sábado, 8 de julio de 2023

LA INFESTACIÓN HOMOSEXUAL EN LA IGLESIA CATÓLICA

(S.A. McCarthy en Crisis Magazine) - Los obispos católicos de España han publicado un informe sobre abusos sexuales cometidos por clérigos, basado en el testimonio de casi mil víctimas de abusos y que revela la asombrosa cifra de 728 depredadores, de los cuales más del 99% eran varones. El informe también reveló que casi el 82% de las víctimas eran hombres.

Esta estadística no debería asombrarnos, ya que es coherente con los informes sobre abusos sexuales cometidos por clérigos en todo el mundo, lo que demuestra que el principal problema, e incluso la raíz, de los abusos sexuales cometidos por clérigos es la homosexualidad.

En 2004, la Conferencia Episcopal estadounidense encargó el ahora famoso informe al John Jay College of Criminal Justice, según el cual el 81% de las víctimas de abuso sexual por parte del clero eran hombres. En Francia, un informe sobre abusos sexuales cometidos por el clero que se ha convertido en punto de referencia y que se publicó en 2021, informaba que más de 330.000 niños sufrieron abusos por parte de sacerdotes y otros empleados diocesanos y señalaba que el 80% de las víctimas eran hombres. En Irlanda, emergen historias de abuso sexual generalizado por parte del clero en escuelas solo para varones. Asimismo, una investigación aún no concluida sobre abusos por parte del clero en Portugal encontró que la mayoría de las víctimas eran hombres y que el lugar más habitual de los abusos eran los seminarios.

La naturaleza homosexual de la actual crisis de abusos de la Iglesia también se manifiesta en miembros de la jerarquía. Quizá el ejemplo más notable sea el del ex cardenal Theodore McCarrick. En 2018 se reveló que el que fuera arzobispo de Washington, D.C., era un abusador sexual en serie, que abusó y violó a niños y adultos, todos varones. El coto de caza favorito de McCarrick era el seminario.

Otro ejemplo destacado de la infestación homosexual de la Iglesia ha sido Marcial Maciel, un sacerdote mexicano que fundó los Legionarios de Cristo y su rama laica, Regnum Christi. Maciel fue acusado de abusar de al menos 60 niños, casi todos varones, y de abusar de jóvenes en el seminario que dirigía. Tuvo seis hijos de manera ilícita, de los que también abusó.

Un caso más reciente es el del obispo argentino Gustavo Zanchetta, que fue condenado el año pasado a cuatro años y medio de prisión por abusar sexualmente de seminaristas. Una secretaria denunció a Zanchetta ante el Vaticano en 2015 tras encontrar porno gay en su teléfono móvil. Sorprendentemente, se creyó la afirmación del obispo de que su teléfono había sido pirateado.

Sin embargo, la infestación homosexual de la jerarquía de la Iglesia no queda relegada únicamente a los abusadores. El difunto arzobispo de Milwaukee, Wisconsin, Rembert Weakland, se retiró en 2002 después de que se revelara que había pagado casi medio millón de dólares a un seminarista con el que había mantenido una relación homosexual. Monseñor Jeffrey Burrill, ex secretario general de la Conferencia Episcopal de EE.UU., dimitió de ese cargo en 2021 tras revelarse que había utilizado habitualmente la aplicación de contactos gay Grindr, incluso en saunas y bares gays. El sacerdote polaco Krzysztof Charamsa, que enseñó en universidades pontificias antes de trabajar para la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, se declaró gay en 2015.

Una encuesta de Los Angeles Times publicada en 2002 estimaba que el 15% de los sacerdotes católicos eran abiertamente homosexuales. En su libro La faz cambiante del sacerdocio, el difunto padre Donald Cozzens estimaba que entre el 20 y el 60 por ciento de los sacerdotes católicos son homosexuales. Y en 2013, un informe de Vanity Fair afirmaba que el porcentaje de sacerdotes católicos homosexuales es significativamente mayor que en la población general.

En su libro de 2019 Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano, el escritor e investigador francés Frédéric Martel estimaba que casi el 80% del clero vaticano era gay; confirmaba también que el fallecido cardenal Angelo Sodano, en su día secretario de Estado vaticano, era gay.

Martel, él mismo abiertamente gay, relaciona explícitamente la homosexualidad oculta de los prelados católicos con la actual crisis de abusos sexuales en la Iglesia. Escribió que «detrás de la mayoría de los casos de abusos sexuales, hay sacerdotes y obispos que han protegido a los agresores a causa de su propia homosexualidad, porque tenían miedo que esta saliera a la luz en caso de escándalo». Explicó además que «la cultura del secreto necesaria para mantener el silencio sobre la alta prevalencia de la homosexualidad en la Iglesia ha permitido que se oculten los abusos sexuales y que los prelados actúen».

Mientras gran parte del mundo occidental celebraba la sodomía durante el «mes del orgullo», merece la pena examinar el daño que la homosexualidad ha causado a la Iglesia católica, dejando a cientos de miles de niños y jóvenes heridos, confundidos y avergonzados. El gran Doctor de la Iglesia San Agustín escribió una vez: «Fue el orgullo lo que convirtió a los ángeles en demonios».  También es el orgullo lo que ha convertido a los sacerdotes en depredadores. Pero Agustín también ofrece una solución: «Es la humildad la que hace a los hombres como ángeles». Mientras el resto del mundo se vuelve loco por el «orgullo», los católicos harían bien en emular la antítesis divina del orgullo, la humildad. Y no hay mejor ejemplo de esta noble virtud que Cristo mismo.

Aunque el cristiano de mentalidad moderna prefiere pensar en Cristo como una especie de hippie apaciguador con superpoderes, es el propio Cristo quien nos dice lo contrario. Belicoso, Cristo proclama: «No he venido a traer la paz, sino la espada» (Mateo 10,34). Poco antes de su crucifixión, Cristo limpia el Templo de manera violenta, expulsando a quienes corrompen este lugar sagrado. 

Así también, nos dice San Agustín, debemos limpiar la Santa Madre Iglesia. Cuando veamos a nuestros hermanos católicos -y muy especialmente al clero- cometiendo pecados graves, debemos llamarles la atención. San Agustín escribió: «Oponte a los que puedas, detén a los que puedas, aterroriza a los que puedas, halaga a los que puedas; pero no descanses».

Para librar a la Iglesia de la infestación homosexual, la propia infestación homosexual debe ser condenada. La podredumbre homosexual no es una novedad. Pero la revolución sexual y la consiguiente normalización social de la desviación sexual y la degeneración la han empeorado e incluso han llevado a algunos, como el jesuita padre James Martin, a aceptarla, abrazarla e incluso promoverla. 

Afortunadamente, contamos con el ejemplo de los santos. Ya en el siglo XI, San Pedro Damián arremetió contra la homosexualidad en el clero, planteando la pregunta: «Por el amor de Dios, ¿por qué vosotros, malditos sodomitas, perseguís las alturas de la dignidad eclesiástica con tan ardiente ambición?». En 1049, el santo escribió una carta al papa León IX, alertando al pontífice del libertinaje que se estaba produciendo entre el clero y emitiendo una condena ardiente.

Mientras algunos (como el ya mencionado padre James Martin, S.J.) se quejan de que los católicos ortodoxos pueden ser demasiado duros en sus reproches al clero gay, el ejemplo de San Pedro Damián dice lo contrario. Escribió que la homosexualidad «contamina la carne, apaga la luz de la mente, expulsa al Espíritu Santo del templo del corazón humano y da entrada al diablo, el estimulador de la lujuria…. Todo lo mancha, todo lo ensucia, todo lo contamina». 

Es aún más duro con los obispos que mantienen relaciones homosexuales con sus sacerdotes: «¿Quién puede esperar que el rebaño prospere cuando su pastor se ha hundido tan profundamente en las entrañas del diablo que hará una amante de un clérigo, o una mujer de un hombre? Quien, por su lujuria, consignará a un hijo que engendró espiritualmente para Dios a la esclavitud bajo la ley de hierro de la tiranía satánica».

Mirando a Cristo y a sus santos en busca de guía, vemos que el antídoto contra la infestación homosexual, lo que San Pedro Damián llamó una «plaga destructiva» y una «enfermedad supurante», es doble: la humildad y la valentía.

La humildad es la virtud que contrarresta el orgullo. La soberbia es el vicio que permite a los malos obispos sodomizar a sus sacerdotes y, a la mañana siguiente, decir tópicos desde el púlpito; y es la bandera viciosa bajo la que desfilan «los malditos sodomitas» de hoy. La valentía es la antítesis de la cobardía con la que los sacerdotes y los obispos homosexuales ocultan sus pecados entre ellos e incluso con los niños.

En junio, limpiemos el Templo.

Publicado por S.A. McCarthy en Crisis Magazine. Visto en Infovaticana.