domingo, 16 de diciembre de 2012

MONSEÑOR LEFEBVRE: LA INTERRUPCIÓN DE LAS CONVERSACIONES CON ROMA

Visto en Syllabus.


Declaración al respecto de Monseñor Lefebvre

El 5 de mayo de 1988 Monseñor Lefebvre firmó un protocolo de acuerdo con las autoridades romanas, sin embargo de inmediato se interrumpieron las conversaciones con las mismas, lo cual hizo nacer la confusión en algunos espíritus. He aquí la pequeña historia de una gran traición.

Difícilmente se comprende en efecto, esta inte­rrupción sino se ubican los coloquios en su contexto histórico.

Aunque nosotros no haya­mos querido, nunca romper las relaciones, con la Roma Conciliar, aún después de la primera visita del 11 de no­viembre de 1974 que fuera seguida por medidas sectarias y nulas —la clausura de la Obra el 6 de mayo de 1975 y la suspensión en julio de 1976—, estas relaciones no podían tener lugar más que en un clima de desconfianza.

Louis Veuillot dice que no hay mayor sectario que un li­beral; pues, comprometido con el error y la Revolución se siente condenado por aquellos que permanecen en la Verdad y así, si posee el poder, los persigue con encarnizamiento. Es nuestro caso y el de todos aquellos que se opusieron a los textos liberales y a las refor­mas liberales del Concilio.

Quieren absolutamente que tengamos un complejo de cul­pabilidad respecto a ellos, siendo ellos los culpables de dupli­cidad.

Es pues en un clima siempre tenso, aunque educado, que las relaciones tenían lugar con el Cardenal Seper y con el Car­denal Ratzinger entre los años '76 y '87, pero también con una cierta esperanza de que al acelerarse la autodemolición de la Iglesia acabarán mirándo­nos con benevolencia.

Hasta allí, para Roma, el objetivo de las relaciones era el hacernos aceptar el Concilio y las reformas y hacernos reco­nocer nuestro error. La lógica de los acontecimientos debía llevarme a pedir un sucesor o dos o tres para asegurar las ordenaciones y las confirma­ciones. Ante la negativa persis­tente de Roma, el 29 de junio de 1987, anunciaba mi deci­sión de consagrar Obispos.

El 28 de julio el Cardenal Ratzinger abría nuevos hori­zontes que podrían hacer pen­sar legítimamente que por fin Roma nos miraba con una mirada más favorable. Ya no se trataba de firmar un documen­to doctrinal ni de pedir perdón sino que un Visitador era finalmente anunciado, la Sociedad, podría ser reconocida, la litur­gia sería la de antes del Conci­lio, los seminaristas permane­cerían con el mismo espíritu…

Aceptamos entonces entrar en este nuevo diálogo pero con la condición de que nuestra identidad fuera bien protegida contra las influencias liberales gracias a Obispos escogidos de entre la Tradición, y con una mayoría de miembros en la Comisión Romana para la Tra­dición. Ahora bien, luego de la visita del Cardenal Gagnon, de la cual aún no supimos nada, las decepciones se acumu­laron.

Las conversaciones que si­guieron en abril y mayo nos decepcionaron mucho. Se nos entrega un texto doctrinal, agregando el Nuevo Derecho Canónico; Roma se reserva cinco miembros sobre los siete de la Comisión Romana, entre ellos el Presidente (que sería el Cardenal Ratzinger) y el vice-presidente.

La cuestión del Obispo es solucionada con dificultad, in­sistían para mostrarnos que no teníamos necesidad de él. El Cardenal nos hizo saber que deberíamos dejar celebrar en­tonces una misa nueva en San Nicolás de Chardonnet. Insiste sobre la única iglesia, la del Vaticano II.

A pesar de estas decepcio­nes, firmo el protocolo el 5 de mayo. Pero la fecha de la con­sagración episcopal causa pro­blemas. Luego un proyecto de carta de pedido de perdón al Papa es puesto entre mis manos.

Para llegar a hacer las consa­graciones episcopales aunque más no fuera el 15 de agosto me veo obligado a escribir una carta amenazando hacerlo.

El clima ya no es en absoluto el de la colaboración frater­na y el del puro y simple reco­nocimiento de la Fraternidad. Para Roma el objetivo de las conversaciones es la reconcilia­ción, como lo dice el Cardenal Gagnon en una entrevista concedida al diario italiano “L’Av­venire”, es decir el regreso de la oveja descarriada al redil. Es lo que yo expreso en la carta al Papa del 2 de junio: “el ob­jetivo de las conversaciones no es el mismo para Vos que para nosotros”.

Cuando pensamos en la his­toria de las relaciones de Roma con los tradicionalistas desde 1965 hasta nuestros días nos vemos obligados a constatar que se trata de una perse­cución cruel y sin descanso pa­ra obligarnos a la sumisión al Concilio. El ejemplo más re­ciente es el del Seminario “Mater Ecclesiae” para los que abandonaron Ecône quienes en menos de dos años fueron puestos a tono con la Revolu­ción Conciliar contrariamente a todas las promesas.

La Roma actual, conciliar y modernista no podrá tolerar jamás la existencia de un brazo vigoroso de la iglesia Católica que con su vitalidad la condena.

Será preciso pues, esperar sin duda algunos años para que Roma reencuentre su Tradi­ción bimilenaria. Nosotros continuamos probando, con la Gracia de Dios, que esta Tradi­ción es la única fuente de san­tificación y de salvación para las almas y la única posibilidad de renovación para la Iglesia.

+ Marcel Lefebvre, Econe, 19 de junio de 1988, Publicada en “Credidimus Caritati” nº 18 de julio de 1988.