domingo, 23 de junio de 2019

COMENTARIO ELEISON Número DCXXIII (623) - 22 de junio de 2019


Prometeo – II
El Concilio puso la religión de cabeza,
Con Dios sirviendo ahora al hombre, y al hombre la corona.
En su libro “Prometeo, la religión del hombre”, el P. Álvaro Calderón presenta el Vaticano II esencialmente como un humanismo, disfrazado de catolicismo por los oficiales de la Iglesia. Este disfraz dio una autoridad sin precedentes al humanismo y requirió una habilidad sin precedentes para montarlo. Ahora bien, el humanismo surgió en el siglo XIV para defender los valores puramente humanos frente a las exigencias supuestamente inhumanas de la pobreza, la castidad y la obediencia de la Edad Media católica, y también frente a la autoridad eclesiástica que supuestamente trataba a los seres humanos como niños. Así que para afirmar la dignidad humana, el humanismo afirmará la libertad humana, y dará lugar al liberalismo en los siglos XVII y XVIII, al súper-liberalismo en los siglos XX y XXI. A la falsa libertad de este súper-liberalismo, el Vaticano II se esforzará por adaptar la verdadera Iglesia de Dios. De este modo, el Concilio “liberará” la mente del hombre mediante el subjetivismo, su voluntad mediante la “conciencia” y su naturaleza haciendo que sea servida por la gracia en vez de levantada por la gracia.
El subjetivismo es el error de hacer la verdad independiente del objeto, y dependiente en cambio del sujeto humano. En última instancia, esto resulta en una pura locura, que el Vaticano II quería evitar, pero quería suficiente subjetivismo como para garantizar la libertad de pensamiento. Así que recurrió a la “insuficiencia de las fórmulas dogmáticas”. Ahora bien, es verdad que ninguna palabra humana puede decir o expresar la plenitud de las realidades divinas, pero las palabras pueden decir algo, por ejemplo “Dios existe” es verdadero, mientras que “Dios no existe” es falso. Por lo tanto, las palabras no son totalmente inadecuadas para expresar dogmas, y de hecho, si creo en una serie de dogmas expresados en palabras, como la Iglesia exige de todo católico, puedo salvar mi alma. Pero el Vaticano II (Dei Verbum) dice que Dios se revela, no una doctrina en palabras, sino que Él mismo es conocido por la experiencia subjetiva, no por palabras objetivas. Así las doctrinas pueden ir y venir sin tocar las realidades detrás de ellas, ¡y así el Vaticano II puede cambiar los dogmas sin apartarse supuestamente de la Verdad o la Tradición! ¡Por lo tanto, todo tipo de teología es lícita, y todo tipo de religiones! ¡Así que la superioridad del cristianismo es meramente cultural!
Entonces, ¿cómo libera el Vaticano II la voluntad? Ya está liberada. Si no hay más verdad o falsedad, entonces es igualmente cierto o falso que robar y mentir están mal. En última instancia, de nuevo, esta posición termina en pura locura, así que ¿cómo afirmará el Vaticano II la libertad de la mente y, sin embargo, se mantendrá alejado de la disolución de toda la moral? Por la “conciencia”. Dentro del corazón de cada hombre, pero sin palabras, habla Dios por una inclinación moral hacia el bien y lejos del mal de una manera que ninguna palabra puede ser adecuada, pero con una sustancia inalterable a lo largo de todas las épocas. Así que mi voluntad no está encadenada por los Diez Mandamientos desde fuera de mí, sino que me inclinaré libremente desde dentro, permaneciendo así libre para hacer lo que es correcto. Pero en realidad, ¿lo haré? – ¿qué hay del pecado original? En realidad, la moral es objetiva, es racional, y puede y debe expresarse en reglas universales. La mera “conciencia” subjetiva es demasiado débil para hacer frente al pecado original.
Finalmente, ¿cómo pone el Vaticano II la gracia de Dios abajo, en vez de arriba, de la naturaleza del hombre? La “gracia perfecciona la naturaleza” es un principio católico clásico, así que la gracia perfecciona al hombre al reparar su más alta cualidad, su libertad, la cual es esclavizada por el pecado. Así la gracia de Cristo libera y sirve a la naturaleza del hombre, revelando al hombre a sí mismo (Gaudium et Spes, #24), por la Encarnación. ¿Pero la Encarnación no reveló primero a Dios al hombre?
En conclusión, el P. Calderón muestra cómo el Vaticano II, aunque fundamentalmente humanista, embellece el humanismo con decoraciones católicas: ¡libertad, sí, pero a imagen de Dios! ¡El subjetivismo, sí, pero de la verdad interior, incluido el misterio de Dios, que revela el propio misterio del hombre! ¡Conciencia, sí, pero participando naturalmente de la Ley Eterna, para que los hombres la cumplan naturalmente, para que la voluntad de Dios esté en línea con la voluntad del hombre! ¡Gracia, sí, pero perfeccionando la naturaleza del hombre liberándonos de la esclavitud del pecado! Así pues, ¡cuánto más bello es el humanismo decorado por la riqueza y herencia de la Iglesia!
Kyrie eleison.