domingo, 23 de enero de 2022

SERMÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE EPIFANÍA - P. Trincado

 

San Pablo, por Bryullov


En la Epístola de hoy se nos enseña cómo se debe guardar la caridad para con los enemigos. Explicaremos algunos versículos siguiendo los comentarios de Santo Tomás de Aquino.

Empieza diciendo San Pablo: no os tengáis a vosotros mismos por sabios, porque si presumimos orgullosamente de sabios o prudentes, muchas veces nos opondremos a la voluntad de aquellos con quienes debemos estar en paz, y así causaremos discordias.

Sigue diciendo a nadie volváis mal por mal. Se prohíbe acá la venganza, es decir, devolver mal por mal. ¿Significa esto que no hay que castigar? No, porque, como enseña Santo Tomás, si por el mal de culpa que alguien comete le devuelve el juez [o cualquier autoridad legítima] el mal de pena conforme a justicia, materialmente se le hace un mal, pero formalmente y en sí se le hace un bien. De aquí que cuando el juez cuelga al homicida no vuelve mal por mal, sino, al contrario, bien por mal. Esto destruye una objeción contra la pena de muerte: “los católicos incurren en contradicción al oponerse al aborto y aprobar la pena de muerte, porque en ambos casos se mata a un hombre.” Matar al inocente es siempre malo, pero matar al criminal que ha sido justamente condenado a pena de muerte es hacer una acción formalmente buena, esto es, buena desde el punto de vista moral.

Vivid en paz con todos los hombres -sigue diciendo San pablo, pero agrega- si es posible y en lo que  de vosotros depende. Porque a veces la maldad de algunos impide que podamos tener paz con ellos, a no ser que consintamos en su maldad. Pero una paz así es ilícita, dice Santo Tomás. Hay, entonces, una paz buena, querida por Dios y una paz mala, detestada por Dios. Y por eso dice el Señor (Mt 10, 34): No he venido a traer paz sino espada, he venido a dividir a los que están unidos por una paz carnal, mundana o diabólica.

Más importante que la paz es que el bien y la verdad, pero en estos tiempos de terrible confusión, sobre todo después del fatídico concilio Vaticano II, se considera que la paz es el “valor supremo”, algo absolutamente bueno. Pensar así es cobardía. Y es sentimentalismo, ignorancia e ilusión promover la paz a ultranza o a costa del bien y la verdad. Hacerlo es, además, una gran impiedad. Es una traición a Cristo, pues nuestra obligación, en cuanto Iglesia militante (es decir, combatiente), es defendernos combatiendo sin tregua contra los enemigos de Cristo, que sin tregua nos atacarán hasta el fin del mundo.

Dios no manda que se haga la paz y la unidad entre nosotros y sus enemigos, y no lo mandará jamás. ¿Por qué? Simplemente porque un ángel no se puede arrepentir, y así el odio diabólico que mueve a los enemigos de la Iglesia es definitivo, irrevocable. Y, entonces, hasta el fin del mundo los hijos del diablo tratarán de destruir la Iglesia y los hijos de Dios deberán defenderla combatiendo.

Ahora bien, por obra del satánico liberalismo imperante, este falso ideal pacifista pasa hoy por noble bandera católica. ¿Idea católica? La Biblia se empezó a escribir hace unos 3500 años y en ella nunca se menciona, como no sea para condenarla, la idea de la pacífica unión de buenos y malos. Sólo desde la época de Juan XXIII, el primer Papa liberal, comienza a verse como algo deseable, entre el clero contaminado con el veneno masónico de la “fraternidad universal”, la inaceptable idea de hacer la paz entre todos los grupos antagónicos que existen entre los hombres, incluyendo a católicos y anticatólicos, trigo y cizaña, ovejas y lobos, gente de Dios y gente del demonio. Por eso es que las autoridades de la FSSPX buscan la paz (aunque no a cualquier precio) con los liberales y se han mostrado dispuestas a ponerse pacíficamente bajo el poder de los destructores de la Iglesia. ¡Dios nos libre de esa falsa paz, que no es la Paz de Cristo sino una paz contra Cristo, la Paz del demonio y del Anticristo! Paz liberal causada por la “caridad liberal”, sobre la que dice el P. Sardá y Salvany, "La caridad liberal que hoy está de moda es en la forma de halago y condescendencia y afecto; pero en el fondo es desprecio de los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de Dios... la suma intransigencia católica es la suma caridad católica. Y porque hay pocos intransigentes, hay hoy día pocos caritativos de verdad" (El Liberalismo es Pecado). Estas palabras han sido olvidadas por los traidores acuerdistas, si es que alguna vez las leyeron.

Volvamos al texto de la Epístola. Cuando dice San Pablo no os defendáis vosotros mismos, muestra que no hay que hacer el mal a los prójimos bajo pretexto de defensa. Por eso el mismo Señor ordenó: Si alguien te abofetea la mejilla derecha, preséntale también la otra (Mt 5, 39). ¿Quiere decir esto que nos debemos dejar robar y matar?, ¿que la llamada “legítima defensa” es un pecado?, ¿que somos hipócritas los católicos cuando defendemos la patria en la guerra? Cuidado: hay una ignorancia generalizada sobre el real sentido de este pasaje evangélico. Enseña Santo Tomás de Aquino que “el hombre debe estar dispuesto a obrar así si fuese necesario, pero no siempre está obligado a proceder de tal manera, puesto que ni el mismo Señor lo hizo, sino que, después de haber recibido una bofetada, preguntó: ¿por qué me hieres? (Jn 18, 23)... Estamos obligados a tener el ánimo dispuesto a tolerar las afrentas si conviene. Pero a veces conviene que repelamos el ultraje recibido… por el bien del que nos infiere la afrenta, a fin de reprimir su audacia e impedir que repita tales cosas en el futuro… y por el bien de muchas otras personas, cuyo progreso espiritual pudiera ser impedido precisamente por los ultrajes que nos hayan inferido” (Suma Teol. II-II c.72, a. 3). Así, por ejemplo, una buen jefe religioso o civil que con mentira es acusado públicamente de haber cometido determina falta grave, está obligado a defenderse por el bien de sus súbditos, pues de no hacerlo, éstos, escandalizados, se alejarán del bien que ese jefe les hace. El ofrecimiento de la otra mejilla, entonces, debe ser una disposición habitual del corazón. Se trata de aceptar con paciencia la voluntad de Dios que permite que se nos haga el mal. Es algo que siempre se debe cumplir en lo interior pero no siempre en la obras. El precepto de no volver mal por mal, en cambio, se debe cumplir siempre en lo interior y en lo exterior.

Luego San Pablo indica la razón de esto, diciendo: sino dad lugar a la ira (divina), porque escrito está: mía es la venganza, Yo haré justicia, dice el Señor. Es decir, encomendémonos a Dios, que puede defendernos y vengarnos. Descarguemos sobre Él todas nuestras preocupaciones, porque El se ocupa de nosotros. Pero esto se entiende para el caso en que no nos asista la facultad de hacer otra cosa conforme a justicia; pues cuando alguien legítimamente castiga para reprimir la maldad (no por odio), se entiende que da lugar al juicio divino.

No sólo no debemos vengarnos, sino que debemos socorrer a los enemigos en caso de necesidad. Por eso sigue diciendo la Epístola: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Y en Lc 6, 27: Haced bien a los que os odian. Porque haciendo esto -sigue-, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. Lo cual se puede entender así: socorriendo al enemigo en su necesidad, amontonaremos sobre su cabeza (es decir, en su mente) las brasas o carbones encendidos del amor de caridad porque, como dice San Agustín, no hay mejor modo de hacerse amar que amar primero.

La Epístola termina diciendo: No te dejes vencer del mal, sino vence el mal con el bien. Si por el mal que un hombre malo causa a uno bueno, éste es arrastrado a responder haciendo también el mal, el bueno es vencido por el mal. Pero si, al revés, por el bien que el bueno hace al malo, éste es atraído al bien, el bien vence al mal.

Que por el santo Rosario, la Santísima Virgen María nos alcance de Dios vencer siempre el mal en nuestros corazones.