lunes, 14 de octubre de 2024

PRIMERA MISA DEL P. FLAVIO MATEOS SAJM



El domingo 13 de octubre, el P. Flavio Mateos celebró su primera misa en el monasterio benedictino de la Santa Cruz. Asistieron S.E. Dom Tomás de Aquino con toda la comunidad del monasterio y numerosos feligreses. El sermón estuvo a cargo del P. Trincado.

DEO GRATIAS !


Sermón predicado en esta misa:

Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto, dice Nuestro Señor en el Evangelio [Mt 5, 48]. 

San Alfonso escribe que todo cristiano ha de ser perfecto y santo, porque todo cristiano hace profesión de servir a un Dios perfecto y santo. 

Según San León Magno, cristiano es el que se despoja del hombre terreno y se reviste del hombre celestial.

Sin embargo, observa San Ambrosio, la santidad del sacerdote ha de ser mayor que la de los seglares porque se le ha dado una gracia mayor.

Sacerdos alter Christus. El sacerdote es otro Cristo. Si muy grande es la dignidad del sacerdote, grande es también la obligación que pesa sobre él.

Es verdad que el sacerdote sube a gran altura, pero también lo es que se impone que a ella vaya y en ella sea sostenido por una extraordinaria virtud.

Los sacerdotes de la antigua alianza llevaban escritas estas palabras sobre su frente: santidad para el señor (Ex 39, 29), a fin de recordar ellos mismos la santidad en la que debían vivir.

Sobre esto decía San Ambrosio que el sacerdote, para ofrecer dignamente el santo sacrificio del altar, primero se ha de sacrificar a sí mismo, ofreciéndose enteramente a Dios. El sacerdote debe ser un continuo holocausto.

Deplora San Bernardo el ver a muchos que corrían, en su tiempo, a las órdenes sagradas sin considerar la santidad que se requiere en quienes quieren subir a tales alturas.

Porque que el sacerdote -enseña San Gregorio- ha de estar muerto al mundo y a todas las pasiones para vivir una vida por completo divina.

El sacerdocio que ayer usted ha recibido, querido Padre, es el mismo que Jesucristo recibió de su Padre (Jn 17, 22); por eso -explica San Juan Crisóstomo- dado que el sacerdote representa a Jesucristo, ha de ser tan puro como para que merezca estar entre los ángeles.

Y así, durante once siglos estuvo excluido del estado clerical todo el que hubiera cometido un solo pecado mortal después del bautismo, como lo recuerdan los concilios de Nicea, Toledo, Elvira y Cartago. Y si un clérigo después de las ordenes sagradas caía en pecado grave, era depuesto para siempre y encerrado en un monasterio, porque la santa Iglesia quería y quiere que el sacerdote sea irreprensible. Quienes no son santos no deben tratar las cosas santas.

El concilio Tridentino dice que los clérigos han de vivir de tal modo que su hábito, maneras, conversaciones, etc., todo sea grave y lleno de unción. Decía San Crisóstomo que “el sacerdote ha de ser tan perfecto que todos lo puedan contemplar como modelo de santidad, porque para esto puso Dios en la tierra a los sacerdotes, para vivir como ángeles y ser luz y maestros de virtud para todos los demás”.

El nombre de clérigo, escribe san Jerónimo, significa que alguien tiene a Dios por su porción, es decir, que vive sólo para Dios.

El sacerdote es el ministro de Dios encargado de hacer dos obras en extremo nobles y elevadas: honrarlo con el santo sacrificio de la misa y santificar las almas. Al respecto, dice santo Tomas de Aquino que a los sacerdotes se exige mayor santidad que a los religiosos por razón de las sublimes funciones que ejercen, especialmente la celebración del santo Sacrificio de la misa, que es -absolutamernte hablando- la obra más noble o elevada que alguien puede llevar a cabo en esta tierra.

El sacerdote debe ser santo también para revelar a Dios, porque el mismo Señor dice, en el Levítico: En los cercanos a Mí mostraré que soy santo [10, 3]; es decir, “Mi santidad será conocida por la sanidad de mis sacerdotes”.

Todo pontífice, se lee en la carta a los Hebreos, ha sido escogido de entre los hombres y constituido en favor de los hombres para ofrecer dones y sacrificios a Dios por los pecados. Comentando este texto, Santo Tomás escribe que “Todo sacerdote es elegido por Dios y colocado en la tierra para ocuparse no de la ganancia y riqueza, ni de la estima, ni de diversiones... sino de los intereses de la gloria de Dios”. Por eso las escrituras llaman al sacerdote el hombre de Dios [1Tm 6,11], hombre que ya no es del mundo, ni de sus familiares, ni siquiera de sí mismo, sino sólo de Dios, y que no busca más que a Dios.

Escribe San Ambrosio que el verdadero ministro del altar ha nacido para Dios y no para sí. Es decir, que el sacerdote ha de olvidarse de sus comodidades, ventajas y pasatiempos, para pensar en el día en que recibió el sacerdocio, recordando que desde ese bendito día ya no es suyo, sino de Dios, por lo que no debe ocuparse más que en los intereses de Dios.

El Señor tiene sumo empeño en que los sacerdotes sean santos y puros, para que puedan presentarse ante Él libres de toda mancha cuando se le acerquen a ofrecerle sacrificios: Se sentarán para fundir y purificar la plata y purificará a los hijos de Leví, los acrisolará como el oro y la plata y luego podrán ofrecer al Señor oblaciones con justicia, se lee en el profeta Malaquías (3,3). Si los sacerdotes de la antigua ley habían de ser santos tan sólo porque ofrecían a Dios el incienso y los panes de la proposición, figura del Santísimo sacramento del altar, ¡con cuánta mayor razón habrán de ser puros y santos los sacerdotes de la nueva ley, que ofrecen a Dios el Cordero Inmaculado, su mismo Hijo!

Nosotros no ofrecemos, dice un autor sagrado, corderos e incienso como los sacerdotes de la antigua Ley, sino el mismo Cuerpo del Señor, y por eso se nos pide la santidad que está en la pureza del corazón, sin la cual se acercaría uno inmundo” al altar. Y decía san Roberto Belarmino: “Desgraciados de nosotros, que, llamados a tan altísimo ministerio, distamos tanto del fervor que exigía el Señor de los sacerdotes de la antigua Ley.

Si hasta quienes habían de llevar los vasos sagrados quería el Señor que estuviesen libres de toda mancha, pues “¡cuánto más puros han de ser los sacerdotes que lleven en sus manos y en el pecho a Jesucristo!”, dice otro autor sagrado.

El sacerdote hace en el altar las veces de Jesucristo, por lo que, como dice San Lorenzo Justiniano, debe acercarse a celebrar como el mismo Jesucristo, imitando en cuanto sea posible su santidad. De ahí que el Señor nunca sea tan ofendido como cuando le ofenden quienes están revestidos de la dignidad sacerdotal, agrega San Juan Crisóstomo.

Se podrían dar muchas más citas de los santos acerca de la dignidad sacerdotal, querido Padre, y todas estas citas acerca de la sublime dignidad del sacerdocio nos causan gran admiración, pero también nos producen temor, puesto que el tesoro que nos ha sido dado es demasiado precioso para los recipientes de barro que somos. Sin embargo, el mismo mismo Dios que dijo sed perfectos como Yo soy perfecto, dijo también que para Él no hay nada imposible (Lc 18,27).

¡Ánimo, entonces! Pese a todas la debilidades y oscuridades, la gracia de Dios ha querido triunfar en usted, querido Padre, y hacer de usted un sacerdote fiel, un sacerdote digno, un santo sacerdote.

Para ello debe usted estar siempre en posición de recibir la luz y fortaleza de Dios en la gracia divina. ¿Cómo? Suplicando incesantemente el amor de la cruz. De la cruz que ni le ha faltado hasta ahora, querido Padre, ni le faltará hasta la muerte.

Decía un santo sacerdote del s. XIX,El sacerdote debe morir al propio cuerpo, al propio espíritu, a la propia voluntad, a la propia fama, a la propia familia y al mundo. Debe inmolarse en el silencio, en la oración, el trabajo, la penitencia, el sufrimiento, la muerte. Cuanto más se muere, más vida se tiene y más vida se da. El sacerdote es un hombre crucificado que (por amor) da su cuerpo, su espíritu, su tiempo, sus bienes, su salud, su vida. El sacerdote es un hombre crucificado. Sí: sólo el crucificado, sólo el que está crucificado salva a las almas. No nos quiso salvar Cristo por medio de la acción, sino mediante lo opuesto: la pasión, el sufrimiento. El sufrimiento unido a Cristo es barro convertido en oro porque ese sufrimiento se hace redentor.

Primero, entonces, querido Padre, la oración, la súplica siempre y ante todo.

El Padre Emmanuel-André, santo abad benedictino del s. XIX, enseña que de los tres deberes principales que tiene el sacerdote, el primero de todos es el de la oración. En segundo lugar está el deber de la predicación y en tercer lugar, la administración de los sacramentos. Este es el orden querido por Dios.

Y agrega que aunque el ministerio sacerdotal tiene varias funciones exteriores, considerado en su conjunto, es una obra interior. En efecto -dice- pedir la gracia y contribuir a que venza en las almas, se conserve y aumente en ellas, es ciertamente el fin último del ministerio. ¿Y quién no se da cuenta de que todas estas cosas son cosas interiores?

Y como esto está fuera de toda duda, se comprende cada vez más cuán profundas son las palabras del Príncipe de los Apóstoles cuando dice: Nos vero orationi et ministerio verbi instantes erimus (Act 6, 4): nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra.

San Pedro da prioridad a la oración, y lo hace porque la acción del sacerdote sobre las almas de sus prójimos será eficaz en la medida en que ese sacerdote esté unido a Dios a través de la oración, en la medida en que mantenga su propia alma elevada a Dios por la oración.

Sólo Dios da sin haber recibido, porque siendo Dios tiene todos los bienes en sí mismo; pero nosotros, que no somos Dios, sólo podemos dar de lo que antes hayamos recibido de Dios. ¿Pero cómo Dios nos dará esos medios si no se los pedimos con perseverancia, humildad y confianza?

"¡Cuán admirables son en este punto nuestros Padres, los antiguos misioneros benedictinos!", exclama el P. Emanuel. "Llegaron a un país idólatra; buscaron un lugar solitario y allí comenzaron a orar. Lucharon contra demonios y contra animales salvajes. Construyeron una sencilla choza para refugiarse, cantaron los Salmos en las Horas Canónicas del día y de la noche...  Nos vero in orationi instantes erimus. Y después de haber permanecido en oración, a menudo durante años, finalmente algunos pastores vinieron a verlos y les preguntaron quiénes eran y qué estaban haciendo; de ahí a las primeras lecciones de catecismo hubo sólo un paso. Con el tiempo hubo catecúmenos, y así surgió el cristianismo en ese lugar. Podía venir persecución, pero sería derrotada porque la fe, triunfante, había ya quedado sembrada en las almas." Todo esto surgió de una obra interior: de la oración, de unión con Dios mediante la oración. En esta unión, en esta incesante comunicación, los santos recibieron de Dios las gracias de luz para la conversión para las almas; y así su ministerio fue bendecido por Dios.

Incluso hubo santos que ejercieron una acción poderosa sobre muchísimos prójimos casi exclusivamente por medio de la oración, es decir, no en el ruido de la acción exterior sino en el silencio de la comunión de los santos. Como fue el caso, Padre Flavio, de su querida santa Teresa del Niño Jesús, la que, según cree la Iglesia, hizo un gran bien a una grandísima cantidad de almas sin haber salido nunca de su clausura. Ella -declarada por la Iglesia patrona universal de las misiones- es la santa de los incapacitados, de los inhabilitados, de los que, como Cristo y con Cristo, están inmovilizados por clavos que los fijan a su cruz.

En fin...

Querido Padre Flavio, que la Santísima Virgen María, Madre de Dios y nuestra Madre, haga que su alma, ahora sacerdotal, reciba todas las bendiciones de Cristo.

Que Ella le consiga del Cielo la bendición de una caridad ardiente y de los frutos abundantes que surgen del amor a Dios y al prójimo por Dios.

La bendición de ser un padre bondadoso, un maestro sabio, un juez justo y un pacificador entre los fieles que le sean encomendados por sus superiores.

Que Ella atraiga sobre su alma la bendición de una fe profunda y combativa en estos tiempos de apostasía, la bendición de una firmísima esperanza, y la de un corazón consumido por el fuego del Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María.

La bendición de una viva ejemplar en la prudencia, en la justicia, en la fortaleza, en la templanza, en la humildad, en la paciencia, en la mansedumbre, en la castidad y en todas la virtudes cristianas.

Nuestra Señora, en fin, querido Padre, le procure la bendición de ir siempre por el camino de los sacerdotes fieles y de todos los santos, que es el camino del amor a la cruz y de la oración, a fin de que usted sea instrumento de Dios para la salvación de muchas almas, a mayor gloria de Dios.

P. Trincado, 13 de octubre de 2024.

Este sermón fue hecho a partir de textos textos de San Alfonso y del P. Emmanuel-André.