domingo, 13 de junio de 2021

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN

 

SERMÓN

Con el ardiente deseo de poner una firme muralla contra las impías maquinaciones de los enemigos de Dios y de la Iglesia, -dice Pío XII en la encíc. Haurietis aquas- y también de hacer que las familias y las naciones vuelvan a caminar por la senda del amor a Dios y al prójimo, no dudamos en proponer la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de caridad divina; caridad divina en la que se ha de basar, como en el más sólido fundamento, aquel Reino de Dios que urge establecer en las almas de los individuos, en la sociedad familiar y en las naciones. Si el Papa Pío XII, con la firme muralla de la devoción al S. Corazón, quería reavivar el amor verdadero en las almas amenazadas por graves peligros en 1956, qué esfuerzos no haría ahora, en estos tiempos espantosos en los que finalmente se cumple esta profecía de Cristo: por la abundancia de los vicios, se enfriará la caridad de muchos (Mt 24, 12).

Hoy es la fiesta del más hermoso y profundo Amor, del Amor del cual proviene todo otro verdadero amor, del Amor sin el cual todo otro amor es falso, pasajero y endeble. Debemos comprender que el misterio de nuestra Redención es, ante todo un misterio de amor, de amor justo y de amor misericordioso. Un misterio -sigo citando a Pío XII- de amor justo de Cristo a su Padre celestial, a quien el sacrificio de la cruz, ofrecido con amor y obediencia, presenta una satisfacción (o pago) sobreabundante e infinita por los pecados (…): Cristo sufriendo por caridad y obediencia, ofreció a Dios algo de mayor valor que lo que exigía la compensación por todas las ofensas hechas a Dios, dice Santo Tomás (S.T. III, 48,2). El misterio de la Redención es también un misterio de amor misericordioso de la augusta Trinidad y del Divino Redentor hacia la humanidad entera, puesto que, siendo ésta (…) incapaz de ofrecer a Dios una satisfacción condigna (o proporcionada) por sus propios delitos, Cristo, mediante (…) la efusión de su preciosísima Sangre, pudo restablecer y perfeccionar aquel pacto de amistad entre Dios y los hombres, violado por vez primera en el paraíso terrenal por la culpa de Adán. Dios, que es rico en misericordia, movido por el excesivo amor con que nos amó, cuando estábamos muertos por los pecados, nos volvió a dar la vida en Cristo (Ef 2, 4; S. T. III, 46, 1 ad 3). Eso es Amor, y no la impura sensualidad, el egoísmo o el sentimentalismo de los que aman algo contra el Amor de Dios. Es mentiroso el amor que no se entrega, que no se sacrifica, que no busca primero el bien del otro. No hay amor más grande que el del que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13). No hay mayor amor que el de Cristo, y ese amor está en todas las almas que viven en gracia de Dios.

El Papa dice (ibíd.) que este culto al S. Corazón es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagramos al amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E igualmente claro es (…) que este culto exige ante todo que nuestro amor corresponda al Amor divino. Pues sólo por la caridad se logra que los corazones de los hombres se sometan plena y perfectamente al dominio de Dios, cuando los afectos de nuestro corazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hacen casi una cosa con ella, como está escrito: Quien al Señor se une, un espíritu es con Él.

En orden a entregar nuestros corazones al Corazón de Cristo, seamos fieles a la práctica tradicional de la Comunión Reparadora de los primeros viernes. Pío XI, en la encíclica Miserentíssimus redemptor, nos dice: Cuando Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la infinitud de su caridad, al mismo tiempo, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de los hombres por estas palabras que habían de grabarse en las almas piadosas de manera que jamás se olvidarán: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios los ha colmado, y que en pago a su amor infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de aquellos que están obligados a amarle con especial amor». Para reparar estas y otras culpas recomendó entre otras cosas que los hombres comulgaran con ánimo de expiar, que es lo que llaman Comunión Reparadora.

El Corazón de Cristo es la más perfecta representación del amor porque simboliza el Amor divino. Por eso enseña León XIII, en la encíclica "Annum sacrum", que el Sagrado Corazón es símbolo e imagen expresiva de la infinita caridad de Jesucristo, que nos incita a devolverle amor por amor.

¿Pero cómo retribuir ese amor infinito, siendo nosotros criaturas finitas? Dice el Papa: Dios y Redentor a la vez, posee (…) todo lo que existe. Nosotros, por el contrario, somos tan pobres y tan desprovistos de todo, que no tenemos nada que nos pertenezca y que podamos ofrecerle en obsequio. No obstante, por su bondad y caridad soberanas, no rehúsa nada que le ofrezcamos ni que le consagremos lo que ya le pertenece, como si fuera posesión nuestra. No sólo no rehúsa esta ofrenda, sino que la desea y la pide: "Hijo mío, dame tu corazón!" No sólo unas horas en la semana. ¡Dame tu corazón! No sólo una pocas oraciones en el día. ¡Dame tu corazón! No sólo algunas buenas acciones. ¡Dame tu corazón! Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Nada de términos medios, nada de medias tintas ni de tonos de gris en el amor: usque ad finem! ¡hasta el extremo, hasta el final, hasta la muerte; absoluta, total, irrevocable y eternamente! ¡Dame así tu corazón! Sólo eso es dar el corazón.

Estimados Fieles: que con el rezo diario del Rosario podamos entregar nuestros corazones a la Madre de Dios, a fin de que ella, supliendo nuestra indignidad y nuestras innumerables falencias, entregue nuestros corazones a su Divino Hijo.

P. Trincado SAJM