Enseña San Agustín (+430) que las naves del Evangelio de hoy representan la Iglesia, que se llenará de peces buenos y malos hasta el fin del mundo. Las redes se rompen por causa de una gran multitud de hombres carnales que desgarrarán a la Iglesia con herejías y cismas.
San Beda (+735), por su parte, dice que las naves que corren peligro de hundirse por causa de los mismos peces, figuran a la Iglesia que en el futuro -¡ahora!- amenazará hundirse por causa de los malos cristianos. Éstos son los enemigos internos de la Iglesia, según lo que profetizó San Pablo en 2 Tim.: “Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán egoístas y amadores del dinero, jactanciosos, soberbios, difamadores, rebeldes a sus padres, desagradecidos, impíos, inhumanos, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos de todo bien, traidores, temerarios, obcecados, más amantes de los placeres que de Dios; y aunque harán ostentación de piedad… se opondrán a la verdad… hombres de inteligencia corrompida, réprobos en lo que refiere a la fe”. Esta cita parece una perfecta descripción del hombre moderno y de la profunda crisis que vivimos.
San Ambrosio (+397) explica que la barca peligra por tener a bordo a Judas, y agrega: “evitemos el trato con el traidor, no sea que muchos vacilemos, empujados por uno solo”. Se cumple la Escritura: desde el Vaticano II la Iglesia se hunde por causa de las modernas legiones de Judas católicos: los liberales que usurpan la jerarquía eclesial, los innumerables clérigos y religiosos sodomitas, los izquierdistas que se dicen católicos, y muchos otros destructores de la Iglesia y enemigos de Cristo; hijos del diablo, según la expresión bíblica.
Dice san Pedro: "Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, sin haber atrapado nada"; porque el fruto sobrenatural no depende de los hombres, sino de Dios. Para lograr esta pesca milagrosa, N.S. manda a San Pedro conducir las naves mar adentro -“ve hacia lo profundo”- y éste responde que en su nombre (en el Nombre de Cristo) serán echadas las redes. La lección es que se debe buscar a Dios en lo profundo del alma y que se confiar sólo en Dios.
Nada pescaba Pedro esa noche porque sus esfuerzos eran puramente humanos. Esa noche infructuosa, estéril, es la noche de la actual crisis de la Iglesia: el intento del concilio Vaticano II fue, precisamente, recurrir a los medios humanos despreciando los divinos. Desde él la Iglesia se encuentra en una espantosa noche de ya largos 50 años. Noche de la apostasía (abandono de la fe) de la cristiandad por no lanzar las redes en el Nombre de Cristo sino en el nombre del mismo hombre; noche fría, tormentosa y muy oscura, por poner la confianza en el hombre y no en Dios. Se encuentra, en el Profeta Jeremías, esta maldición: “Así dice el Señor: maldito el hombre que confía en el hombre y hace de la carne su fortaleza y su corazón se aparta del Señor” (Jer 17, 5).
Esa oscuridad finalmente ha alcanzado también a FSSPX. El demonio lanza también sus redes, y habiendo caído en ellas, confiando más en la nada del hombre que en el poder de Dios, la congregación busca el favor de los herejes y traidores que ocupan Roma, de los prelados mundanos que destruyen la fe y la Iglesia. “¡Adúlteros! -dice Santiago Apóstol- ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios” (Sant. 4, 4).
Desde el 2012 se vive también en la Tradición esa “desorientación diabólica” de la que en ocasiones hablaba Sor Lucía de Fátima. Para proteger nuestras almas de eso, nunca olvidemos que Cristo mandó a San Pedro ir mar adentro, para que ahí, en lo profundo, fueran lanzadas redes en su Nombre. Es necesario desplegar muchos y grandes esfuerzos en defensa de la fe y de la Iglesia, hacer lo que podamos por mantener vivo el auténtico espíritu católico, que es esencialmente batallador y conquistador; pero ante todo es necesario ir hacia lo profundo por los caminos del espíritu -“ve hacia lo profundo”-, de la unión del alma con Dios mediante la oración. El Dios que mora en lo profundo del alma en gracia quiere ser encontrado en esas profundidades, y eso sólo es posible por medio de la oración. Sin oración no podemos esperar nada de Dios, pero con la oración debemos esperarlo todo de Él. Una de las principales causas de la inmensa crisis por la que atraviesa la Iglesia es, sin duda, la falta de oración. En el Evangelio hay otra pesca milagrosa, esa en la que los Apóstoles atrapan 153 peces.
No es casualidad que el Rosario completo (con sus 3 coronas, con sus 15 Misterios) tenga, exactamente, 153 Avemarías.
Estimados fieles: ¡Confiemos en Dios, creamos en el divino poder del Rosario! Padres y madres, especialmente: ¡tengan caridad con sus hijos! Recen por ellos, por su salvación, todos los días el Rosario, al menos la corona de 5 Misterios. Y enseñen a sus hijos el rezo del Rosario. Termino citando -nuevamente- unas sorprendentes y muy importantes palabras que Sor Lucía dijo después de las apariciones de Fátima, a fin de animarlos al encuentro de Dios en lo profundo por medio del rezo cotidiano del Santo Rosario: “En estos últimos tiempos en que vivimos, la Santísima Virgen dio una eficacia nueva a la oración del Santo Rosario; de tal modo que no hay ningún problema, por muy difícil que sea, temporal o sobre todo espiritual, en la vida personal o familiar, o en la vida de los pueblos y de las naciones, que no se pueda resolver a través del Rosario. Con el santo Rosario nos salvaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas”.