“En nuestros días, más que nunca, la fuerza de los malos está en la cobardía y la debilidad de los buenos, y toda la fuerza del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos.” (San Pío X)
Este sermón se basa principalmente en el discurso dado por San Pío X el 13 de diciembre de 1908, con ocasión de la beatificación de Santa Juana de Arco
Debemos adorar las disposiciones de la Divina Providencia -dice el último papa santo- que, después de establecer su Iglesia aquí abajo, permite que encuentre en su camino obstáculos de toda índole y resistencias formidables. La razón es evidente: la Iglesia es militante y está, en consecuencia, sumida en una lucha continua.
Esa lucha hace del mundo un verdadero campo de batalla y de todo cristiano un soldado valeroso que combate bajo el estandarte de la cruz. Esa lucha ha comenzado con la vida de nuestro Redentor y no terminará sino con el fin de los tiempos. Por eso es necesario que cada día, como los valientes de Judá al volver de la cautividad, rechacemos con una mano al enemigo y levantemos con la otra las paredes del Templo santo, es decir, que trabajemos en nuestra propia santificación.
Los santos alcanzaron la gloria no sólo a través de negras nubes y borrascas pasajeras, sino de contradicciones continuas y duras pruebas que llegaron a exigirles a sangre y la vida en la defensa de la fe.
La valentía de esos héroes ha de reanimar los lánguidos y tímidos corazones, y ha de hacerlos firmes en la fe. El coraje, en efecto, no tiene base si no se apoya en una profunda convicción. La voluntad es una potencia ciega cuando no es iluminada por la inteligencia, y no es posible marchar con paso firme entre las tinieblas.
Si la generación actual vacila como el hombre que marcha a tropezones, signo patente es de que ya no tiene en cuenta la palabra de Dios, llama que guía nuestros pasos y luz que alumbra nuestros caminos: Lucerna pedibus meis verbum tuum et lumen semitis meis. Volverá a haber coraje cuando la fe reviva en los corazones.
La Doncella de Orleans nos ha dejado un brillante ejemplo de coraje; ella, que en su humilde país natal y entre los soldados se conservó pura como los ángeles, que tuvo fiereza como de león en los peligros de la batalla, y que siempre estuvo llena de piedad por los pobres y los desafortunados. Fue simple como un niño en la paz de los campos, y en el tumulto de la guerra se mantuvo permanentemente recogida en Dios, habiendo sido siempre toda amor por la Virgen y la santa Eucaristía.
Llamada por el Señor a defender su patria, emprendió lo que todos -y ella primero- juzgaban imposible, creyendo ella que lo que es imposible para los hombres se hace posible con el socorro divino.
Hasta acá las citas de San Pío X.
Queridos fieles: tengamos ánimo. Creamos en la palabra de Dios que ha prometido que las puertas del Infierno no prevalecerán, esto es, que el poder del mal jamás podrá vencer a la Iglesia.
La hora presente es terrible. La Iglesia parece morir. No sólo parece morir, sino que agoniza realmente entre las garras de los liberales y modernistas hijos del diablo. Agoniza y sin embargo no puede morir. La Iglesia de Cristo retrocede en todos los frentes pero es la Iglesia de Cristo, la esposa amada, la inmortal, la invencible.
¿Pero qué ha pasado para que la Iglesia esté humillada y cautiva? ¿Será que el mal tiene mayores fuerza ahora que en el pasado? Responde San Pío X en ese discurso: “En nuestros días, más que nunca, la fuerza de los malos está en la cobardía y la debilidad de los buenos, y toda la fuerza del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos.”
En el mismo momento en que el rey Carlos VII comenzó a preferir negociar con el enemigo más que combatir contra el enemigo, Santa Juana de Arco empezó a ser traicionada. Siempre hay traidores que buscan dialogar y negociar ahí donde Dios exige intransigencia.
Por eso, porque la FSSPX -que no tiene promesas divinas de invencibilidad- se hunde lentamente bajo el peso de una autoridad ambigua y acobardada, Dios quiso que se formara la llamada Resistencia como una última aunque insignificante trinchera.
Somos muy pocos y estamos rodeados de enemigos y de traidores. Todo parece perdido, y sin embargo, Dios nos ha prometido que venceremos. Venceremos porque Cristo venció y vencerá.
A Santa Juana de Arco le preguntaron una vez para qué se necesitaban combatientes si Dios había prometido la victoria, y ella respondió: “los soldados combatirán y Dios dará la victoria”. Si no combatimos no habría victoria. Si cumplimos nuestro sagrado deber de soldados, Dios cumplirá su palabra y nos dará la victoria.
Por eso resistimos, para combatir a fin de que Dios nos dé la victoria, para conservar la fe en las familias, para que los que vengan después de nosotros puedan vivir en la Verdad, en la luz de la fe; para mantener viva la obra de Mons. Lefebvre, para continuar la lucha a muerte contra el diabólico liberalismo y la igualmente satánica herejía modernista; para salvar nuestras propias almas y las almas de los prójimos.
Debemos suplicar a Dios que nos dé coraje para perseverar en la contradicción, signo de los verdaderos seguidores de Jesucristo; para -como dice San Pedro en su primera epístola- “resistir firmes en la fe” contra todos y contra todo, pase lo que pase, hasta el fin y hasta la muerte; cada uno en el puesto de combate que Dios le ha asignado: el sacerdote en la asidua oración, en la predicación santa y en la administración fiel de los sacramentos; los padres de familia en la cristiana educación de sus hijos, en el recto ejercicio de su profesión y en el apostolado del ejemplo; todos en la obra de la propia santificación.
Ánimo, entonces, queridos fieles: hemos nacido en un momento de la historia en que el combate es absolutamente ineludible. Las alternativas son o traición o heroísmo.
Combatamos con fe firme y con decisión irrevocable, y Dios dará la victoria.