domingo, 6 de diciembre de 2020

SERMÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO - P. Trincado

 


Dice la Epístola de este domingo: 

"Todas las cosas que han sido escritas, para nuestra enseñanza se han escrito, a fin de que mediante la paciencia y con el consuelo de las Escrituras, mantengamos la esperanza. El Dios de la paciencia y de la consolación os conceda un mismo sentir entre vosotros según Cristo Jesús."

La paciencia es la virtud mediante la cual sobrellevamos los males, principalmente las tristezas. 

En efecto, paciente no es el que huye, sino el que se comporta dignamente los sufrimientos, de modo que no lo aplaste la tristeza. 

Porque la tristeza según el mundo lleva a la muerte (2 Cor 7 10), y esta es la que no se une a Cristo sufriente.  De esta tristeza también se dice: a muchos mató la tristeza, y no hay utilidad en ella (Eclo 30 25).

Por el contrario, el sufrimiento llevado con paciencia por estar unido a Cristo Crucificado, tiene gran valor. 

Pero no va contra la virtud de la paciencia rebelarse, cuando es necesario, contra quien infiere el mal, ya que, como dice San Juan Crisóstomo, es loable ser paciente en el sufrimiento de las propias injurias, pero es la suma impiedad tolerar con paciencia las injurias hechas contra Dios. 

Sólo los que están en gracia de Dios pueden tener verdadera paciencia, pues, como dice San Pablo, la caridad es paciente, y la caridad no puede darse sin la gracia.

El alma aborrece la tristeza y el dolor en sí, y nunca elegiría soportarlos sino es por un fin. El que sabe sufrir, el paciente, sobrelleva el sufrimiento por Dios, por la salvación propia y la de los prójimos.

El Señor muchas veces envía tribulaciones o sufrimientos a los justos, con el fin de que se muestre su virtud y progresen en el amor a Dios. Dios pone a prueba el amor.

El Señor Dios vuestro os prueba para que se haga patente si le amáis o no con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma (Deut 13 3).

Bienaventurado aquel hombre que sufre con paciencia la tribulación; porque después que fuere así probado, recibirá la corona de la vida (Sant 1 12).

No rehúses, hijo mío, la corrección del Señor: ni desmayes cuando él te castigue. Porque el Señor castiga a los que ama (Prov 3 11).

Y dice San Luis María Grignón de Montfort:

Disponeos, pues, a ser labrados, cortados a la medida, cincelados por el martillo de la cruz. De lo contrario, seguiréis siendo como piedras toscas e inservibles que hay que descartar y apartar de la construcción. ¡Cuidado con poner resistencia al martillo que los golpea! ¡Cuidado con resistir al cincel que los labra o a la mano que los pule!

Si no queréis sufrir con paciencia ni llevar su cruz con resignación como los predestinados, tendréis que llevarla murmurando con impaciencia como los condenados. Os sucederá lo que al mal ladrón, que desde lo alto de la cruz rodó hasta los abismos [infernales].

Y agrega estas palabras tan impresionantes como llenas de espíritu sobrenatural:

Nada es tan necesario, tan útil, 

tan dulce, ni tan glorioso, 

como padecer por Jesucristo.