San Juan Bautista niño por Murillo
Queridos fieles, dado que el jueves hemos celebrado la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista, permítanme referirme, en esta oportunidad, a ese gran santo.
UN CORAZÓN DE FUEGO
Se dice en el comienzo del cuarto Evangelio: Hubo un hombre enviado de Dios, que tenía por nombre Juan. Este vino en testimonio, para dar testimonio de la Luz, para que todos creyesen por él. No era él la Luz, sino que vino a dar testimonio de la Luz.
Toda la doctrina y obras de San Juan no tuvieron otro fin que preparar en las almas los caminos de Cristo, dice Santo Tomás (Sum. Teol. III, c. 38 a. 3). San Juan Bautista debía dar testimonio de la Luz, no dando de sí la luz, sino siendo un reflejo anticipado de la Luz que es Cristo. Lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, iluminaba irradiando una gran luz porque Dios había puesto en él un corazón de fuego, igual que el del profeta Elías, de quien San Juan Bautista era heredero y fiel continuador. Su alma estaba llena de ese celo ardiente del que dice Cristo: ¡Fuego vine a lanzar sobre la tierra y cómo quiero que arda!
Todo fuego quema e ilumina. Fuego santo y escogido que preparaba en el tiempo la llegada del Fuego Eterno, el Bautista era una antorcha que ardía y alumbraba, dice N. Señor. Para eso vino, para eso existía, para arder e iluminar, para quemarse y para quemar.
FUERTE COMO EL FUEGO
Preguntaba Cristo sobre San Juan Bautista a los judíos: ¿Qué salisteis a ver? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Un hombre débil, inseguro, irresoluto, cambiante? No: un hombre fuerte. Porque es fuerte el fuego y terrible, inflexible, devorador, insaciable y conquistador: todo lo que toca lo convierte en sí mismo. Por eso en este hombre de fuego brilla la más perfecta fortaleza.
La virtud de la fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir, siendo la resistencia el principal y más difícil. San Juan resiste la austeridad de la vida en el desierto, soporta inconmovible los ataques de los escribas y fariseos, no se deja arrastrar por los halagos de algunos que lo tenían por Mesías, no cede ante las amenazas de los poderosos. El Bautista no es ninguna caña agitada por el viento. Todo lo contrario: él es el viento que agita y destroza las cañas, los robles, las rocas y las montañas; es un viento abrasador, una llamarada, un incendio.
FUERA DIPLOMACIAS, AMBIGÜEDADES, HIPOCRESÍAS, SIMULACIONES
A los que venían a pedir su bautismo los recibía con estas palabras: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que os amenaza? Palabras de fuego. Dice S. Juan Crisóstomo que al pueblo hablaba varonil y fervorosamente, de un modo atrevido al rey, y con franqueza a sus discípulos. San Juan Bautista, directo como el fuego, detestaba la mundana diplomacia, el lenguaje ambiguo, odiaba la hipocresía, la simulación, el secretismo. Vuestras palabras sean sí sí, no no, porque lo que de eso pasa viene del maligno, dice Cristo. No conocía los respetos humanos y no se callaba delante de ningún hombre si había obligación de decir una verdad.
NINGÚN ACUERDO, NINGUNA TRAICIÓN
Por eso San Juan reprochaba públicamente a Herodes su adulterio. Y Herodes, como sabemos, lo encarceló, aunque le tenía respeto y lo oía con gusto. Es más: dice S. Tomás (Catena Aurea, Glosa), que Herodes le temía, lo respetaba y lo protegía para que no lo matara Herodías. Siendo así, para evitar la muerte, podría haber hecho San Juan Bautista algún tipo de acuerdo con Herodes. Pero no: esta fiel antorcha de Dios jamás hizo pacto o acuerdo alguno con la oscuridad. Habiendo recibido de Dios la misión de alumbrar, alumbró hasta que Dios quiso, hasta el fin, hasta consumirse del todo, hasta el martirio.
¡USQUE AD MORTEM!
San Juan, el fuerte, no se deja vencer por las simpatías pasajeras y la veleidosa benevolencia de Herodes, que sí era una caña agitada por los vientos de muchos pecados; sino que insiste en reprender pública, frontal, directa, inequívoca y reiteradamente al rey, pecador público. No te es lícito tener por mujer a la que lo es de tu hermano. “Non licet”. Eso que tú haces no es lícito, eso que haces está mal, eso es un pecado, eso ofende a Dios. El resto es historia conocida: amando por sobre todas las cosas la unión del alma con Dios en la Verdad, terminó dividido en dos, esto es, decapitado.
EL CELO DE TU CASA ME DEVORA
El celo de tu casa me devora. El fuego transforma en fuego al que lo toca. La chispa divina que es la gracia puede causar un incendio en cuanto se la deja actuar, quitado el impedimento del pecado. Por eso San Pablo demostró la misma santa audacia ante la indebida simulación del Papa San Pedro, a quien dijo esas mismas palabras: “non licet”: no te es lícito.
MONS. LEFEBVRE: OTRO CORAZÓN DE FUEGO
Estimados fieles: veinte siglos después, siendo legítimo heredero de ese fuego, hasta entonces siempre conservado en la Iglesia de Cristo, otro corazón lleno de santa ira lanzó nuevamente el grito de “non licet”, esta vez en contra del concilio que osó bautizar los principios masónico-liberales. Y Mons. Lefebvre ha legado a la Tradición, a su vez, ese mismo fuego. Y nuestro sagrado y primer deber es conservar ardiendo el fuego del combate por la fe hasta el fin, es decir, hasta la muerte de cada uno de nosotros o hasta que Roma apóstata vuelva a la fe católica.
SANTA VIOLENCIA Y PACIFISMO COBARDE
El Reino de los Cielos sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan, dice N. Señor, hablando del Bautista. Los católicos jamás debemos dejarnos arrastrar por la corriente de ese pacifismo cobarde, tan característicos de los liberales, pacifismo satánico que aspira a componendas adúlteras y acuerdos traidores con los modernistas, herejes destructores de la Iglesia. Dice San Pablo: No os unáis bajo un yugo desigual con los infieles, pues ¿qué tienen de común la justicia y la iniquidad? ¿O qué sociedad puede existir entre la luz y las tinieblas? ¿O qué acuerdo puede haber ente Cristo y Belial? (2 Cor 6 14-15). ¡No una el hombre lo que Dios separó!
IPSA CONTERET
Que la Santísima Virgen, destructora de todas las herejías (un día, también de la actual); conserve en nuestros corazones el fuego que ardió en los pechos de San Juan Bautista y de Mons. Lefebvre, y que con su bendito pie aplaste pronto la cabeza del demonio liberal y modernista.