Queridos Padres, Hermanos, Hermanas,
Queridos amigos…
Hoy los tres reyes de Oriente que cuidaban al Rey de los judíos fueron conducidos a Jerusalén por una Estrella magnífica y, entre muchas otras consideraciones, permítanme aplicar una observación importante sobre el Rey Niño recién nacido fundado por ellos en Belén, a saber, la Realeza del Reinado de Cristo, tanto para los judíos como para los gentiles, como declara el cardenal Pie en los tres idiomas que dan título al trono de la Cruz: Jesús Nazarenus Rex Judeorum.
Ciertamente, esta ceremonia de Ordenaciones Mayores aumenta el número de miembros en la Iglesia Católica Militante para dirigir a estos subdiáconos y diáconos a las filas del Sacerdocio en el Rito Tradicional Romano de Ordenaciones, para perpetuar el Santo Sacrificio de la Cruz en Su Trono conquistador, como Rey de reyes y Señor de señores, para la salvación eterna de las almas.
De más está decir que la recepción del Subdiaconado y del Diaconado es para participar dentro de las filas de la Iglesia Militante, a cuyos soldados y comandantes se les dijo que creyeran en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo en la oración del Pater Noster, dichas públicamente en la introducción del sermón de la montaña. En particular, adveniat Regnum tuum!! ¡¡Venga tu reino!!
Según lo que creemos, el subdiácono consagra enteramente a Dios su cuerpo y su alma, así como su corazón y su mente, al pronunciar el voto de castidad con plena voluntad, como muestra de su ofrecimiento voluntario, como ocurre en el caso de las ordenaciones de los religiosos cuando los candidatos que ya han hecho la profesión solemne de sus votos religiosos. El voto de castidad pretende claramente manifestar la imagen de Dios en la que Adán fue creado y en la que nosotros somos bautizados. Por eso el nuevo rito de ordenación quería derogar el orden mayor del subdiaconado por la reforma del Vaticano II, en detrimento de la sacralidad de los ministros en el altar.
Además, como también creemos, el diácono recibe un sello indeleble en su alma, porque cuanto más se acerca a servir al altar en el Santo Sacrificio de la Misa cerca del sagrario, más participa en mayor grado de la obra redentora de la salvación de las almas. Por eso un diácono debe predicar el Depósito de la Fe; se le permite bautizar por delegación de su Pastor, y se le permite dar la Sagrada Comunión a los fieles, estos poderes espirituales significan la jurisdicción delegada en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia Católica.
Así, al celebrar la fiesta de la Epifanía, la Iglesia católica expresa objetivamente el significado de la admirable ESTRELLA que guió a los tres Reyes Magos desde sus reinos hasta Belén para encontrar al Mesías, el Salvador del mundo: “Oh Dios, que en este día manifestaste a tu unigénito Hijo a los gentiles por la guía de una estrella, concede a los que ahora te conocemos por la fe, que nos guíe AD CONTEMPLANDAM SPECIEM TUAE CELSITUDINIS - al contemplarlo en la misma fe, seamos llevados a contemplar la belleza de tu grandeza, por el mismo Jesucristo Nuestro Señor…”
Como comenta San Gregorio en las lecciones del Breviario, los Ángeles recordaban la profecía a los pastores que creían en ella. Sin embargo, una Estrella guió a los tres reyes del Oriente porque a través de señales en los elementos de la naturaleza fueron conducidos al Mesías, ad contemplanda speciem celsitudinis. Nuestra fe católica en verdad es profunda; no es contra la naturaleza sino más allá de esta vida terrestre que nos lleva a nuestro destino eterno. Por Su infinita Bondad, Dios todopoderoso transmitió a la humanidad la Revelación Divina, de modo que hemos recibido la Verdad Eterna transmitida por la Tradición Oral desde Adán y Eva, y por la Tradición Escrita a través de la Sagrada Escritura desde Moisés hasta San Juan Evangelista.
Dentro de este Depósito de Fe, la Iglesia Católica nos ha transmitido que la Fiesta de la Epifanía es una triple MANIFESTACIÓN de Nuestro Señor Jesucristo: primero, para manifestar que Él es EL SEÑOR de Señores a los tres Reyes Magos, es decir a los gentiles; segundo, manifestar que Él es el VERBO DE DIOS en Su Bautismo realizado por San Juan Bautista en el río Jordán cuando la Voz del Cielo declaró: “Éste es Mi Hijo Amado”; y por último, manifestar Su DOMINIO sobre el cielo y la tierra mediante Su primer milagro de transformar el agua en vino en las bodas de Caná por intercesión de Nuestra Señora, en el inicio de su vida pública.
De hecho, es en la celebración de la Liturgia Católica donde la Iglesia expresa más perfectamente lo que no sólo entiende sino que también cree en Quién es Nuestro Señor Jesucristo, y por qué quiere pedirnos que contemplemos en Su Divina Persona. Ciertamente, la Liturgia no es sólo un recordatorio de los acontecimientos de la vida de nuestro Señor, de sus acciones y de sus enseñanzas, ni un código de reglas para una ceremonia. Es sobre todo vida de gracia para transformarnos en la realidad de hijos de Dios, porque a través de la Liturgia Nuestro Señor Jesucristo nos comunica no sólo la Fe en Su divinidad, sino también el camino de nuestra santificación: Él nos comunica su gracia divina, en particular su gracia santificante, mediante la recepción de los sacramentos instituidos por Él mismo. Debe quedar claro para nosotros que el punto central de la acción saludable que nos comunica la gracia es el Santo Sacrificio de la Misa, y para ayudarnos a participar más plenamente en la Misa, la Iglesia ha establecido un ciclo de Fiesta para recordar nosotros la vida de Nuestro Señor y la vida de los santos, como dijo Monseñor Lefebvre durante sus conferencias: el Misterio de Nuestro Señor Jesucristo.
Entonces, cuanto más creamos profundamente en la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo a través de la contemplación y el estudio de los Misterios de la Vida de nuestro Salvador, más nuestra Fe Católica nos transformará para estar listos para la vida eterna, porque cada evento de la vida de nuestro Señor trae una gracia particular.
Por eso al celebrar la Fiesta de la Epifanía, los Reyes Magos manifestaron su sumisión al Divino Niño como Señor de señores. Los presentes de oro, incienso y mirra ofrecidos en Belén representan respectivamente su homenaje y reconocimiento al Mesías: el oro significa la realeza como Rey de Reyes; El incienso significa su sacerdocio como Sumo y Soberano Sacerdote; la mirra significa el entierro después de su muerte por la cual Él nos ha redimido. Esto es precisamente lo que nos enseña la Teología Católica: Jesucristo es nuestro REY, SACERDOTE Y SALVADOR.
Permítanme comentar brevemente sólo un punto con respecto al “Reino de Cristo, que es la Iglesia…” Regnun Christi, quod est Ecclesia (Cat. Concilio de Trento IV, 2º,&73)
“La Realeza de Cristo Rey, y su Reino no tendrá fin”
Nuestro Señor Jesucristo confió sus enseñanzas a los Apóstoles y a los sucesores de los Apóstoles. Antes de su salida de Jerusalén, los Apóstoles establecieron por escrito el Símbolo de la Fe: EL CREDO. Algunos años más tarde, el Concilio de Nicea estableció en detalle los principios de la fe católica y pidió a todos los sacerdotes que profesaran públicamente el CREDO en la Misa dominical. Como católicos, un principio de la revelación divina está firmemente en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor”.
De verdad, ¿lo creemos los católicos? ¿Quién es Jesús? ¿Es Él el Cristo? ¿Quién es Nuestro Señor Jesucristo?
En el Evangelio de San Lucas leemos que el Ángel anunció el nombre de Jesús por mandato de Dios (Lucas 1,31) ¿Qué quiere decir Jesús? Que Él es el Salvador. Y al nombre de Jesús se añade el de CRISTO, que significa EL UNGIDO, como atestigua el Concilio de Trento. La palabra de Cristo es expresiva en honor y oficio, y desde el Antiguo Testamento fue dada a sacerdotes, reyes y profetas. En el Nuevo Testamento Jesucristo nuestro Salvador vino al mundo, asumiendo estos tres personajes: Rey, Sumo Sacerdote y Profeta, habiendo sido ungido no con mano mortal ni con ungüento terrenal sino con el poder de Su Padre celestial y aceite espiritual para la plenitud del Espíritu Santo, y una efusión más copiosa de todos los dones fue derramada en su alma. A Él, pues, entregó Dios el gobierno del mundo entero, y a éste su soberanía, que ya ha comenzado, todas las cosas quedarán plena y enteramente sujetas en el último día del juicio. En efecto, Jesucristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y a través de los siglos porque nos lleva a la eternidad.
Es importante conocer a Nuestro Señor Jesucristo, conocer su misión, su origen, entender de dónde viene. Nuestro respeto hacia Él será proporcional a nuestro íntimo conocimiento y unión con Él, decía San Ignacio en los Ejercicios Espirituales. Tratar de conocerlo mejor, meditar en sus relaciones con el Padre en el seno de la Santísima Trinidad, tanto en sus misiones eternas como temporales…. La unión con Él tiene mucha influencia en nuestra propia vida, en la medida en que creemos en su divinidad. En consecuencia, si NUESTRO SEÑOR ES DIOS, Él es el Dueño de todas las cosas, es decir, de los elementos, de los individuos, de las familias, de las naciones y de toda clase de sociedades, porque Él es el creador y el fin de todas las cosas.
De lo contrario, SI NO CREEMOS EN SU DIVINIDAD, no tendremos la fuerza para sostener nuestra Fe en oposición a los errores de las falsas religiones en las que nuestro Señor Jesucristo ni es Rey ni es aclamado como Dios. Por lo tanto, no podremos resistir las consecuencias que nuestra fe colapsada tendrá sobre la moral de nuestro Estado o país, de nuestras familias o de nuestros amigos, o incluso sobre nuestro propia situación.
Exactamente, es lo que el mundo está sufriendo a lo largo de la dramática crisis de la Fe dentro de la Iglesia Católica desde lo más alto hasta lo más bajo de la jerarquía: quien se oponga al reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, aceptará todas las religiones al mismo nivel, o aceptará que el error está al mismo nivel que la verdad…. porque en ese escenario Nuestro Señor ya no es considerado la única Verdad y la fuente de la Verdad.
Si Nuestro Señor Jesucristo no es el Dueño de todas las cosas, entonces perdimos el sentido mismo de la Realeza de Cristo Rey. Si la gente no cree que Jesucristo es el Hijo de Dios, entonces la gente perderá la Fe Católica y practicará cualquier otra religión hecha por los hombres para el culto al Hombre. Y por lo tanto todas las naciones, familias y personas caerán en el caos, en la inmoralidad, en la anarquía al ser testigos de cómo el mundo y la Iglesia modernos están rechazando a Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor (cfr, sermón de Mons. Lefebvre en la Epifanía de 1986).
Por ejemplo, ¿qué consecuencias provocó la Herejía Fantasma: el americanismo? He aquí un extracto de la Carta Testem benevolenciae, escrita por León XIII al cardenal Gibbons, condenado por poner en el mismo nivel la verdad y el error: “Los principios de sus nuevas opiniones se pueden decir con estas palabras: para recuperar a los que no están de acuerdo con la verdad católica, deberíamos decir que la Iglesia debe adaptarse a la civilización moderna que había llegado a una edad adulta, y que relajando el rigorismo de antaño, debería inclinarse a favor de las aspiraciones y teorías de las sociedades modernas. Y otro principio que se escucha no sólo en lo que respecta a la disciplina sino también en los puntos doctrinales que constituyen el Depósito de la Fe: Sostienen de hecho que es oportuno guardar silencio en ciertos puntos de la doctrina católica para hacer volver a quienquiera que sea esté descarriado, como subestimando la importancia o minimizando deliberadamente los dogmas de la fe católica…”
En ese momento el catolicismo hizo un gran progreso en los Estados Unidos. Sin embargo, ese progreso fue más espectacular que profundo. Algunos años después, muchos sacerdotes, monjas y hermanos abandonaron el sacerdocio o su vocación religiosa. Además, muchos matrimonios se divorciaron, muchas otras simplemente se convirtieron en familias rotas a lo largo de varias décadas del siglo XX, y después del Concilio Vaticano II, la anulación de matrimonios ha tenido trágicamente una gran demanda. Ciertamente, en cuanto aumentó el índice de divorcios, no sólo se legalizaron el aborto y la eutanasia sino que también la anticoncepción y el concubinato (unión libre de parejas) aumentaron por encima de la locura.
¿Pensamos que los católicos de hoy creemos en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor?
Los hechos hablan más que las palabras. Es evidente que la herejía denominada americanismo por León XIII ha conquistado la vida social, económica y política de todas las sociedades. La vida materialista y el poder de la revolución industrial estadounidense están dominando en todo el mundo. ¿Por qué esta herejía es tan fuerte? Porque se reconcilia con el Modernismo. El elemento esencial, bajo el concepto de americanismo, es una observación muy bien descriptiva como Catolicismo Liberal, que es esencialmente Liberalismo en acción: liberar a la criatura de Su Creador a través de la revolución industrial; liberando el error de la Verdad y la realidad; liberando el mal y la inmoralidad del bien y de los preceptos morales; liberar el librepensamiento y la libre conciencia de la autoridad natural... Y todas estas liberaciones a través de la reconciliación entre el sincretismo de la libertad religiosa-ecumenismo-colegialidad de 1965 y el mundo moderno con los principios revolucionarios de 1789 libertad-igualdad-fraternidad.
Aquí continúa León XIII en su segunda carta “Longinqua Oceani”, fechada el 6 de enero de 1895.
“Pero más (hecho que me complace reconocer) se debe a la equidad de las leyes que se obtienen en América y a las costumbres de la República bien ordenada. Porque la Iglesia entre vosotros, sin oposición de la Constitución y del gobierno de vuestra nación, no sujeta a ninguna legislación hostil, protegida contra la violencia por las leyes comunes y la imparcialidad de los tribunales, es libre de vivir y actuar sin obstáculos. Sin embargo, aunque todo esto es cierto, sería muy erróneo sacar la conclusión de que en Estados Unidos debe buscarse el tipo de estatus más deseable para la Iglesia, o que sería universalmente lícito o conveniente que el Estado y la Iglesia estuvieran, como en Estados Unidos, separados y divorciados.
El hecho de que entre vosotros la catolicidad esté en buenas condiciones, es más, incluso esté disfrutando de un próspero crecimiento, debe atribuirse sin duda a la fecundidad con la que Dios ha dotado a su Iglesia, en virtud de la cual, a menos que los hombres o las circunstancias interfieran, espontáneamente ella misma se expande y es próspera; pero daría frutos más abundantes si, además de la libertad, gozara del favor de las leyes y del patrocinio de la autoridad pública”.
Conclusión
El único remedio es aceptar el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo, no sólo como personas sino también en nuestras familias y sociedades, en las leyes públicas y privadas. Ciertamente, si rechazamos la ley evangélica, no veremos otra cosa que emerger el drama del caos del librepensamiento, de la inmoralidad, del error, de la libertad de expresión, condenando a todos los que se adhieren a la ley de Nuestro Señor Jesucristo. A pesar de toda anarquía y confusión, seamos fieles a nuestra vocacióniones en el sacerdocio y la vida religiosa, y creamos más fuerte que nunca en la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo: Rey de Reyes, Soberano Sumo Sacerdote y Profeta.
Tengamos cuidado y no caigamos en estas trampas:
Aceptar luchar según el plan de los adversarios de Jesucristo, es como inscribirnos en asociaciones que promueven los falsos principios del Vaticano II.
Hablar el idioma o las palabras de los modernistas.
Creer en Dios pero no en Jesucristo.
Aceptar a Jesús pero no a la Iglesia católica.
Buscar una unión fuera de la doctrina del Magisterio Tradicional de la Iglesia Católica.
Tener una acción común con los que no son creyentes en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor…
Y he aquí algunas palabras de aliento entre Guillaume Aymeri y san Juan de Arco en Poitiers:
“ Juana, dijiste que Dios quiere liberar al pueblo de Francia de sus calamidades, pero si quiere hacerlo, no sería necesario que Él disponga en las líneas de batalla de hombres para luchar. Y Juana de Arco respondió: ¡En nombre de Dios, esos hombres dispuestos en líneas de batalla lucharán y Dios les dará la victoria!
En México, durante la Cruzada Cristera de 1926, el General Cristero Gorostieta declaró que los enemigos de Jesucristo no son los soldados con los que luchan en la línea de batalla sino los obispos, “obispos católicos” que traicionaron no sólo los principios de la fe católica sino también a los soldados de Cristo.
Por tanto, pidamos a los tres Reyes Magos la gracia de profesar nuestra Fe en la manifestación del Dios bendito, ofreciéndole el oro de nuestros talentos, el incienso de nuestras oraciones y la mirra de nuestros sacrificios, para que aumentemos nuestro conocimiento y amor al Divino Infante, Rey de Reyes, Soberano Sumo Sacerdote y Profeta.
¡¡Viva Cristo Rey!!