Cita de las páginas 229 y 230 del libro El Gran Desconocido - El espíritu Santo y sus Dones, por el P. Antonio Royo Marín O.P., 6ª edición:
Existe una fórmula magnífica, difundida entre
muchas comunidades religiosas, para expresar al Espíritu Santo nuestra entrega total y perfecta consagración a su divina persona. Claro está que no basta
recitar una plegaria, por muy sublime que sea; es
menester vivir esa perfecta consagración que con ella
queremos expresar. Pero no cabe duda que, recitando y saboreando despacio la magnífica fórmula que
recogemos a continuación, acabaremos por lograr de
la divina misericordia una perfecta sintonización
entre nuestra vida y lo expresado por esa ferviente
oración.
Ignoramos quién sea el autor de esta preciosa oración. Solía propagarla entre las almas selectas el santo padre Arintero, O. P., fundador de la revista «La vida sobrenatural» y muerto en Salamanca el 20 de febrero de 1928 en olor de santidad. Está ya introducida en Roma la causa de su beatificación. Ignoramos si la Consagración al Espíritu Santo la escribió él mismo o la recibió de alguna de las grandes almas que él supo dirigir hasta las cumbres de la santidad.
Hela aquí:
¡Oh Espíritu Santo, lazo divino que unís al Padre con el Hijo en un inefable y estrechísimo lazo de amor! Espíritu de luz y de verdad, dignaos derramar toda la plenitud de vuestros dones sobre mi pobre alma que solemnemente os consagro para siempre, a fin de que seáis su preceptor, su director y su maestro. Os pido humildemente fidelidad a todos vuestros deseos e inspiraciones y entrega completa y amorosa a vuestra divina acción.
¡Oh Espíritu Creador! Venid, venid a obrar mi renovación por la cual ardientemente suspiro; renovación y transformación tal que sea como una nueva creación, toda de gracia, de pureza y de amor, con la que dé inicio de veras a la vida enteramente espiritual, celestial, angélica y divina que pide mi vocación cristiana.
Espíritu de santidad, conceded a mi alma el contacto de vuestra pureza y quedará ¡más blanca que la nieve! ¡Fuente sagrada de inocencia, de candor y de virginidad, dadme a beber de vuestra agua divina, saciad la sed de pureza que me abrasa, bautizándome con aquel bautismo de fuego cuyo divino baptisterio es vuestra divinidad, sois Vos mismo!
Envolved todo mi ser con vuestras llamas purísimas. Destruid, devorad, consumid en los ardores del puro amor todo cuanto haya en mí que sea imperfecto, terreno y humano; cuanto no sea digno de Vos.
Que vuestra divina unción renueve mi consagración como templo de la Santísima Trinidad y como miembro vivo de Jesucristo, a quien con mayor perfección aún que hasta aquí, ofrezco mi alma, cuerpo, potencias y sentidos con todo cuanto soy y tengo.
Heridme de amor ¡oh Espíritu Santo!, con uno de esos toques íntimos y substanciales, para que a la manera de saeta encendida, hiera y traspase mi corazón, haciéndome morir para mí mismo y para todo lo que no sea el Amado; tránsito feliz y misterioso que sólo Vos podéis obrar ¡oh Espíritu Divino!, que anhelo y pido humildemente.
Cual carro de divino fuego, arrebatadme de la tierra al cielo, de mí mismo para Dios, haciendo que more ya en aquel paraíso que es su Corazón.
Infundidme el verdadero espíritu de mi vocación y las grandes virtudes que exige y son prenda segura de santidad: el amor a la cruz y a la humillación y el desprecio de todo cuanto es transitorio. Dadme sobre todo una humildad profundísima y un santo odio contra mí mismo.
Ordenad en mí la caridad y embriagadme con el vino que engendra vírgenes.
Que mi amor a Jesús sea perfectísimo, hasta llegar a la completa enajenación de mí mismo, a aquella celestial locura que hace perder el sentido humano de todas las cosas, para seguir las luces de la Fe y los impulsos de la gracia.
Recibidme, pues, ¡oh Espíritu Santo!, que del todo y por completo me entregue a Vos.
Poseedme, admitidme en las castísimas delicias de vuestra unión, y en ella desfallezca y expire de puro amor, al recibir vuestro ósculo de paz.
Amén.