PÁGINAS

domingo, 27 de septiembre de 2020

EL ARZ. VIGANÒ HABLA SOBRE EL ACUERDO SECRETO ENTRE EL VATICANO Y CHINA


"Lo que importa es transformar a la Iglesia en el brazo espiritual del Nuevo Orden Mundial con miras a obtener el imprimátur de la máxima autoridad moral del mundo."

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sábado, 26 de septiembre de 2020

COMENTARIO ELEISON Número DCLXXXIX (689) - 26 de septiembre de 2020

 


Arzobispo Transferido

Así los grandes seguidores se convierten en los pequeños sepultureros…
¡Ten piedad, Señor, todos podemos caer!

Hace dos días, los restos mortales de Mons. Lefebvre fueron trasladados de la bóveda junta al Seminario de Écône donde habían descansado temporalmente desde su muerte en 1991, a un espléndido sarcófago en la cripta debajo de la Capilla del Seminario especialmente preparado para su reposo permanente. Todo el esplendor es apropiado para el lugar de sepultura del más grande hombre de Dios, el más grande héroe de la Fe Católica, de los tiempos modernos, el Arzobispo que prácticamente por sí solo salvó la doctrina católica, los sacramentos y el sacerdocio de su corrupción y eliminación por parte de hombres modernos que ya no creían en ellos, por lo menos así como habían sido transmitidos por la fiel Iglesia Católica a lo largo de casi dos mil años.

Y se puede decir que después de su muerte sus sucesores continuaron su trabajo más o menos fielmente por otros 20 años, pero luego en 2012 se produjo un cambio en su Fraternidad San Pío X que obligó a muchas almas a hablar de una Neo-fraternidad, algo así como los cambios en la Iglesia después del Concilio Vaticano II (1962–1965) obligaron a muchos católicos a hablar de una Neo-iglesia, tan radicales fueron los cambios. Desgraciadamente, la ceremonia de traslado de los restos del Arzobispo reflejó este traslado de su obra de la Fraternidad a la Neo-fraternidad, porque no fue celebrada por el actual Superior General, el P. David Pagliarani, sino por su predecesor como Superior General, el principal responsable del traslado de la Fraternidad a la Neo-Fraternidad. Esta elección del predecesor del P. Pagliarani para celebrar un acontecimiento tan destacado en honor del Fundador de la Fraternidad no es ni un buen augurio ni un accidente. Nos recuerda la cita de Nuestro Señor (Mt. XXIII):

29 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis las tumbas de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, 30 diciendo: “Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos participado con ellos en el derramamiento de la sangre de los profetas “.

Puede ser que hoy en día la hipocresía universal de todo un mundo que rechaza a Nuestro Señor sea tan profunda que muchas de las almas que participaron en la ceremonia de hace dos días no eran hipócritas conscientes, Dios lo sabe, ni tan severos para ser condenados como Nuestro Señor condenó a aquellos que Él sabía que estaban a punto de crucificarlo. Porque, en efecto, los líderes de la Fratenidad del Arzobispo fueron hábiles en engañar a los católicos que fielmente seguían al Arzobispo en su “desobediencia” a los líderes normales de la Iglesia. Estos, de hecho, los habían estado llevando de la religión católica de Dios a la religión conciliar del hombre. Sin embargo, objetivamente hablando, el paralelo es claro.

Los fariseos construyeron monumentos en honor a los profetas que ellos mismos también habrían matado. La Neo-Fraternidad construye un sarcófago para su Fundador cuando ella misma se hace amiga de los pachamamistas a los que ya abominaba.

A los fariseos Nuestro Señor prometió enviar mensajeros para denunciar su infidelidad, pero a éstos los matarían igualmente. A la Neo-iglesia y a la Neo-fraternidad envía a un arzobispo Viganò para recordarles su infidelidad. La Neo-iglesia lo mataría. La Neo-fraternidad hace todo lo posible por no prestarle atención.

Los fariseos fueron advertidos por Nuestro Señor de las graves consecuencias de su infidelidad, y de hecho en el año 70 d.C. Jerusalén fue completamente destruida. En cuanto a la Neo-Fraternidad, ha reducido el trabajo del Arzobispo a una impotencia radical, porque la red mundial de la Fe que él construyó está en absoluta necesidad de nuevos obispos para mantener esa Fe, pero por la negativa de la Neo-Fraternidad a consagrar nuevos obispos sin el consentimiento de los pachamamistas, está rechazando nuevos obispos que mantengan la fe de Mons. Lefebvre, porque los pachamamistas nunca consentirán a obispos que defiendan esa fe.

En resumen, los miembros de la Neo-fraternidad permitieron que el predecesor del P. Pagliarani honrara el lugar de sepultura de su Fundador, quien hizo más que nadie para enterrar su obra. ¿Se dan cuenta que estan contribuyendo al traslado de una obra de heroes en un parque de Neo-phariseos, obedientes al NOM?

Kyrie eleison.

 

martes, 22 de septiembre de 2020

EL ARZ. VIGANÒ SOSTIENE QUE EL CONCILIO VATICANO II NO PUEDE SER INTERPRETADO A LA LUZ DE LA TRADICIÓN


..."los modernistas se fijan en la sustancia del mensaje revolucionario que quieren transmitir, y para dotarlo de una autoridad que no tiene ni debe tener la magisterializan mediante la forma del Concilio, publicándola en actas oficiales. Sabe bien que está forzando las cosas, pero se vale de la autoridad de la Iglesia –la cual en circunstancias normales rechaza y refuta- para que sea prácticamente imposible condenar esos errores, que fueron ratificados nada menos que por la mayoría de los padres sinodales. La instrumentalización de la autoridad con fines contrarios a los que la legitiman es una estratagema de lo más astuta: por una parte se garantiza una especie de inmunidad, de escudo canónico, a doctrinas heterodoxas o próximas a la herejía; por otra, se permite aplicar sanciones a quien denuncia tales desviaciones, todo en virtud de un respeto formal a las formas canónicas. En el ámbito civil, este comportamiento es típico de las dictaduras. Si esto ha sucedido también en el seno de la Iglesia, es porque los cómplices de dicho golpe de estado carecen del menor sentido de los sobrenatural, no temen a Dios ni a la condenación eterna y se consideran partidarios del progreso investidos de una misión profética que legitima todos sus nefandos actos, al igual que las masacres comunistas son realizadas por funcionarios de partido convencidos de que promueven la causa del proletariado."

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lunes, 21 de septiembre de 2020

COMENTARIO ELEISON Número DCLXXXVIII (688) - 19 de septiembre de 2020

 


Madiran Introducido

“Pensar” hoy es la disolución del pensamiento.
¿Madiran? ¡La destitución de la disolución!

Como hija mayor de la Iglesia, Francia siempre ha tenido pensadores y escritores en la vanguardia de la defensa de la Iglesia, y los tiempos modernos no son una excepción. En la confusión y el desorden de los católicos que surgieron inmediatamente después de la clausura del Concilio Vaticano II en 1965, un destacado pionero de lo que vendría a ser el pensamiento “tradicional” fue el francés Jean Madiran (1920–2013), creador y editor de la revista mensual derechista y nacionalista ” Itinéraires ” (Itinerarios) de 1956 a 1996. Ya un auténtico defensor de la fe antes del Concilio, hizo de su revista un elemento central de esa defensa después del Concilio, cuando se convirtió en una lectura esencial para muchos católicos que trataban de no perder la cabeza ni la fe.

En los años sesenta, Madiran contribuyó ciertamente a mantener en Francia este público instruido que serviría de apoyo esencial en los años setenta para que Monseñor Lefebvre pudiera dirigir un movimiento “tradicional” en Francia para oponerse a la destrucción de la Iglesia desde el interior por el clero conciliar. Madiran y su revista pueden haber ayudado seriamente al Arzobispo a llegar a su trascendental decisión, a finales de los años sesenta, de fundar en la Suiza francesa la Fraternidad San Pío X, destinada a hacer su decisiva contribución a la salvación de la Tradición Católica durante los próximos 40 años. La única vez que este escritor puede recordar haber visto correr al Arzobispo fue cuando Madiran visitó una vez el seminario de Écône, y el Arzobispo tuvo que alcanzarlo justo antes de que regresara a París.

Desgraciadamente, la colaboración de ellos llegó a su fin cuando Juan Pablo II se convirtió en Papa, y Madiran pensó que rescataría a la Iglesia, pero en lo que respecta al Arzobispo, Madiran había tenido su buena influencia, y la “Tradición” desde ahora estaba bien establecida. Hoy debemos recordar lo impensable que era en los años ‘50 y ‘60 que los católicos dudaran de su clero. Aquí está el enorme mérito de Madiran: una verdadera fe no sacudida por una casi entera jerarquía católica descarriada, junto con el valor de levantarse y escribir en público contra la multitud de gente que o seguía “fielmente” a esa jerarquía por “obediencia”, o que sin fe se regocijaba en el socavamiento de la Iglesia por la masonería. El hecho de que Madiran se dejara engañar posteriormente por Juan Pablo II sólo atestigua la fuerza del magnetismo de Roma que durante un período crucial de tiempo Madiran mismo abia logrado superar al servicio de la Verdad Católica.

Que hubo en él algo que nunca vaciló es sugerido por el hecho de que entre todos los libros que escribió en una larga y productiva vida, aquel en el que él mismo dijo que lo mejor dijo lo que esencialmente quería decir era el libro que vamos a ver en estos “Comentarios Eleison” – L’hérésie du vingtième siècle, La Herejía del Siglo XX. Apareció por primera vez en 1968, en otras palabras, en el fragor de la controversia en torno al Vaticano II. Contiene un Prólogo y seis Partes, haciendo quizás siete números de estos “Comentarios”, porque el libro es un clásico, aunque no haya tenido muchas – o ninguna – traducción.

Es un clásico porque se necesita un filósofo tomista para reconocer y corregir al modernismo – ¿cómo se analiza una niebla? – y Madiran era un filósofo tomista. Pero no cualquier filósofo tomista, porque la mayoría de los obispos del Vaticano II habían sido entrenados en su seminario o congregación en los principios de la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Pero no habían aprendido o entendido cómo esos principios se aplican a la realidad. Esto se debe a que es relativamente fácil enseñar esa filosofía como una guía telefónica coherente, es decir, independentemente de la realidad. Los alumnos católicos son dóciles y se lo beben todo, sin comprender necesariamente que el tomismo es el único relato posible de la única realidad que nos rodea. ¿Pero quién puede enseñar la realidad a los alumnos nacidos en la calefacción central, y criados en la televisión? Madiran era de una generación anterior, lo que ayuda, pero incluso entonces, para ver el modernismo tan claramente como él, necesitaba una gracia especial de realismo, como para de Corte, Calderón y algunos otros selectos.

Abróchense los cinturones. Madiran vale la pena. En las semanas que vienen, su Prólogo.

Kyrie eleison.

 

lunes, 14 de septiembre de 2020

COMENTARIO ELEISON Número DCLXXXVII (687) - 12 de septiembre de 2020

 


Realidad Económica

Los hombres, enmarcados en el Orden de Dios, ¿desobedecen?
Según el mismo Orden, tendrán que pagar.

Es de miopes decir que la economía no tiene nada que ver con la religión, porque la economía (las relaciones materiales entre los hombres) fluye de la política (las relaciones humanas entre los hombres), y la política (las relaciones de un hombre con sus semejantes) desciende necesariamente de sus relaciones con su Dios (su religión). En este momento los Estados Unidos han sido llevados al borde de una tremenda crisis económica, y con los EE.UU., el resto del mundo. Intentemos ver esta crisis en algo más que una simple perspectiva material, para evitar que la situación parezca no tener sentido, si y cuando muchas cosas pronto se derrumben.

El dinero juega en la vida económica de una nación un papel tan esencial como el del aceite en el motor de un coche. Es normal que el gobierno de cualquier Estado quiera controlar la creación del dinero en ese Estado. No es normal que los ciudadanos privados controlen el dinero de su Estado porque se arriesgan a hacerlo por sus propios intereses, y no por el bien común. Sin embargo, hoy en día, en todo el mundo, el dinero de los Estados está controlado por bancos centrales que son estrictamente independientes de estos Estados. En los Estados Unidos, en particular, la Constitución de 1787 establecía que el dinero del nuevo Estado debía ser creado y controlado por el gobierno (el Congreso), y esta fue la situación normal hasta 1913, cuando un consorcio de ciudadanos privados, hombres de dinero, después de muchos intentos vanos, logró por fin engañar al Congreso para que entregara a la “Reserva Federal”, su flamante banco central, todo el poder sobre el dinero de los Estados Unidos.

Estos hombres de dinero habían prometido que la Fed (Reserva Federal), como se llegó a conocer, resolvería el problema de las crisis económicas recurrentes, como el ciclo de auge y caída de la economía. No hizo nada de eso, al contrario, los empeoró aún más, como la Gran Depresión de 1929 y los años siguientes, y como ahora la Depresión de 2020 que corre el riesgo de hacer que 1929 parezca un picnic, como de despojar a los Estados Unidos de su prosperidad y esclavizar su libertad, convirtiendo a todos los ciudadanos americanos en esclavos de la deuda. La clase media pronto dejará de existir. ¿Podría haber sucedido esto si hubieran escuchado a Nuestro Señor? – imposible! El decía: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura”. In cambio, la media clase se había dejado hechizar por la promesa de la Fed de dinero cada vez más fácil.

Porque en la vida real el dinero es difícil de conseguir, y hay que ganarlo con el sudor de la frente de un trabajador. Esa es la economía real donde las cuentas y la renta deben ser pagadas, donde los bienes y servicios reales son producidos generando riqueza real, por ejemplo, la industria y el comercio que creó el éxito material y el prestigio de los EE.UU. Pero también está el mundo de las finanzas que se encuentra en la cima de la economía real, como Wall Street sobre Main Street, mundo en que se puede inventar alguna forma fantástica o diseñada de evitar realidades como las facturas y renta, mundo en que el dinero crece a partir de la inversión, el apalancamiento y la especulación, donde por ejemplo un joven banquero puede en pocos días arruinar un banco centenario (Barings, 1995). Es un mundo abierto a la propaganda, a la manipulación y a la fantasía, susceptible de estar cada vez menos atado al mundo real, susceptible de ser arrastrado por los sueños de una riqueza ilimitada a costa de ningún esfuerzo. ¡Este tipo de sueños no son católicos!

Pero la Reserva Federal lo dejó abierto desde 1987, en 2008 y en 2019 en particular. En 1987 Alan Greenspan se convirtió en Presidente de la Fed y comenzó a fomentar las finanzas de fantasía sobre la economía real. A los bancos comerciales se les permitió especular con el dinero de sus clientes. En 2008 su malinversión generó una enorme crisis económica, “resuelta” por la Fed empezando a crear fabulosas cantidades de “dinero” de la nada. En 2019, mientras el público estaba cada vez más enganchado al dinero de fantasía, el balance público de la Reserva Federal despegó hasta la completa irrealidad, siete trillones de dólares y contando, y ahora está estrellando la economía real con el corona-pánico, para luego “pagar” las deudas de la crisis en las que todo el mundo se mete con sus trillones irreales, pero convirtiendo al mundo entero en verdaderos esclavos.

¿Y la solución? Dios es la realidad suprema. Que los hombres vuelvan a Él, y su perspectiva de ellos cambiará totalmente, y estas fantasías de Sus enemigos comenzarán a disiparse, como la niebla en el sol de la mañana.

Kyrie eleison.

 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

EL ARZ. VIGANÒ VUELVE A ARREMETER CONTRA EL VATICANO II



..."los buenos, con su concepto distorsionado de obediencia absoluta, obedeciendo incondicionalmente a los pastores fueron inducidos a desobedecer a Cristo."



Respuesta de monseñor  Carlo Maria Viganò al P. Raymond J. de Souza en el debate en torno al Concilio


Hace algunos días, poco después de otro artículo de contenido análogo publicado por el P. Thomas Weinandy (aquí), el P. Raymond J. de Souza escribió un comentario titulado ¿Promueve el cisma el rechazo del Concilio por parte de monseñor Viganò? El autor expone a continuación lo que piensa: «En su último testimonio, el exnuncio manifiesta una postura contraria a la fe católica en cuanto a la autoridad de los concilios ecuménicos».

Puedo comprender que en ciertos aspectos mis intervenciones resulten bastante molestas a quienes apoyan el Concilio, y que poner su ídolo en tela de juicio suponga un motivo suficiente para incurrir en las más severas sanciones canónicas tras haber dado la alarma alertando de cisma. A la molestia de esos va unido cierto enojo por ver -pese a mi decisión de no hacer apariciones públicas- que mis intervenciones despiertan interés y fomentan un saludable debate sobre el Concilio, y más en general sobre la crisis de la jerarquía eclesiástica. No me atribuyo el mérito de haberlo iniciado; antes de mí, eminentes prelados e intelectuales de alto nivel ya habían puesto en evidencia que hace falta una solución. Otros han puesto de relieve la relación de causa-efecto entre el Concilio Vaticano II y la apostasía actual. Ante tan numerosas y argumentadas denuncias, nadie ha propuesto jamás soluciones válidas o aceptables; por el contrario, para defender el tótem conciliar se ha recurrido a desacreditar al interlocutor, a condenarlo al ostracismo y a la acusación genérica de querer atentar contra la unidad de la Iglesia. Esta última acusación resulta tanto más grotesca cuando más patente es el estrabismo de los acusadores que desenfundan el martillo de herejes contra quienes defienden la ortodoxia católica mientras se desloman haciendo reverencias a los eclesiásticos, religiosos y teólogos que atentan a diario contra la integridad del Depósito de la Fe. Las dolorosas experiencias de tantos prelados, entre los que destaca sin duda monseñor Marcel Lefebvre, confirman que también en ausencia de acusaciones concretas hay quienes consiguen valerse de las normas canónicas para perseguir a los buenos, guárdandose al mismo tiempo de utilizarlas contra los verdaderos cismáticos y herejes.

Es inevitable recordar a este respecto a aquellos teólogos que habían sido suspendidos por sus enseñanzas, apartados de los seminarios o sancionados con censuras por el Santo Oficio, y que precisamente por esos méritos suyos fueron convocados al Concilio como asesores y peritos. Entre ellos se encuentran los rebeldes de la teología de la liberación que fueron amonestados durante el reinado de Juan Pablo II y rehabilitados por Bergoglio, por no  mencionar a continuación a los protagonistas del Sínodo para la Amazonía y los obispos del  camino sinodal  que promueven una iglesia nacional alemana herética y cismática. Sin olvidar a los obispos de la secta patriótica china, plenamente reconocidos y promovidos por el acuerdo entre el Vaticano y la dictadura comunista de Pekín.

El padre De Souza y el padre Weinandy, sin entrar a valorar los argumentos que expuse y que ambos califican desdeñosamente de intrínsecamente cismáticos, deberían tener la  buena educación de leer mis intervenciones antes de censurar mi pensamiento. En ellas encontrarían el dolor y el trabajo que en los últimos años me llevó por fin a entender que había sido llamado a engaño por aquellos a quienes, constituidos de autoridad, jamás se les habría ocurrido replicar a esta farsa y haber denunciado este engaño: laicos, eclesiásticos y prelados se encuentran en la dolorosa situación de tener que reconocer un fraude astutamente tramado, fraude que a mi juicio consistió en servirse de un concilio para dar visos de autoridad a las iniciativas de los novadores y granjearse la obediencia del clero y del pueblo de Dios. Esa obediencia ha sido fingida por los pastores, sin la menor excepción, para derribar desde dentro la Iglesia de Cristo.

He escrito y declarado en varias ocasiones que precisamente a raíz de dicha falsificación los fieles, respetuosos para con la autoridad de la Jerarquía, no se han atrevido a desobedecer en masa la imposición de doctrinas heterodoxas y ritos protestantizados. Por otra parte, esa revolución no se ha producido de golpe y porrazo, sino siguiendo un proceso, por etapas, en que las novedades introducidas a modo de experimento terminaban por volverse norma universal con vueltas de tuerca cada vez más apretadas.

Asimismo, he recalcado varias veces que si los errores y equívocos del Concilio ecuménico formulados por un grupo de obispos alemanes y holandeses no se hubieran presentado so capa de la autoridad de un concilio habrían merecido probablemente la condena del Santo Oficio, y sus escritos incluidos en el Índice. Tal vez por eso mismo quienes alteraron los esquemas preparatorios del Concilio se encargaron, durante el pontificado de Pablo VI, de debilitar la  Suprema Congregación y suprimir el Índice de libros prohibidos, en el cual en otros tiempos habrían terminado sus propios escritos.

De Souza y Weinandy sostienen evidentemente que no es posible cambiar de opinión, y que es preferible seguir en el error a desandar lo andado. Pero esa actitud es muy extraña: multitudes de cardenales y obispos, de sacerdotes y laicos, de frailes y monjas, de teólogos y moralistas y de laicos e intelectuales católicos han considerado que en nombre de la obediencia a la Jerarquía se les ha impuesto el deber de renunciar a la Misa Tridentina y que se la sustituyan por rito calcado del Book of Commom Prayer de Cranmer*; que se han abandonado tesoros de doctrina, de moral, de espiritualidad y un patrimonio artístico y cultural de valor incalculable, borrando  dos mil años de Magisterio en nombre de un Concilio que además se ha querido pastoral en vez de dogmático. Les han dicho que la Iglesia conciliar se ha abierto por fin al mundo, que se ha liberado del odioso triunfalismo postridentino, de incrustaciones dogmáticas medievales, de oropeles litúrgicos, de la moral sexofóbica de San Alfonso, del nocionismo del Catecismo de San Pío X y del clericalismo de la curia pacelliana. Se nos ha pedido renunciar a todo en nombre del Concilio; transcurrido medio siglo, ¡observamos que no se ha salvado nada de lo poco que al parecer había quedado vigente! (*El Book of Common Prayer fue un libro devocional publicado en el 1552 por el arzobispo anglicano Thomas Crammer a raíz de la reforma de Enrique VIII con oraciones y lecturas para los protestantes ingleses. N. del T.)

Y sin embargo, si repudiar la Iglesia Católica preconciliar para abrazar la renovación postconciliar ha sido recibido como un gesto de gran madurez, como un signo profético, una manera de estar a tono con los tiempos y, en definitiva,  algo inevitable e incontestable, repudiar hoy un experimento fallido que ha llevado a la Iglesia al colapso se considera señal de incoherencia o insubordinación, según el lema de los novadores: ni un paso atrás. En aquel entonces la revolución era saludable y obligada; ahora la restauración sería dañina y fomentaría divisiones. Antes se podía y debía renegar del glorioso pasado de la Iglesia en nombre del aggionarmento; hoy en día se considera cismático poner en tela de juicio varias décadas de desviaciones. Pero lo más grotesco es que los defensores del Concilio sean tan inflexibles con quienes niegan el Magisterio preconciliar mientras estigmatizan con la jesuítica y denigrante calificación de rígidos a los que por coherencia con dicho Magisterio se niegan a aceptar el ecumenismo y el diálogo interreligioso (que han desembocado en Asís y en Abu Dabi), la nueva eclesiología y la reforma litúrgica nacidos del Concilio Vaticano II.

Es evidente que nada de esto tiene fundamento filosófico, no digamos teológico. El superdogma del Concilio se impone por encima de todo. Todo lo anula, todo lo deroga, pero no tolera que se lo trate de la misma manera. Pero eso mismo confirma que el Concilio, aun siendo un concilio ecuménico legítimo –como ya he afirmado en otras ocasiones– no es como los demás, porque si lo fuera, los concilios y el Magisterio anterior deberían ser vinculantes (no sólo de palabra), lo cual habría impedido que se formularan los errores contenidos o implicados en los textos conciliares. Una ciudad dividida contra sí misma…

De Souza y Weinandy no quieren reconocer que la estratagema adoptada por los novadores fue de lo más astuta: conseguir que se apruebe la revolución bajo un aparente respeto a las normas por parte de cuantos pensaban que se trataba de un concilio católico como el Vaticano I; afirmar que se trataba de un concilio meramente pastoral y no dogmático; hacer creer a los padres conciliares que los puntos delicados se organizarían y se aclararían los equívocos, que toda reforma se reconsideraría en el sentido más moderado… Y mientras los enemigos lo habían organizado todo, hasta los más mínimos detalles, al menos veinte años antes de la convocatoria del Concilio, había quienes creían ingenuamente que Dios impediría el golpe de los modernistas, como si el Espíritu Santo pudiera actuar contra la voluntad subversiva de los novadores. Ingenuidad en la que yo mismo caí junto a la mayoría de mis compañeros en el episcopado, formados y criados en la convicción de que a los pastores –y en primer lugar y por encima de todos al Sumo Pontífice– se les debía obediencia incondicional. De ese modo los buenos, con su concepto distorsionado de obediencia absoluta, obedeciendo incondicionalmente a los pastores fueron inducidos a desobedecer a Cristo, precisamente por quienes tenían muy claros sus objetivos. En este caso también salta a la vista que la aceptación del magisterio conciliar no ha impedido el disenso con el Magisterio perenne de la Iglesia, sino que más bien lo ha exigido como lógica e inevitable consecuencia.

Al cabo de más de cincuenta años todavía no quieren darse cuenta de algo innegable: que se quiso emplear un método subversivo hasta entonces aplicado en los ámbitos político y civil, aplicándolo sin comentarios a la esfera religiosa y eclesial. Este método, típico de quienes tienen un concepto como mínimo materialista del mundo, sorprendió desprevenidos a los padres conciliares, que creyeron sinceramente ver en ello la acción del Paráclito mientras los enemigos supieron hacer trampa en las votaciones, debilitar a la oposición, derogar procedimientos establecidos y presentar normas en apariencia inocuas que luego tendrían un efecto rompedor de sentido contrario. Que aquel concilio tuviera lugar en la basílica del Vaticano, con los padres en mitra, capa pluvial y hábito coral, y Juan XXIII con tiara y manto, era plenamente coherente con una puesta en escena pensada a propósito para engatusar a los participantes para que no se preocuparan y creyeran que al final el Espíritu Santo remediaría los embrollos del subsistit in o los despropósitos sobre la libertad religiosa.

A este respecto, me permito citar un artículo publicado hace unos días en Settimo Cielo, titulado Historicizar el Concilio Vaticano II: así influyó sobre la Iglesia el mundo de esos años (aquí). En él, Sandro Magister nos da a conocer un estudio del profesor Roberto Pertici sobre el Concilio, el cual recomiendo leer en su totalidad pero se puede sintetizar en estos dos párrafos:

La disputa que está encendiendo a la Iglesia sobre cómo juzgar el Vaticano II, no debe ser solo teológica porque, ante todo, lo que hay que analizar es el contexto histórico de ese evento, especialmente de un Concilio que, desde un punto de vista programático, declaró querer abrirse al mundo.

Soy consciente de que la Iglesia -como confirmaba Pablo VI en Ecclesiam suam- está en el mundo pero no es del mundo: tiene valores, comportamientos, procedimientos específicos que no pueden ser juzgados ni enmarcados con criterios totalmente histórico-políticos, mundanos. Por otra parte, hay que añadir, tampoco es un cuerpo separado. En los años sesenta –y los documentos conciliares están llenos de referencias en este sentido– el mundo se dirigía hacia la que hoy llamamos globalización, estaba ya muy condicionado por los nuevos medios de comunicación de masa, se difundían a gran velocidad ideas y actitudes inéditas, emergían formas de mimetismo generacional. Es impensable que un evento de la amplitud y relevancia del Concilio se desarrollara dentro de la basílica de San Pedro sin confrontarse con lo que estaba sucediendo fuera de ella.

A mi entender, esta es una clave interesante para interpretar el Concilio, pues confirma la influencia que tuvo en él el pensamiento democrático. La gran coartada del Concilio fue presentar como decisiones colegiadas y casi como un plebiscito la introducción de novedades que de otro modo serían inaceptables. No fue ciertamente el contenido concreto de las actas ni su futuro alcance a la luz del espíritu del Concilio lo que abrió la puerta a doctrinas heterodoxas que ya se introducían sigilosamente en ambientes eclesiásticos del norte de Europa, sino el carisma de la democracia, asumido de modo casi inconsciente por los obispos del mundo entero en aras de una sumisión ideológica que desde hacía tiempo veía como muchos miembros de la Jerarquía poco menos que se sometían a la mentalidad secular. El ídolo del parlamentarismo surgido de la Revolución Francesa –que tan eficaz resultó para subvertir el orden social en su totalidad– debió de significar para algunos prelados una etapa inevitable de la modernización de la Iglesia que había que aceptar a cambio de una especie de tolerancia por parte del mundo contemporáneo hacia todo lo que ella se empeñaba en ofrecer de lo era antiguo y estaba superado. ¡Craso error! Este sentimiento de inferioridad por parte de la Jerarquía, esta sensación de atraso e insuficiencia ante las exigencias del progreso y de las ideologías traicionaron una visión sobrenatural muy deficiente y un ejercicio aún más deficiente de las virtudes teologales. ¡Es la Iglesia la que debe atraer a sí al mundo, y no al revés! El mundo debe convertirse a Cristo y al Evangelio, sin que se presente a Nuestro Señor como a un revolucionario por el estilo del Che Guevara y a la Iglesia como una organización filantrópica más preocupada por la ecología que por la salvación eterna de las almas.

Afirma De Souza, al contrario de cuanto he escrito, que yo he calificado al Concilio de «concilio del Diablo». Me gustaría saber de dónde sacó esas supuestas palabras mías. Supongo que sea una interpretación errónea y atrevida que hizo de la palabra italiana conciliabolo [conciliábulo], según la etimología latina, que no corresponde al significado actual en italiano.

Deduce de esta errónea traducción suya que tengo «una postura contraria a la fe católica en lo que se refiere a la autoridad de los concilios ecuménicos». De haberse tomado la molestia de leer mis declaraciones al respecto, habría entendido que precisamente porque profeso la mayor veneración por los concilios ecuménicos y por todo el Magisterio en general, no me es posible conciliar las clarísimas enseñanzas ortodoxas de todos los concilios hasta el Vaticano II con las equívocas y a veces heterodoxas de este último. Y no creo que sea el único. El mismo P Weinandy no es capaz de conciliar el papel del Vicario de Cristo con Jorge Mario Bergoglio, que es al mismo tiempo ocupante y demoledor del cargo. Pero para De Souza y Wenandy, contra toda lógica, es posible criticar al Vicario de Cristo pero no al Concilio; a ese concilio, y no a otro. La verdad es que nunca he visto tanta solicitud en recalcar los cánones del Concilio Vaticano I cuando algunos teólogos hablan de redimensionamiento del Papado o de sentido sinodal. Tampoco he visto tantos defensores de la autoridad del de Trento mientras se niega la esencia misma del sacerdocio católico.

Cree De Souza que con mi carta al P. Weinandy yo buscaba en él un aliado. Aunque fuese cierto, no creo que tuviera nada de de malo en tanto que dicha alianza tuviera por objeto la defensa de la Verdad en el vínculo de la Caridad. En realidad, mi intención fue lo que vengo declarando desde el principio: establecer una comparación que permita entender mejor la crisis actual y sus causas para que la autoridad de la Iglesia pueda pronunciarse a su debido tiempo. Jamás me he permitido imponer una solución definitiva ni resolver cuestiones que quedan fuera de mis competencias como arzobispo y caen directamente bajo la jurisdicción de la Sede Apostólica. No es, por tanto, lo que afirma el P. De Souza, y tampoco lo que incomprensiblemente me atribuye el P. Weinandy, que haya caído «en el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo». Tal vez podría creer en la buena fe de ambos si tuvieran la misma severidad al juzgar a nuestros adversarios comunes y a ellos mismos, pero desgraciadamente no me parece que sea así.

Dice el P. De Souza: «Cisma. Herejía. Obra del Diablo. Pecado imperdonable. ¿Cómo pueden aplicarse ahora estas palabras al arzobispo Viganò por voces respetadas y escuchadas?» Creo que la respuesta es ya bastante obvia: se ha roto un tabú y se ha iniciado un debate a gran escala en torno al Concilio Vaticano II, debate que hasta ahora estaba restringido a ámbitos muy reducidos del cuerpo eclesial. Lo que más molesta a los partidarios del Concilio es constatar que esta controversia no versa sobre si el Concilio es o no criticable, sino sobre qué se puede hacer para remediar los errores y sus pasajes equívocos. Es un hecho innegable sobre el que ya no cabe ninguna labor de deslegitimación. Lo dice también Magister en Settimo Cielo, refiriéndose a «la disputa que está encendiendo la Iglesia sobre cómo juzgar el Concilio» y a «las controversias que periódicamente se reabren en los medios de comunicación denominados católicos sobre el significado del Vaticano II y el nexo que existiría entre dicho Concilio y la situación actual de la Iglesia». Pretender que se crea que el Concilio está por encima de toda crítica es falsificar la realidad, independientemente de las intenciones de quien critica su carácter equívoco y su heterodoxia.

Sostiene además el padre De Souza que el profesor John Paul Meenan habría demostrado en LifeSiteNews (aquí) «los puntos flacos de la argumentación de monseñor Viganò y de sus errores teológicos». Dejo al profesor Meenan el honor de refutar mis intervenciones sobre la base de lo que afirmo, no de cuanto no digo y deliberadamente se quiere malinterpretar. También en este caso, cuánta indulgencia con las actas del Concilio, y qué severidad más implacable hacia quien pone en evidencia las lagunas, hasta el punto de insinuar sospechas de donatismo.

Por lo que respecta a la famosa hermenéutica de la continuidad, me parece evidente que no deja de ser una tentativa -quizás inspirada en un concepto un tanto kantiano de los  asuntos de la Iglesia- de conciliar un preconcilio y un postconcilio, cosa que nunca había sido necesario hacer hasta entonces. Está claro que la hermenéutica de la continuidad es válida y tiene que seguir dentro del discurso católico: en lenguaje teológico se llama analogía fidei, y es uno de los elementos fundamentales a los que debe atenerse el estudioso de las ciencias sagradas. Pero no tiene sentido aplicar ese criterio a un caso aislado que precisamente por su carácter equívoco ha conseguido  expresar o dar a entender lo que por el contrario se debería haber condenado abiertamente, porque supone como postulado que hay verdadera coherencia entre el Magisterio de la Iglesia y el magisterio contrario que actualmente se enseña en las academias, en las universidades pontificias, en las cátedras episcopales y en los seminarios y se predica desde los púlpitos. Pero mientras es ontológicamente necesario que totalidad de la Verdad sea coherente consigo misma, no es posible al mismo tiempo faltar al principio de no contradicción, según el cual dos proposiciones que se excluyen mutuamente no pueden ser ciertas las dos. Así, no puede haber la menor hermenéutica de la continuidad entre sostener la necesidad de la Iglesia Católica para la salvación eterna y la declaración de Abu Dabi, que está en continuidad con las enseñanzas conciliares. No es, por tanto, cierto que rechazo la hermenéutica de la continuidad en sí; sólo cuando no se puede aplicar a un contexto claramente heterogéneo. Pero si esta observación mía resulta infundada y se quieren dar a conocer sus deficiencias, con mucho gusto las repudiaré yo mismo.

En la conclusión de artículo, el P. De Souza pregunta provocativamente: «Sacerdote, curialista, diplomático, nuncio, administrador, reformados, informador… ¿Podría ser que, al final, a esta lista haya que añadir hereje y cismático?» No es mi intención responder a los insultos y las palabras gravemente ofensivas del P. Raymond K.M., que no son propias de un caballero. Me limito a preguntarle: ¿a cuántos cardenales y obispos progres sería superfluo plantearles la misma cuestión, sabiendo de antemano que la respuesta es lamentablemente positiva? Quizás, antes de ver cismas y herejías donde no los hay, sería oportuno y más provechoso combatir los errores y divisiones allí donde se instalan y propagan desde hace décadas.

Sancte Pie X, ora pro nobis!
3 de septiembre de 2020

Festividad de San Pío X, papa y confesor

lunes, 7 de septiembre de 2020

LA FSSPX SE DEJÓ ENCERRAR



¡Finalmente es la hora de la verdad!

Atrapada por el problema Viganò, y obligada a reaccionar de algún modo, la Sociedad de San Pío X ya no puede ocultar su angustia.

Es la hija mayor de la Tradición que, habiéndose desviado de la línea de su Padre y Fundador (esto es: "ningún acuerdo práctico sin previa conversión de Roma"), teme que la bendición de fidelidad le sea quitada (cf. el episodio de Isaac, Esaú y Jacob, en Gén. 27, 6-40) en beneficio del "principiante" Viganò, ayer desconocido y hoy puesto a la vanguardia de la confesión de fe en la Iglesia.

A este incomprensible fallo de la FSSPX, también podríamos aplicar el famoso apóstrofe del Evangelio (Jn 8, 39): "¡Si sois hijos de Abraham (del arzobispo Lefebvre), haced las obras de Abraham (del arzobispo Lefebvre)"!

El apogeo de las obras de este difunto patriarca fue la coronación de cuatro obispos en 1988, para la salvaguarda del sacerdocio y los sacramentos, y la perpetuación del episcopado fiel.

En los últimos años, a pesar del catastrófico avance de la apostasía en la Iglesia, la Fraternidad San Pío X se ha mostrado incapaz de reproducir semejante gesto de valentía católica, habiendo cometido la imprudencia de dejarse encerrar, mediante la estratagema de los sacramentos, dentro del perímetro canónico de la Roma conciliar.

Fue con esta maniobra que el astuto Papa Francisco logró paralizarla.

¡Que lo de Viganò promueva el despertar de la conciencia y las energías!

domingo, 6 de septiembre de 2020

MONS. VIGANÒ Y MONS. FELLAY


Fuente
Desde hace varios meses, Monseñor Viganò está hablando públicamente sobre la actualidad católica: el cuestionamiento del Concilio Vaticano II, la perversión del clero modernista, los excesos del Papa Francisco, la crisis del covid 19, la tiranía de la salud, los problemas de la familia, etc. ... y este valiente paso ha sido casi ignorado por la Fraternidad San Pío X. Sin embargo, la seriedad de los temas tratados y la pertinencia de la argumentación no dejan lugar a dudas.
Entonces, ¿por qué este silencio que pesa sobre Monseñor Viganò?
La confesión nos llega hoy desde el sitio de la Porte Latine:
Cita:
Monseñor Viganò, antiguo Nuncio Apostólico en Washington, denuncia con valentía estos mismos errores, sin mencionar la larga lucha emprendida por la Tradición. ¿Qué piensa él al respecto? La ambigüedad se mantuvo hasta ahora. El prelado finalmente nos da su punto de vista sobre este tema.
"La ambigüedad se mantuvo hasta ahora", escriben, ¡y residía en el hecho de que Monseñor Viganò no mencionó a la Fraternidad, ni a Monseñor Lefebvre!
La fórmula huele a amor propio herido...
Cabe señalar, además, que la puntualización juzgada útil por la Fraternidad en esta delicada materia ha sido confiada al sitio La Porte Latine, un órgano del Distrito de Francia. Sin embargo, parece que hubiera sido normal que el sitio FSSPX-News -bajo la responsabilidad de la Casa General- interviniera en primera línea en un tema así.
Pero el fondo del asunto está en otra parte: los responsables del Consejo General saben muy bien que Mons. Viganò no comparte la nueva línea "acuerdista" de la Fraternidad, inaugurada en 2012, puesta en práctica por Mons. Fellay, y continuada sin correcciones significativas por su sucesor el P. Pagliarani (y Mons. de Galarreta) desde 2018. 
En efecto, de ahora en adelante, Mons. Viganò no alienta al clero o a las congregaciones con las que está en contacto a someterse jurídicamente a una autoridad conciliar. Esto es lo que escribió a un amigo nuestro que pensó que podría encontrar una solución canónica con Roma o cualquier diócesis:
Cita:
Les recuerdo, si no fuera superfluo, que estas pruebas son un signo de la bendición de Dios y del hecho de que van por el buen camino; si ustedes encuentran la aprobación y el aliento de prelados heréticos o viciosos, ustedes deben cuestionar a la vez su vocación y su conducta moral; y es precisamente de la persecución feroz de éstos de donde deben sacar un gran consuelo: virtus in infirmitate perficitur. Las enfermedades que afligen a su comunidad religiosa confirman la inevitable incompatibilidad entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, así como la lucha entre Dios y Satanás es implacable. Aunque se pierdan algunas batallas, la victoria de la guerra ya está asegurada, porque nuestro Rey es invencible y el líder que nos guía es terribilis ut castrorum acies ordinata. (Carta de Mons. Viganò - Julio, 2020)
Estas palabras de Monseñor Viganò constituyen, pues, una condena, implícita ciertamente, pero perfectamente clara, de las decisiones del capítulo de la FSSPX de 2012, de las "facilidades" canónicas aceptadas sobre los sacramentos (especialmente las confesiones y los matrimonios), y del juego diplomático del Padre Pagliarani destinado a satisfacer a todos. Mons. Viganò llega a escribir que tal concesión "debe poner en tela de juicio su vocación y su conducta moral al mismo tiempo"! ¡Terribles palabras para los 675 sacerdotes de la Fraternidad! 
Por eso Mons. Fellay escribió recientemente a una religiosa respecto a Mons. Viganò:
Muy estimada X…,
Muchas gracias por su carta y aquella de Mons. Viganò.
No se qué decir, sino que sería muy prudente con todo el asunto… sino que rezo por XX, y los bendigo a
ustedes.
Mons. Bernard Fellay | FSSPX
Priorat Mariä Verkündigung
Schwandegg
CH - 6313 Menzingen (ZG)
T + 41 41 757 10 50
F + 41 41 757 10 55
www.fsspx.org
Se puede adivinar la vergüenza de la Casa General, y se comprende que se requiere "prudencia" (¡no la del Evangelio!) con respecto a un prelado que no proviene del medio de la Tradición, y cuyo comportamiento parece poner en tela de juicio la política de acercamiento canónico de la FSSPX a la Roma actual, y en la misma lógica - ¿por qué no? - el alojamiento del obispo modernista Huonder en un establecimiento de la Fraternidad en Suiza.
Habiendo percibido el peligro, los dirigentes de Ménzingen se enfrentan así a un dilema: por una parte, temiendo a Roma, no quieren renunciar a un arreglo canónico con legalidad "conciliar"; por otra, temiendo la agitación dentro de la Fraternidad, no quieren distanciarse públicamente de un eminente prelado... que se acerca a la posición de ruptura adoptada en 1988 por Mons. Lefebvre ante la apostasía conciliar.

Entonces, ¿por qué la FSSPX se vio obligada a publicar la carta de Mons. Viganò del 1 de septiembre de 2020?
 
Por la razón principal de que, en esta carta en respuesta al periodista del Catholic Family News, Mons. Viganò habla bien de la FSSPX. Por lo tanto, es imposible guardar silencio ante tal correspondencia. La segunda razón es el corolario de la primera: nunca se permite hacer críticas a los dirigentes de la FSSPX; en virtud de esta regla, un hombre es bueno si habla (o escribe) bien de la Fraternidad, de sus dirigentes y de sus actos (cualesquiera que sean), y debe ser proscrito o ignorado en todos los demás casos. No importa cuál sea la verdad, o el error, de lo que dijo. Como señala Monseñor Williamson, estamos en medio del subjetivismo. 
Creyéndose hábil, la Porte Latine publica el pasaje en cuestión de la correspondencia de Mons. Viganò, pero no nota que el Arzobispo habla de la Fraternidad en tiempo pasado. De la misma manera, el sitio se cuida de no recordar que el estudio de Mons. Tissier sobre la distinción "Iglesia católica - Iglesia conciliar" (aprobado por el Arzobispo Viganò) fue objeto de una refutación oficial bajo la firma del Padre Gleize, ampliamente difundida en los sitios de la FSSPX.
Esperamos que el lector perciba las deplorables tácticas empleadas por la Fraternidad. Como el criterio de juicio ya no es la verdad, sino el oportunismo y las apariencias, nos encontramos en presencia de un enfoque que ahora está más cerca de las maniobras políticas que de la defensa de la Ortodoxia Católica. En estas condiciones, ¿podemos reclamar la herencia de Mons. Lefebvre, y reclamar los honores debidos a su memoria?
El colmo de la hipocresía: dentro de unos días, la tumba del Fundador será trasladada de la actual tumba de Ecône a la cripta de la iglesia del seminario.
Adivine quién presidirá la ceremonia.
Monseñor Fellay... el mismo que traicionó a su Padre en el combate de la Fe.

sábado, 5 de septiembre de 2020

COMENTARIO ELEISON Número DCLXXXVI (686) - 05 de septiembre de 2020

 


Peregrinación a Walsingham

Cuando todo es completamente inútil por lado de los hombres,
Recurrir a María es sumamente sabio.

La inspiración para esta peregrinación de la “Resistencia” que tendrá lugar dentro de dos semanas en el principal santuario mariano de Inglaterra, cerca de Norfolk, en el este de Inglaterra, vino directamente de las palabras de Nuestra Señora de Akita, pronunciadas en Japón el 13 de octubre de 1973, hace ya 47 años. Nótese el día y el mes que Ella eligió para su Tercer Mensaje pre-apocalíptico para el mundo, dado a través de la Hermana, humanamente sorda, Agnes Sasagawa: el día y el mes del Gran Milagro de Fátima en 1917. En el curso de su investigación oficial sobre la autenticidad de la intervención de Nuestra Señora, el Obispo católico de Akita en ese momento consultó al Cardenal Ratzinger quien, según se informa, dijo que Akita era la continuación de Fátima. En cualquier caso, en 1982 ese obispo, John Shojiro Ito, dio su total aprobación oficial a la devoción de Nuestra Señora de Akita. He aquí su tercer mensaje:

Si los hombres no se arrepienten y no se mejoran, el Padre mandará un terrible castigo a toda la humanidad. Será un castigo más grave que el diluvio, como jamás ha habido otro; caerá fuego del cielo y aniquilará una gran parte de la humanidad, tanto malos como buenos; no perdonando a fieles ni a sacerdotes. Los sobrevivientes se encontrarán tan desolados que envidiarán a los muertos. Las únicas armas que quedarán entonces serán el Rosario y el Signo dejado por mi hijoCon el rosario rogad por el Papa, los Obispos y los sacerdotes. La acción del diablo se infiltrará hasta dentro de la Iglesia, de tal forma que se verán cardenales oponiéndose a otros cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneren serán despreciados y combatidos por otros sacerdotes . . . . Las iglesias y los altares serán saqueados. La Iglesia se llenará de quienes aceptan componendas, y el demonio empujará a muchos sacerdotes y almas consagradas a abandonar el servicio del Señor; el demonio atacará encarnizadamente sobre todo a las almas consagradas a Dios. El pensamiento de la perdida de tantas almas es la causa de mi tristeza. Si los pecados aumentan en número y en gravedad, ya no habrá perdón para ellos (talvez: los penitentes no encontreran más sacerdotes para recibir sus confesiones.)

El exagerado corona-pánico de la primavera de 2020, junto con la amenaza de su repetición deliberada este otoño y del intento de imponer el comunismo en todo el mundo, han hecho que mucha gente vea más claramente por qué en 1973 Nuestra Señora de Akita añadió después de su mensaje estas palabras: Sólo yo puedo salvaros de las calamidades que se avecinanEl problema actual de la Iglesia y el mundo, causado por los seres humanos, está muy por encima de cualquier solución por los meros seres humanos. Si Dios lo permite, en Walsingham haremos exactamente lo que Nuestra Señora pidió, para obtener su solución, ¡no la nuestra!

Viernes 18 de septiembre
Llegada a Walsingham para las 4pm.
Primer Rosario completo (Papa, Obispos, Sacerdotes) 5.15pm en la Capilla Slipper
(Rosario completo (15 Mysteros) opcional 8.00pm pueblo de Walsingham)

Sábado 19 de septiembre
Segundo Rosario completo de la Peregrinación
(caminata de la Santa Milla desde la capilla Slipper) 10.00am
Misa 12.00 mediodía. Abadía de Walsingham
Tercer Rosario completo (Obispos, sacerdotes, Papa) 2.00pm. Abadía de Walsingham.
Cuarto Rosario completo 4.30 pm Walsingham
(Rosario completo opcional 8.00pm Walsingham)

Sábado 20 de septiembre
Quinto Rosario completo (sacerdotes, Papa, Obispos) 9.30am. Abadía de Walsingham
Misa 10.30am Abadía de Walsingham
Bendición final 12.30pm Abadía de Walsingham.

Estos horarios son GMT más una hora por el verano inglés. Las almas que se encuentren lejos de Walsingham pueden ayudar rezando en unión con los peregrinos que se encuentren en Walsingham.

Kyrie eleison.

 

miércoles, 2 de septiembre de 2020

EL ARZOBISPO VIGANO HABLA POR PRIMERA VEZ ACERCA DE MONS. LEFEBVRE Y SU OBRA


Fuente

Estimado Sr. Kokx,

Leí con vivo interés su artículo "Preguntas para Viganò: Su Excelencia tiene razón sobre el Vaticano II, pero ¿qué cree que debe hacer el católico ahora?" que fue publicado por Catholic Family News el 22 de agosto (aquí). Estoy feliz de responder a sus preguntas, que tratan de asuntos muy importantes para los fieles.

Usted pregunta: "¿Cómo sería 'separarse' de la Iglesia Conciliar en opinión de Monseñor Viganò?" Le respondo con otra pregunta: "¿Qué significa separarse de la Iglesia Católica según los partidarios del Concilio?" Si bien es evidente que no es posible mezclar a quienes proponen doctrinas adulteradas del manifiesto ideológico conciliar, hay que señalar que el simple hecho de ser bautizado y de ser miembro vivo de la Iglesia de Cristo no implica una adhesión al equipo conciliar; esto vale sobre todo para los simples fieles y también para los clérigos seculares y regulares que, por diversas razones, se consideran sinceramente católicos y reconocen la Jerarquía.

En cambio, lo que hay que aclarar es la posición de quienes, declarándose católicos, abrazan las doctrinas heterodoxas que se han extendido a lo largo de las últimas décadas, con la conciencia de que éstas representan una ruptura con el Magisterio precedente. En este caso es lícito dudar de su adhesión real a la Iglesia Católica, en la que sin embargo desempeñan funciones oficiales que les confieren autoridad. Se trata de una autoridad ejercida ilícitamente, si su finalidad es obligar a los fieles a aceptar la revolución impuesta desde el Concilio.

Una vez aclarado este punto, es evidente que no son los fieles tradicionales -es decir, los verdaderos católicos, en palabras de San Pío X- los que deben abandonar la Iglesia en la que tienen pleno derecho a permanecer y de la que sería lamentable separarse; sino que son los modernistas los que usurpan el nombre de católico, precisamente porque es sólo el elemento burocrático el que les permite no ser considerados a la par de ninguna secta herética. Esta afirmación suya sirve de hecho para evitar que terminen entre los cientos de movimientos heréticos que en el curso de los siglos han creído poder reformar la Iglesia a su antojo, poniendo su orgullo por delante de guardar humildemente la enseñanza de Nuestro Señor. Pero así como no es posible reclamar la ciudadanía en una patria en la que no se conoce su lengua, su ley, su fe y su tradición, tampoco es posible que quienes no comparten la fe, la moral, la liturgia y la disciplina de la Iglesia Católica puedan arrogarse el derecho a permanecer en ella e incluso a ascender los niveles de la jerarquía.

Por lo tanto, no cedamos a la tentación de abandonar -aunque con justificada indignación- a la Iglesia Católica, con el pretexto de que ha sido invadida por herejes y fornicarios: son ellos los que deben ser expulsados del recinto sagrado, en una obra de purificación y penitencia que debe comenzar con cada uno de nosotros.

También es evidente que hay casos generalizados en los que los fieles encuentran serios problemas para frecuentar su iglesia parroquial, así como cada vez hay menos iglesias donde se celebra la Santa Misa en el Rito Católico. Los horrores que han proliferado durante décadas en muchas de nuestras parroquias y santuarios hacen imposible incluso asistir a una "Eucaristía" sin ser perturbado y poner en riesgo la propia fe, así como es muy difícil asegurar una educación católica, una celebración digna de los Sacramentos y una sólida guía espiritual para uno mismo y sus hijos. En estos casos los fieles laicos tienen el derecho y el deber de encontrar sacerdotes, comunidades e institutos que sean fieles al Magisterio perenne. Y que sepan acompañar la loable celebración de la liturgia en el Rito Antiguo con la adhesión a la sana doctrina y a la moral, sin ningún repliegue frente al Concilio.

La situación es ciertamente más compleja para los clérigos, que dependen jerárquicamente de su obispo o superior religioso, pero que al mismo tiempo tienen derecho a seguir siendo católicos y poder celebrar según el Rito Católico. Por un lado, los laicos tienen más libertad de movimiento para elegir la comunidad a la que acuden para la misa, los sacramentos y la instrucción religiosa, pero menos autonomía debido al hecho de que todavía tienen que depender de un sacerdote; por otra parte, los clérigos tienen menos libertad de movimiento, ya que están incardinados en una diócesis u orden y están sujetos a la autoridad eclesiástica, pero tienen más autonomía por el hecho de que pueden decidir legítimamente celebrar la Misa y administrar los Sacramentos en el Rito Tridentino y predicar de conformidad con la sana doctrina. El Motu Proprio Summorum Pontificum reafirmó que los fieles y los sacerdotes tienen el derecho inalienable - que no puede ser negado - de valerse de la liturgia que expresa más perfectamente su Fe Católica. Pero este derecho debe ser usado hoy no sólo y no tanto para preservar la forma extraordinaria del rito, sino para testificar la adhesión al depositum fidei que sólo encuentra perfecta correspondencia en el Rito Antiguo.

Recibo diariamente cartas conmovedoras de sacerdotes y religiosos que son marginados o trasladados o condenados al ostracismo por su fidelidad a la Iglesia: la tentación de encontrar un ubi consistam [un lugar donde pararse] lejos del clamor de los Innovadores es fuerte, pero debemos tomar ejemplo de las persecuciones que han sufrido muchos santos, incluyendo a San Atanasio, que nos ofrece un modelo de cómo comportarnos ante la herejía generalizada y la furia persecutoria. Como mi venerable hermano el obispo Athanasius Schneider ha recordado muchas veces, el arrianismo que afligía a la Iglesia en la época del Santo Doctor de Alejandría en Egipto estaba tan difundido entre los obispos que deja a uno casi creer que la ortodoxia católica había desaparecido por completo. Pero fue gracias a la fidelidad y al testimonio heroico de los pocos obispos que permanecieron fieles que la Iglesia supo volver a levantarse. Sin este testimonio, el arrianismo no habría sido derrotado; sin nuestro testimonio hoy en día, el modernismo y la apostasía globalista de este pontificado no serán derrotados.

No se trata, pues, de trabajar desde el interior o el exterior de la Iglesia: los vinicultores están llamados a trabajar en la Viña del Señor, y es allí donde deben permanecer incluso a costa de sus vidas; los pastores están llamados a pastorear el Rebaño del Señor, a mantener a raya a los lobos voraces y a ahuyentar a los mercenarios que no se preocupan por la salvación de las ovejas y los corderos.

Esta obra oculta y a menudo silenciosa ha sido llevada a cabo por la Sociedad de San Pío X, que merece reconocimiento por no haber permitido que se extinguiera la llama de la Tradición en un momento en que la celebración de la antigua Misa era considerada subversiva y motivo de excomunión. Sus sacerdotes han sido una saludable espina en el costado para una jerarquía que ha visto en ellos un punto de comparación inaceptable para los fieles, un constante reproche por la traición cometida contra el pueblo de Dios, una alternativa inadmisible al nuevo camino conciliar. Y si su fidelidad hizo inevitable la desobediencia al Papa con las consagraciones episcopales, gracias a ellas la Sociedad pudo protegerse del furioso ataque de los Innovadores y por su misma existencia permitió la posibilidad de la liberalización del Rito Antiguo, hasta entonces prohibido. Su presencia también permitió que las contradicciones y errores de la secta conciliar emergieran, siempre guiñando el ojo a los herejes e idólatras pero implacablemente rígidos e intolerantes hacia la Verdad Católica.

Considero a Monseñor Lefebvre un confesor ejemplar de la Fe, y creo que a estas alturas es obvio que su denuncia del Concilio y de la apostasía modernista es más relevante que nunca. No hay que olvidar que la persecución a la que fue sometido Monseñor Lefebvre por la Santa Sede y el episcopado mundial sirvió sobre todo para desalentar a los católicos que eran refractarios hacia la revolución conciliar.

También estoy de acuerdo con la observación de Su Excelencia el Obispo Bernard Tissier de Mallerais sobre la co-presencia de dos entidades en Roma [leerla acá en español, nota de NP]: la Iglesia de Cristo ha sido ocupada y eclipsada por la estructura conciliar modernista, que se ha establecido en la misma jerarquía y usa la autoridad de sus ministros para prevalecer sobre la Esposa de Cristo y nuestra Madre.

La Iglesia de Cristo - que no sólo subsiste en la Iglesia Católica, sino que es exclusivamente la Iglesia Católica - sólo es oscurecida y eclipsada por una extraña y extravagante Iglesia establecida en Roma, según la visión de la Beata Ana Catalina Emmerich. Coexiste, como el trigo con la cizaña, en la Curia Romana, en las diócesis, en las parroquias. No podemos juzgar a nuestros pastores por sus intenciones, ni suponer que todos ellos son corruptos en la fe y en la moral; al contrario, podemos esperar que muchos de ellos, hasta ahora intimidados y silenciosos, comprendan, mientras la confusión y la apostasía continúan extendiéndose, el engaño al que han sido sometidos y finalmente se sacudirán su letargo. Hay muchos laicos que están alzando la voz; otros seguirán necesariamente, junto con buenos sacerdotes, ciertamente presentes en todas las diócesis. Este despertar de la Iglesia militante - me atrevería a llamarlo casi una resurrección - es necesario, urgente e inevitable: ningún hijo tolera que su madre sea ultrajada por los sirvientes, o que su padre sea tiranizado por los administradores de sus bienes. El Señor nos ofrece, en estas dolorosas situaciones, la posibilidad de ser sus aliados en la lucha de esta santa batalla bajo su bandera: el Rey que vence al error y a la muerte nos permite compartir el honor de la victoria triunfal y la recompensa eterna que se deriva de ella, después de haber soportado y sufrido con Él.

Pero para merecer la gloria inmortal del Cielo estamos llamados a redescubrir - en una época castrada y desprovista de valores como el honor, la fidelidad a la palabra y el heroísmo - un aspecto fundamental de la fe de todo bautizado: la vida cristiana es una milicia, y con el Sacramento de la Confirmación estamos llamados a ser soldados de Cristo, bajo cuya insignia debemos luchar. Por supuesto, en la mayoría de los casos se trata de una batalla esencialmente espiritual, pero a lo largo de la historia hemos visto cómo a menudo, ante la violación de los derechos soberanos de Dios y de la libertad de la Iglesia, era también necesario tomar las armas: nos lo enseña la tenaz resistencia para repeler las invasiones islámicas en Lepanto y en las afueras de Viena, la persecución de los Cristeros en México, de los católicos en España, y aún hoy la cruel guerra contra los cristianos en todo el mundo. Nunca como hoy podemos entender el odio teológico que proviene de los enemigos de Dios, inspirados por Satanás. El ataque a todo lo que recuerda a la Cruz de Cristo -a la Virtud, al Bien y a la Belleza, a la pureza- debe impulsarnos a levantarnos, en un salto de orgullo, para reclamar nuestro derecho no sólo a no ser perseguidos por nuestros enemigos externos sino también y sobre todo a tener pastores fuertes y valientes, santos y temerosos de Dios, que hagan exactamente lo que sus predecesores han hecho durante siglos: predicar el Evangelio de Cristo, convertir a las personas y a las naciones y expandir el Reino del Dios vivo y verdadero en todo el mundo.

Todos estamos llamados a hacer un acto de Fortaleza - una olvidada virtud cardinal, que no por casualidad en griego recuerda la fuerza viril, ἀνδρεία - en saber cómo resistir a los Modernistas: una resistencia que tiene sus raíces en la Caridad y la Verdad, que son atributos de Dios.

Si usted sólo celebra la misa tridentina y predica la sana doctrina sin mencionar el Concilio, ¿qué pueden hacerle? Echarle de sus iglesias, tal vez, ¿y luego qué? Nadie puede impedir que renueven el Santo Sacrificio, aunque sea en un altar improvisado en un sótano o un ático, como hicieron los sacerdotes refractarios durante la Revolución Francesa, o como sucede todavía hoy en China. Y si intentan alejarlo, resista: el derecho canónico sirve para garantizar el gobierno de la Iglesia en la búsqueda de sus propósitos primarios, no para demolerlo. Dejemos de temer que la culpa del cisma sea de los que lo denuncian, y no, en cambio, de los que lo llevan a cabo: ¡los cismáticos y herejes son los que hieren y crucifican el Cuerpo Místico de Cristo, no los que lo defienden denunciando a los verdugos!

Los laicos pueden esperar que sus ministros se comporten como tales, prefiriendo a aquellos que demuestren que no están contaminados por los errores presentes. Si una misa se convierte en ocasión de tortura para los fieles, si se les obliga a asistir a sacrilegios o a soportar herejías y divagaciones indignas de la Casa del Señor, es mil veces preferible ir a una iglesia donde el sacerdote celebre dignamente el Santo Sacrificio, en el rito que nos da la Tradición, con una predicación conforme a la sana doctrina. Cuando los párrocos y los obispos se den cuenta de que el pueblo cristiano exige el Pan de la Fe y no las piedras y los escorpiones de la neo-iglesia, dejarán a un lado sus temores y cumplirán con las legítimas peticiones de los fieles. Los otros, verdaderos mercenarios, se mostrarán como lo que son y podrán reunir a su alrededor sólo a aquellos que compartan sus errores y perversiones. Se extinguirán por sí mismos: el Señor seca el pantano y hace árida la tierra en la que crecen las zarzas; extingue las vocaciones en los seminarios corruptos y en los conventos rebeldes a la Regla.

Los fieles laicos de hoy tienen una tarea sagrada: consolar a los buenos sacerdotes y buenos obispos, reuniéndose como ovejas alrededor de sus pastores. Darles hospitalidad, ayudarles, consolarles en sus pruebas. Crear una comunidad en la que no predominen la murmuración y la división, sino la caridad fraternal en el vínculo de la Fe. Y como en el orden establecido por Dios - κόσμος - los súbditos deben obediencia a la autoridad y no pueden hacer otra cosa que resistirla cuando abusa de su poder, no se les atribuirá ninguna culpa por la infidelidad de sus dirigentes, sobre los que recae la gravísima responsabilidad de la forma en que ejercen el poder vicario que se les ha dado. No debemos rebelarnos, sino oponernos; no debemos complacernos con los errores de nuestros pastores, sino rezar por ellos y amonestarlos respetuosamente; no debemos cuestionar su autoridad, sino la forma en que la utilizan.

Estoy seguro, con una certeza que me viene de la Fe, que el Señor no dejará de recompensar nuestra fidelidad, después de habernos castigado por las faltas de los hombres de la Iglesia, concediéndonos santos sacerdotes, santos obispos, santos cardenales, y sobre todo un Papa santo. Pero estos santos surgirán de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestras iglesias: familias, comunidades e iglesias en las que la gracia de Dios debe ser cultivada con la oración constante, con la frecuencia de la Santa Misa y los Sacramentos, con el ofrecimiento de sacrificios y penitencias que la Comunión de los Santos nos permite ofrecer a la Divina Majestad para expiar nuestros pecados y los de nuestros hermanos, incluso los que ejercen la autoridad. Los laicos tienen un papel fundamental en esto, guardando la Fe dentro de sus familias, de tal manera que nuestros jóvenes educados en el amor y en el temor de Dios puedan un día ser padres y madres responsables, pero también dignos ministros del Señor, sus heraldos en las órdenes religiosas masculinas y femeninas, y sus apóstoles en la sociedad civil.

La cura para la rebelión es la obediencia. La cura para la herejía es la fidelidad a la enseñanza de la Tradición. La cura para el cisma es la devoción filial por los Sagrados Pastores. La cura para la apostasía es el amor a Dios y a su Santísima Madre. La cura del vicio es la práctica humilde de la virtud. La cura para la corrupción de la moral es vivir constantemente en la presencia de Dios. Pero la obediencia no puede ser pervertida en un servilismo estancado; el respeto a la autoridad no puede ser pervertido en la obediencia de la corte. Y no olvidemos que si es el deber de los laicos obedecer a sus Pastores, es aún más grave el deber de los Pastores de obedecer a Dios, usque ad effusionem sanguinis.

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

1° de septiembre de 2020