría en el
momento más crucial” (id.). “Monseñor
Lefebvre no habría dudado en aceptar lo que se nos propone” (id.).
El acuerdo suicida no se firmó porque
los liberales romanos exigieron más de lo que el Superior General estuvo
dispuesto a ceder. Éste, como se constata al leer la
declaración que presentó al Vaticano en abril del año pasado, cedió mucho más
de lo que era lícito, de tal manera que su contrapropuesta, lejos de constituir
un acto de “comprobación” de los ofrecimientos de Roma -como ha dicho
reiteradamente- implicó una traición
objetiva a la Fraternidad, al legado de Mons. Lefebvre, a la fe, a la
Iglesia y a Cristo.
Luego
de ese intento fallido de sellar la paz con los enemigos de Cristo, se llevó a
cabo un Capítulo General, en cuyas actas se lee que en caso de reconocimiento
canónico, la congregación pondrá ciertas condiciones a Roma. La primera de las
condiciones necesarias o sine qua non
es la siguiente:
“La libertad de conservar, transmitir y
enseñar la sana doctrina del Magisterio constante de la Iglesia y de la verdad
inmutable de la Tradición Divina; la libertad de defender, corregir, reprender,
incluso públicamente, los promotores de los errores o las innovaciones del
modernismo, del liberalismo, del concilio Vaticano II y de sus consecuencias” (sic
en la traducción oficial).
Acerca
de esta condición, en una conferencia dada el 8 de octubre del año pasado en
Argentina, el Superior General explicaba lo siguiente: “Decir que tenemos derecho a atacar los errores significa que la
autoridad está de acuerdo, significa una conversión. ¡Es muy claro! Significa
que la cabeza no es liberal porque un liberal, un modernista, no puede permitir
que se ataque al liberalismo”. Hemos oído a otros acuerdistas expresarse en
idénticos términos.
Ante
todo hay que decir que delante unas
autoridades romanas convertidas del modernismo al auténtico catolicismo, ante un
Papa que deja de ser liberal y pasa a ser anti liberal (porque en esto no
cabe una neutralidad o término medio: o se es liberal o se es antiliberal); no hay derecho a poner condiciones, a
hacer exigencias o a negociar acuerdos: simplemente se le debe obedecer. Entonces,
¿por qué hay otras cinco condiciones además de ésta?
Lo
segundo que hay que observar es que es
falso que un Papa demostraría haber abandonado el liberalismo por tolerar que
se contradiga su doctrina. En efecto, ¿acaso no es el liberalismo una
ideología contradictoria? ¿No promueven los liberales esa forma de demencial
libertinaje llamada “libertad de expresión”? ¿Puede no ser liberal un Papa que
acepte que una congregación a él sometida contradiga la enseñanza oficial,
magisterio papal incluido? ¿No sería más bien un perfecto liberal?
Por tanto, la primera y fundamental condición
puesta por el Capítulo de julio está formulada, a medida, para un Papa liberal,
y esas seis condiciones hacen posible un acuerdo con los modernistas en
cualquier momento. Son una trampa.
Estimados
hermanos: resistamos al diablo firmes, enteramente intransigentes en la fe.
«Si se trata de la verdad religiosa,
enseñada y revelada por el mismo Dios -dice el gran Obispo antiliberal Ezequiel
Moreno- si va en ello nuestro porvenir
eterno y la salvación de nuestra alma, no hay transacción posible. Me
encontraréis inquebrantable y habré de serlo. Es la condición de toda verdad el
ser intolerante; pero la verdad religiosa, siendo la más absoluta y la más
importante de todas las verdades, es por consiguiente también la más
intolerante».