El modernismo es
intrínsecamente perverso y no es lícita ninguna cooperación con él.
Analogía entre el comunismo y
modernismo
Pio
XI, en su Encíclica Divini Redemptoris Missio del 19 de marzo de 1937, condenó
el comunismo como “intrínsecamente perverso” por ser teóricamente materialista
y ateo; en consecuencia prohibió toda colaboración incluso solo práctica con
éste.
El
comunismo es ante todo una práctica, pero no está privado de teoría. Por lo que
actuar junto a los comunistas significa aceptar implícitamente su teoría (“cogitare
sequitur esse”) cayendo, de esta manera, en la trampa puesta por el marxismo
para atrapar a los cristianos ingenuos, que estrechan la mano extendida del
comunismo.
Puede
aplicarse al comunismo el axioma “lex orandi, lex credendi”, es decir, se cree
lo que se reza (y viceversa). De esta manera, si se actúa junto a los
comunistas se empieza a pensar como los comunistas, como quien reza junto a los
católicos según la liturgia católica empieza a creer la doctrina católica. Y
por este motivo la Iglesia prohíbe la communicatio in sacris con los acatólicos
y análogamente la acción común con los comunistas (cfr. CIC, 1917, can. 1325, §
3; can. 1258, § 1 y 2; S. Oficio, 8 julio 1927, 5 junio1948 y 20 diciembre
1949).
Hasta
los años sesenta/setenta la “mano extendida” al catolicismo era la del
comunismo de “rostro humano” (Gramsci, Bloch, Rodano) y muchos católicos se
volvieron apóstatas pasando al comunismo materialista afirmando: “¿cómo se ha
de rechazar una mano extendida unilateralmente de una entidad que parecía tan
temible, pero que se ha mostrado tan caritativa?”
Hoy,
con Benedicto XVI y especialmente con Francisco I, es la del neo-modernismo,
que parece haber abandonado el odio hacia la Tradición (palpable en tiempos de
Paulo VI) y estar dispuesto a concederle derechos o por lo menos una tolerancia
práctica. Por desgracia, el mismo estribillo que estaba en la boca de los católicos
progresistas de ayer se encuentra en la boca de los tradicionalistas hoy:
"Por fin un modernista con rostro humano: Francisco I. ¿Cómo se puede
rechazar su mano extendida a la Tradición?".
Francisco
I aplica “a-teológicamente” a todas las orientaciones y a toda sensibilidad
católica, comprendidos los tradicionalistas, lo que Juan XXIII (Encíclica Pacem
in terris, 1963) y Paulo VI (Encíclica Ecclesiam suam, 1964) aplicaron a la
nueva práctica del marxismo “de rostro humano” respecto al cristianismo: la
posibilidad de actuar juntos por la paz del mundo y la justicia social, dejando
a un lado las divergencias doctrinales, tomando en cuenta lo que une y
descartando lo que divide.
La táctica del comunismo
La
estrategia neo-comunista de la “mano extendida” con Gramsci, Togliatti y Berlinguer
– ha pillado a los cristianos ingenuos, que han sido el caballo de Troya
introducido en el Santuario y han dado inicio al fenómeno de los “cristianos
por el socialismo”. Los cristianos ingenuos han mordido el anzuelo basándose en
la presunción falsa según la cual toda doctrina, aunque sea originalmente
errónea, puede evolucionar hacia el “bien”, pero no necesariamente hacia lo
verdadero, el cual ya no tiene ningún interés tanto para los pragmatistas
cristianos o neo-modernistas como para los marxistas.
En
breve, del campo de los principios del inmanentismo kantiano modernista
(Benedicto XVI, 2005-2013) se ha pasado al marxista de la teología de la
liberación y del primado absoluto de la práctica, del encuentro personal
(Francisco I, 2013-2016). Pues desde el 2013, ya no se habla tanto de la
continuidad con la Tradición del Vaticano II, de la plena ortodoxia de la misa
de Paulo VI, sino que se encuentra, se habla, se fraterniza y termina pensando
como se actúa, porque ya no se actúa como se piensa (“agere sequitur esse”).
Por
desgracia, los más frágiles y vulnerables son los católicos fieles porque a
diferencia de los modernistas son honestos, rectos y tal vez incluso un poco
ingenuos, mientras que el modernismo y el marxismo no se preocupan del bien y
la verdad, de la metafísica y la moral, sino sólo del resultado práctico.
No
debemos, por lo tanto, sorprendernos si a los fieles ingenuos les sucede lo que
se lee en la fábula de Caperucita Roja, la cual responde ingenuamente al lobo
(como Eva responde ingenuamente a la Serpiente), que la invita a entrar a su
guarida: “qué ojos tan grandes tienes, -para verte mejor… qué boca tan grande
tienes, -para comerte mejor…” Y está en la naturaleza de las cosas que el pez
grande se come al más pequeño, que el lobo devora a la oveja, que el perro odia
al gato, que el modernismo edulcora y transforma poco a poco, insensiblemente,
al cristianismo desde dentro, dejando sólo la apariencia (la bella Liturgia)
sin tener más la sustancia (la filosofía, la teología, la ascética, la mística).
Sin embargo, en tiempos de Arrio los católicos por una sola iota (homousios /
homoiusios) se hicieron excomulgar e incluso martirizar, pero hoy no se ve un
San Atanasio en la Jerarquía.
En
el 1945 Palmiro Togliatti, (Discurso al Comité Central del PCI, 12 de abril)
relanzó con gran estilo la idea leninista/gramsciana del encuentro, en los países
de mayoría cristiana, de las masas comunistas y católicas por encima de las
disidencias teoréticas y en las acciones sindicales, sociales, pacifistas.
Sabiendo bien que el marxismo es la práctica pura, no tenían nada que perder,
mientras que como en el cristianismo la primacía corresponde a la teoría, éste
perdería la sal y se volvería insípido y "cuando la sal pierde su sabor es
buena sólo para ser arrojada al suelo y pisoteada”. (Mt., V, 13).
Togliatti
sugirió el encuentro entre comunistas y católicos (como Francisco I lo plantea
entre modernistas y tradicionalistas) únicamente en el plano de la acción, sin
ninguna referencia a la ideología (como Francisco I no hace referencia alguna
sobre la teología). Togliatti dijo claramente, "si se abre un debate
filosófico, no quiero entrar." Lo mismo hace Francisco I. Togliatti no
cedió nada de la doctrina comunista como Francisco I no cede nada de la
teología ultra-modernista. Lo importante es actuar inicialmente juntos para finalmente
llegar al liderato del movimiento marxista sobre el cristiano y del modernismo
práctico sobre el catolicismo romano. A modo de ejemplo, cuando el río Po
desemboca en el mar Adriático, en los primeros metros todavía se distinguen las
aguas del Po aunque "diluidas", pero después es el Mar que se anexa
el río. Así que si los tradicionalistas entran o se lanzan en los brazos de
Mundialismo modernista, al principio podrán mantener su identidad aunque un
poco diluida, pero después serán inevitablemente tragados por la Globalización
del modernismo mundialista.
La
imprudencia, la confianza, el optimismo exagerado, la presunción de sí mismo,
la utopía malsana llevó a los cristianos a las mandíbulas del marxismo, como le
ocurrió a Caperucita Roja, que terminó en las del lobo. Esperamos que esto sirva
de ejemplo para los tradicionalistas.
Antonio
Gramsci en 1920 escribió: "En Italia, a Roma, está el Vaticano, está el
Papa; el Estado liberal ha tenido que encontrar un sistema de equilibrio con la
Iglesia, así el Estado obrero tendrá que también encontrar un sistema de
equilibrio con el Vaticano." Bergoglio dice: hoy en
el Nuevo Orden Mundial todavía ha quedado una buena rebanada de católicos no
modernistas y no globalizados, así que es necesario encontrar un sistema de
equilibrio para tragarlos. Para él, como para Hegel, "la astucia de la
razón es el único principio que justifica o no la acción" y Bergoglio es
astuto y muy autoritario. ¡Atención con infravalorarlo!
En
el libro entrevista escrito por Sergio Rubin y Fracesca Ambrogetti titulado
Papa Francisco, conversaciones con Jorge Bergolio, leemos: “La obsesión de
Bergoglio puede ser resumida en dos palabras: encuentro y unidad” (pág. 7). De
hecho Bergoglio se autodefine como el teórico de “la cultura del encuentro” (p.
107). Según él, se le debe dar "prioridad al encuentro entre las personas,
para caminar juntos. Al hacer esto, será más fácil abandonar las diferencias” (p.
76). También de acuerdo Bergoglio es bueno "no perderse en reflexiones
teológicas vacías" (p. 39).
El
programa propuesto por Francisco I es primero desideologizar, encontrarse,
construir puentes, romper barreras, evitar estériles diatribas doctrinales,
llevando siempre adelante el “diálogo, diálogo, diálogo…” actuar juntos y luego
pensar inadvertidamente de la misma manera (“cogitare sequitur esse”). Así el
modernismo, que ahora ocupa la cima del ambiente católico y eclesial, pide a
los católicos fieles a la Tradición de actuar unidos para vencer el
materialismo, el ateísmo y entrar a formar parte de la globalización, del
mundialismo y del Nuevo Orden Mundial. Algunos católicos fieles en buena fe se
dejan convencer y, a través de un transbordo ideológico inadvertido, actuando junto
a los modernistas acaban siendo comidos por ellos, como "el pez más
pequeño es devorado por el más grande."
Aún
Togliatti en el discurso a la Convención de Bérgamo (20 marzo 1963) dice: “"Ya
también la Iglesia [luego de Juan XXIII y con Paolo VI, ndr] está de acuerdo
que ha terminado la era costantiniana de los anatemas, de las discriminaciones
religiosas."
En
la propuesta comunista y modernista del "compromiso histórico" se
hacen públicas y concretas garantías para el ejercicio de la fe de los
católicos, pero no se piensa intencionalmente en una pregunta que surge
espontánea: "¿y después?". Fue justo este la pregunta que San Felipe
Neri le dirigió al joven Vincenzo
Zazzera, quien le había dicho que quería ser cura para luego llegar a ser
obispo, cardenal y también Papa. Entonces San Felipe le preguntó: “¿y después?”
El pobre infeliz no lo escuchó, no dijo como San Felipe Neri: “¡prefiero el
Paraíso!”, no pensó en la eternidad sino en la carrera, se convirtió en obispo
pero no encontró la paz con el Señor. Se ve la deshonestidad de la promesa
marxista/modernista y, como mínimo, la ingenuidad de la aceptación católica al
no pensar en el “¿y después?” terreno y ultra-terreno.
La
crisis interna en el ambiente católico pos-conciliar de los años
sesenta/setenta que era favorable a la colaboración práctica con el marxismo,
es similar a la crisis que se está mostrando hoy de manera patente en el mundo
católico anti-modernista, cuando se presenta propensa a la compactación con el
súper-modernismo.
En
resumen, como en los años sesenta se decía que Cristo y Marx no se pueden poner
de acuerdo, pero los cristianos y marxistas pueden unirse para colaborar en la conducción
de los asuntos públicos; así hoy se dice que el modernismo y catolicismo son
irreconciliables, pero los católicos y los modernistas pueden caminar juntos y
colaborar en la conducción de la Iglesia, ayudándola a superar este largo
período de crisis y sentar las bases del Nuevo Orden Mundial, en el cual sólo
habrá un Templo universal en una sola República universal.
Lo
importante es, como dijo Lenin, "no ataques frontalmente al enemigo, sino
involúcralo en compromisos."
La táctica del modernismo
Ahora
bien, el modernismo es “la cloaca de todas las herejías” (San Pio X, Encíclica
Pascendi, 8 de septiembre de 1907). Pues éste es más perverso que el comunismo
porque no es sólo materialista y por lo tanto ateo, sino que todos los errores
contra la recta razón, todas las herejías contra la fe y todas las
depravaciones contra la moral (comprendido el ateísmo) lo caracterizan y
desembocan en él, como los pequeños canales de aguas residuales desembocan en
la cloaca mayor.
A
partir de la doctrina expuesta del magisterio de la Iglesia sobre el
modernismo, cabe preguntarse si es posible un acuerdo y una colaboración
incluso sólo práctica entre el catolicismo y el modernismo. Pues bien, según la
enseñanza de Pio X y de Pio XI la respuesta aparece evidente: no es lícita
ninguna colaboración y ningún acuerdo entre ellos, incluso al nivel de la sola
acción.
Si
se analiza la naturaleza del modernismo y el catolicismo se comprende el por
qué de esta prohibición. De hecho, el modernismo se basa en la filosofía
idealista moderna (Kant / Hegel), según la cual es el pensamiento humano que
crea la realidad. La teología del catolicismo se basa sobre el sentido común
natural y sobre la filosofía del realismo del conocimiento, Aristóteles/S. Tomás,
según la cual la realidad existe independientemente del pensamiento humano y
éste tiene que conformarse a la realidad si quiere llegar a la verdad. Además
la Revelación confirma lo que la recta razón llega a conocer, o sea que Dios ha
creado al mundo y el hombre. Por tanto no es el pensamiento del
hombre que crea la realidad, sino que ella sólo es un efecto de la Causa
primera incausada, que se llama Dios.
En
su Alocución « Accogliamo » (18 de abril de 1907), San Pio X pone
bien en evidencia que la Iglesia no teme la persecución abierta como “cuando
los edictos del César intimaron a los primeros cristianos a abandonar el culto
a Jesucristo o morir”. Por tanto hoy, también nosotros como el papa Sarto debemos
temer no tanto la persecución abierta de la Tradición apostólica, sino la mano
extendida del modernismo, que al principio quiere que se actúe junto a él para
que se vuelvan especulativamente modernizados e inadvertidamente “aggiornados”
(Juan XXIII-Francisco I). “Quien no actúa como piensa termina por pensar como
actúa”. Si el católico actúa junto a los modernistas terminará tarde o temprano
pensando como ellos sin darse cuenta.
Acuerdo actual entre católicos y
neo-modernistas
Hoy
se plantea el problema candente de una posible cooperación o de un acuerdo
entre catolicismo y modernismo, y para sostener esta posibilidad se aducen
múltiples razones que no tienen fundamento en la realidad.
Veamos
una por una.
1°)
Muchos obispos y cardenales conservadores han levantado la voz
Respecto
a las novedades contra la moral natural y divina, contenidas en la enseñanza
"exhortatoria" de Francesco I, (Exhortación Amoris laetitia, 19 de
marzo 2016), parecería que hay una cierta vuelta a la doctrina católica
tradicional en el entorno eclesial y en la jerarquía.
Respondo:
es verdad que en lo que concierne a los excesos recientes sobre la moral ha habido
entre cardenales y obispos una notable y loable reacción, pero el problema que
está en el origen de esta desviación es el Concilio Vaticano II, cuyos Decretos
están en ruptura objetiva con la Tradición apostólica, la enseñanza del
magisterio constante y tradicional de los Papas y la sana teología. Ahora bien,
estos obispos y cardenales no ponen absolutamente en cuestión la discrepancia
entre la enseñanza pastoral del Vaticano II y la Tradición católica. Por
ejemplo el pio Card. Raymond Burke ha declarado muchas veces que toda su
formación sacerdotal se ha desarrollado a la luz del Concilio Vaticano II.
Así que los principios
del Vaticano II son totalmente aceptable para él (Monde et Vie, n. 899).
Incluso
el valiente Card. Sarah ha criticado las desviaciones en materia de moral, pero
ha afirmado al mismo tiempo que hace falta seguir fielmente "la enseñanza
constante del Beato Paulo VI, de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI" y
que hace falta tener confianza en la "fidelidad" de Francisco I, (Monde
et vie, n. 905, p. 19).
Por
otra parte, el teólogo Mons. Atanasius Schneider afirmó, "es el Concilio
Vaticano II que ha dado la comprensión del misterio de la Iglesia en Lumen
Gentium" (Présent, 10 de enero de 2015). Además también la exhortación
Amoris laetitia de Francesco I, (19 de marzo2016), según Mons. Schneider ha
sido distorsionada por una mala interpretación de algunos obispos progresistas
y en sí no contiene nada contrario a la doctrina católica, a lo sumo en ella
hay solamente algunas ambigüedades, (A. Schneider, Declaración sobre Amoris
laetitia, 30 de abril 2016). El Card. Burke ha hablado de leer Amoris laetitia
a la luz del magisterio tradicional de la Iglesia. Como se ve su doctrina es la
teoría ratzingeriana ("muy predicada, pero nunca probada", como ha
demostrado Mons. Brunero Gherardini), de la hermenéutica de la continuidad
entre Vaticano II y Tradición apostólica.
Incluso
durante el Vaticano II había teólogos más o menos modernistas, se veían las
contraposiciones (en cuanto al modo y no a la sustancia) en sus dos revistas
Concilium (Rahner, Küng, Schillebeeckhx) y Communio (Daniélou, de Lubac, Ratzinger,
von Balthasar). El fenómeno de los prelados más conservadoramente progresistas
siempre ha existido, desde Juan XXIII hasta hoy. Pero casi ninguno ha puesto en
discusión el principio del Vaticano II como siendo irreconciliable con la
doctrina católica. Recientemente lo hizo Mons. Mario Oliveri, obispo de
Albenga, pero fue removido de su diócesis. También lo hizo el valioso teólogo
Mons. Brunero Gherardini junto a los Franciscanos de la Inmaculada, que fueron
disueltos y perseguidos mientras que él fue totalmente marginado. En el pasado
reciente, Mons. Antonio de Castro Mayer († 25 abril 1991) y Mons. Marcel
Lefebvre († 25 marzo 1991) lo hicieron pero fueron condenados (1976/1988). Evidentemente
los tradicionalistas son acogidos y tolerados sólo si aceptan el Vaticano II y
la perfecta ortodoxia del Novus Ordo Missae, pero si ellos osan poner la
cuestión de si el Vaticano II y la Tradición apostólica son conciliables, son
condenados inevitablemente. Así que un acuerdo con los modernistas se podría hacer
sólo con la condición de aceptar casi sin darse cuenta, poco a poco, el
Concilio Vaticano II y la plena ortodoxia de la nueva misa de Pablo VI.
2°)
Si ha habido un verdadero cambio de mentalidad en la jerarquía de la Iglesia
El
Papa ha empujado hasta al paroxismo el modernismo del Vaticano II. En cuanto al
Motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI del 7 de julio de 2007,
declaró que no quería apartarse de él, pero que el antiguo rito no debe
convertirse en una barrera ideológica (Monde et vie, n. 849). Además condenó a
los Franciscanos de la Inmaculada a causa del riesgo de un retorno al pasado,
de un espíritu preconciliar, de una ideologización de la Misa de San Pio V. Luego
hace falta "derribar los bastiones" ” (Hans Urs von Balthasar).
Sus
más cercanos colaboradores, quienes realmente gobiernan la Iglesia y que no los
ha hecho a un lado (como a Burke y Schneider...) también son radicalmente
modernistas. Por ejemplo el Card. Müller (Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe) incluso habiendo expresado reservas sobre Amoris laetitia es
un alumno y un admirador del P. Gustavo Gutiérrez, uno de los líderes de la
escuela de la teología de la liberación. Recientemente ha defendido la
universidad católica de Lima (Perú) de la censura del arzobispo de Lima, el
Card. Thorne (La Stampa, 18 febrero 2013). Su teología está infestada de graves
errores y herejías, por ejemplo, según él la Santísima Virgen es siempre
virgen, pero no físicamente, la transubstanciación es reducida a
transignificación, hay muchas iglesias dentro del único pueblo de Dios (cfr. Le
Sel de la terre, n. 84, primavera 2013, p. 165 ss.).
Respondo:
De lo anterior se deduce que Francisco I y sus colaboradores más cercanos que
tienen un poder real en la Iglesia no están en absoluto dispuestos a cuestionar
el Concilio Vaticano II, de hecho, están llevando el entorno eclesial radicalmente
hacia una especie de “Vaticano III”.
3°).
Francisco ya no pide la aceptación formal del Vaticano II y la Nueva Misa
El
"Papa emérito" Benedicto XVI era un teólogo y estaba muy atado a las
cuestiones doctrinales. Luego exigió la aceptación de la teología del Vaticano
II, en cambio el papa Bergoglio es un hombre práctico, no se interesa en
teología, pone totalmente a un lado las cuestiones especulativas. Lo importante
para él es entrar en contacto con la persona (como el lobo con Caperucita roja,
tal vez haciendo brillar la promesa de una capa escarlata o un bonete rojo) y
caminar juntos, conocerse y luego llegar a entenderse y respetarse. Se desatan
poco a poco situaciones de conflicto creadas en el pos-concilio mediante las
concesiones prácticas, que (aparentemente e inicialmente) no tocan la doctrina
y no exponen al riesgo de ser contaminados por el neo-modernismo.
Respondo:
si la actitud externa, la forma de actuar de Francisco I puede dar esa
impresión sigue siendo cierto que también hizo algunas declaraciones que van en
la dirección opuesta y que son para él "cuestiones no negociables".
De hecho el papa Bergoglio en una entrevista al diario “La Croix” (17 de mayo
de 2016) declaró que "ante todo es necesario establecer un acuerdo
fundamental. El Concilio Vaticano II tiene su valor”. El 24 de mayo el Card.
Müller declaró que “si se quiere ser plenamente católico, debe aceptarse el
Concilio Vaticano II” (Revista Herder Korrespondenz). En este mismo sentido van
las declaraciones de Mons. Guido Pozzo (cfr. Zenit, 25 febrero 2016; La Croix,
7 abril 2016), ciertamente que el Vaticano II debe ser leído “a la luz de la
Tradición”, pero para los modernistas hay una plena conciliación entre la
Tradición y el Vaticano II, mientras que para los católicos integrales hay una
ruptura objetiva. Ahora bien, no se puede hacer un acuerdo (especialmente sobre
cuestiones de fe y moral) basándose en el equívoco. Además los que mandan hoy
son los modernistas y son ellos que tienen el cuchillo por el mango y dictan
las leyes en un eventual acuerdo. Entonces exponerse al riesgo de ser
absorbidos por el modernismo o de hacer un acuerdo con el Papa para luego
deberlo romper y desmentirse, cubriéndose de ridículo delante del mundo entero,
sería un riesgo que no se debe tomar; haría falta esperar sin hacerse tomar por
la prisa, que es siempre una mala consejera. Según los modernistas, puede
concederse como máximo un derecho a la “crítica constructiva” al Vaticano II,
es decir, “según la hermenéutica de la continuidad”, pero nunca de ruptura
entre la Tradición apostólica y la teología conciliar.
¿Qué es un acuerdo?
“Acordar” significa “uniformar ideas,
opiniones con el fin de evitar conflictos, tener los mismos principios, los
mismos puntos de vista y la misma línea de acción" (N. Zingarelli).
Acuerdo quiere decir “unión armónica de sentimientos, opiniones, ideas” (N.
Zingarelli). En breve, un acuerdo presupone que dos partes se pongan de
acuerdo. Ahora bien, entre el modernismo y el catolicismo no hay ninguna
posibilidad de acuerdo, sino que hay una divergencia diametral en todos los
campos. En San Pablo es revelado: “¿Qué acuerdo es posible entre Cristo y
Belial?” (II Cor., VI, 15).
¿Puede existir un acuerdo
“unilateral”?
No
porque, por definición, en el acuerdo dos partes se ponen de acuerdo, aun si la
manifestación de la voluntad de acordar viene de una sola parte y es por lo
tanto "unilateral" en el punto de salida, pero se vuelve bilateral en
el punto de llegada. Luego es necesario hablar de un reconocimiento legal o
canónico. El reconocimiento canónico es un acto jurídico, que presupone una
parte principal y superior, teniendo autoridad y predominio, la cual reconoce a
una parte secundaria e inferior, sujeta a la autoridad, que es reconocida. En
nuestro caso es la Santa Sede quien reconoce mientras que los tradicionalistas
son reconocidos. Podría ser impensable considerar que los tradicionalistas
reconocen y aceptan la Primera Sede, la cual por definición es “Primera”, es
decir que no hay ninguna autoridad humana por encima de ella. Así que si el
“reconocimiento jurídico” es unilateral, esto no significa que la parte
reconocida no deba nada a la parte que la reconoce, de hecho, por definición,
se ha aceptado un reconocimiento, que se dio unilateralmente o sólo por la
Primera Sede a la cual después se debe prestar obediencia. La palabra
“unilateral” es un sofisma utilizado por los modernistas para hacer caer en la
trampa a los tradicionalistas. Esto no significa que la Santa Sede concede todo
a los tradicionalistas y que los tradicionalistas no deban nada, más bien
quiere decir todo el contrario: la parte del león la juega la S. Sede y la
parte del cordero la juegan los tradicionalistas. Para dar un ejemplo concreto,
si un usurero gentilmente y “unilateralmente” me ofrece 100 millones de euros y
yo lo acepto, no quiere decir que después no deba restituir al usurero no solo
la suma prestada, sino también los intereses, los que, por la naturaleza misma
de la oferta "unilateral", se ponen cada vez más exorbitantes hasta “estrangularme"
(es por eso que al usurero le llaman “usurero”).
En
nuestro caso, la parte reconocida debe a la parte superior que le ha dado el
reconocimiento la obediencia, la sumisión práctica, como ocurre entre
subordinado y superior. Así que si la concesión fue dada “unilateralmente”, una
vez aceptada se encuentra frente a un pacto que se convierte en bilateral ex
natura rerum. Por tanto la concesión "unilateral" comporta
inevitablemente consecuencias jurídicas de relación entre sujeto subordinado o
subalterno y superior. Ahora bien, es el subordinado quien obedece y el
superior quien manda. Es una contradictio in terminis hablar de reconocimiento
total de los tradicionalistas por parte de la Santa Sede y de independencia
absoluta de estas personas hacia su autoridad. Pero un tradicionalista
subordinado a un modernista es como un ratón en la boca de un gato.
¿Existe el peligro real de cisma?
El
cisma existe cuando se niega la autoridad del Papa, es decir que no se le reconoce
como el Vicario de Cristo teniendo el poder supremo, directo e inmediato sobre
la Iglesia universal. La desobediencia a las órdenes del Papa si no comporta la
negación de su Primacía de jurisdicción, sino que sólo es hecha para no cumplir
lo que es mandado no es un pecado de cisma, sino de desobediencia (cfr. L.
Billot, De Ecclesia Christi, Roma, Gregoriana, V ed., 1927, vol. I, Thesis XII, p. 310 ss. ; S. Tommaso d’Aquino, S.
Th., II-II, q. 39; Cajetanus, In Summ. Th., in IIam-IIae, q. 39).
Ahora
bien, la herejía rompe el vínculo de la fe, mientras que el cisma el de la
caridad, pero la unidad de la fe precede y presupone el de la caridad (León
XIII, Enciclica Satis cognitum, 1896; Pio XI, Enciclica Mortalium animos,
1928). Luego está claro que la unidad de la fe prevalece y predomina sobre el
de la caridad. Así que si no se obedece a las órdenes, directivas o
exhortaciones que van contra la fe, no sólo no es cisma, sino que es necesario
porque obedecer dañaría la fe.
Véase
también S. Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 10, a. 10. El Doctor Angélico se plantea la cuestión “si
se puedan tener superiores infieles" y contesta que "no debe ser
permitido de ningún modo" ya que sería peligroso para la fe de los
subordinados. Además, enseña (S. Th., II-II, q. 12, a. 1 e 2) que seguir un
jefe que se ha desviado de la fe es muy peligroso para el alma de los
subordinados. Ahora, si quien manda también tiene una autoridad espiritual que
no tiene a ningún superior humano, como es aquel del Papa, a mayor razón la
subordinación es peligrosa si su enseñanza no está conforme a la doctrina
tradicional de la Iglesia, como ocurre en el entorno eclesial a partir de Juan XXIII
y especialmente hoy con Francisco I. Así que tenemos que "hacer lo que la
Iglesia siempre ha hecho, si se encuentra en un período de crisis y confusión
que ha invadido toda la Iglesia" (San Vicente de Lerins, Commonitorio,
III, 15) y esperar hasta que vuelva a la tranquilidad y entonces el acuerdo se
llevará a cabo de forma espontánea. Si se camina por la noche en la montaña y se
tropieza y cae en un barranco, necesita, por tanto, esperar que amanezca y
retomar la marcha. San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales (Reglas
del discernimiento de los espíritus n° 318) aconseja no cambiar nunca de
propósito durante el tiempo de oscuridad espiritual, sino permanecer fuertes y
constantes en la determinación y en los propósitos en que se encontraba antes
de la oscuridad, ya que como en la luz nos conduce el espíritu bueno, así en la
oscuridad nos conduce el espíritu maligno.
Rechazar
hoy por un cierto período de tiempo, hasta que vuelva la luz, un acuerdo con
los ultra-modernistas no es, por lo tanto, una actitud cismática porque se basa
en graves motivos de fe y moral, que nos obligan a no seguir el curso eclesial
actual. Se debe saber esperar todo el tiempo que Dios quiera permitir que la
crisis en la Iglesia persista. No hay que desalentarse, ni desviarse a la
izquierda: con un acuerdo intempestivo y acelerado, ni a la derecha: declarando
herético al Papa reinante y considerándolo depuesto ipso facto. Estos son los
dos caminos que algunos tradicionalistas (y en algunos casos son
paradójicamente el mismo) están tomando hoy. El grave riesgo
que corremos hoy no es el del cisma, que es agitado por el mundialismo masónico
y modernista como un espantajo para inducirnos a dar un paso en falso. ¡No! El
peligro real es el naufragio de la fe, “sin la cual es imposible agradar a
Dios” (Hebr., XI, 6).
Conclusión
Un
acuerdo práctico con el neo-modernismo, como mínimo, llevaría inevitablemente,
poco a poco al encerramiento de la Tradición en la sacristía con el
reconocimiento oficial de parte del modernismo, como les ha ocurrido a los indios
de América, encerrados en las reservas de los "wasp" (“white,
anglo-saxon, protestant /blanco, anglosajón, protestante) regularmente reconocidos
y reducidos a los mínimos términos como un fenómeno folklórico para mostrarles
a los turistas. Pero el espíritu católico “no se dejará
nunca encerrar en las cuatro paredes del templo. La separación entre la
religión y la vida, entre la Iglesia y el mundo es contraria a la idea
cristiana y católica (Pio XII, Discurso a los Párrocos y Predicadores
cuaresmales de Roma, del 16-03-1946).
D.
Curzio Nitoglia
19/10/2016