jueves, 27 de marzo de 2025

Bajo la Cruz más grande del mundo, la mayor traición del Vaticano

En lo alto de Cuelgamuros se alza la Cruz más grande del mundo. Una cruz de 150 metros que no solo atraviesa las nubes, sino que ha sido durante décadas el testimonio de una fe que no se avergüenza de su historia, de sus muertos ni de su Redentor.

Esa cruz, símbolo de reconciliación, sacrificio y perdón, es hoy el blanco de una operación cuidadosamente diseñada para vaciarla de sentido. Y lo más doloroso: con la complicidad directa del Vaticano.

El 25 de febrero de 2025, mientras el Papa Francisco agonizaba ingresado con broncoespasmos en el hospital Gemelli, su secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, se reunía en Roma con el ministro de Presidencia, Félix Bolaños. ¿El motivo? Pactar la “resignificación” del Valle de los Caídos —ahora oficialmente llamado por el Gobierno Cuelgamuros— y desbloquear la salida del prior Santiago Cantera, incómodo por no doblegarse ante el relato oficial.

Días después, con el Papa aún convaleciente, se formalizó el acuerdo entre el Gobierno, la Santa Sede y el cardenal José Cobo. El resultado: un concurso internacional para intervenir artísticamente la nave, el atrio, la cúpula y el vestíbulo de la basílica, es decir, todo menos el altar. Se mantendrá formalmente el culto, sí, pero rodeado de propaganda museística al gusto de la izquierda. La fórmula no es nueva. Stalin ya la ensayó con éxito: convertir los templos en museos del ateísmo. Ahora, con un matiz escalofriante: es la propia Iglesia la que lo acepta.

Esta rendición ante el poder no es una excepción: es la norma de una diplomacia vaticana que lleva años vendiendo a sus hijos. Lo hizo en China, pactando con el Partido Comunista la entrega de la Iglesia clandestina a cambio de promesas vacías. Lo hace en Estados Unidos, promocionando a McElroy, cardenal de lo políticamente correcto, mientras castiga a obispos fieles como Strickland. Y ahora lo hace en España, entregando a la izquierda el corazón espiritual de nuestra memoria colectiva.

Que se permita a un Gobierno abiertamente anticristiano intervenir un templo en uso, con la bendición del Vaticano, es una claudicación histórica de dimensiones bíblicas. Se ha negociado la profanación política de un santuario, disfrazándola de diálogo, cultura y reconciliación. Pero no se puede reconciliar nada arrancando raíces, manipulando símbolos ni silenciando a quienes han resistido durante décadas en oración y fidelidad.

José Cobo, fabricado a medida por los nuevos tiempos, habla de paz, diálogo y cultura del encuentro. Palabras vacías cuando se trata de ceder la casa de Dios a los que desprecian su nombre. Parolin, artífice del acuerdo, actúa como si la Iglesia fuera una cancillería más, ajena al sufrimiento de los fieles perseguidos o humillados. Y Francisco, enfermo, ausente, probablemente sin plena conciencia de lo que se cocinaba en su nombre, queda como testigo involuntario de una traición monumental.

El Valle de los Caídos, con su Cruz inquebrantable, fue construido como signo de reconciliación cristiana. Hoy lo quieren convertir en una atracción turística con barniz ideológico. Pero que no se engañen: mientras un solo católico rece allí, mientras un alma se arrodille bajo esa Cruz, el Valle seguirá siendo un lugar sagrado.

La historia juzgará con dureza a los que pactaron con los perseguidores de la fe. Y los fieles no olvidarán.

Fuente: Infovaticana