PÁGINAS

domingo, 24 de febrero de 2019

LA CIZAÑA DE LOS FALSOS MAESTROS

Henri de Lubac
El racionalismo alemán, protestante, surge a partir de 1774, cuando Lessing publica la obra de Reimarus (Apologie). Para Reimarus, Jesús era un político fracasado que quería poner a Dios por rey de Israel. Reimarus rechazaba los milagros y acusaba de fraude a los autores bíblicos. 
Junto con Reimarus, Lessing, Hess, Rehinhard y Venturini reinterpretan los Evangelios con criterios racionalistas. Buscan explicaciones racionales a los milagros. Si no las hay, los niegan. En 1828, Paulus presenta a Jesús como un sanador popular. David Strauss y Friedlich Schleiermeyer señalan que en los Evangelios hay gran cantidad de elementos no históricos, sobre todo en San Juan; hay mucha mitificación. Desde entonces descartan el cuarto Evangelio como fuente de acceso al Jesús histórico.
En 1838, Weise y Wilke afirman que el Evangelio de San Marcos no es un resumen de Mateo y Lucas, sino de un texto anterior que es su fuente. Para explicar cómo tantos pasajes de Mateo y Lucas son tan semejantes, Weise teoriza que hubo una fuente común a ambos evangelios. Más tarde, en 1890, Weise denominó a esa fuente Q (de Quelle, fuente en alemán), dando lugar a la teoría de las dos fuentes. Ni que decir tiene que la supuesta fuente Q nunca se ha encontrado.
El barón de Holbach fue autor de Ecce Homo, ataque a la religión publicado anónimo en Amsterdam en 1769. Por su parte, David Strauss publica en 1835 Vida de Jesús; sostiene que los milagros del Evangelio son mitos fruto de la imaginación de los primeros cristianos. Renán publica otra Vida de Jesús en 1863. Para él, Jesús fue un hombre grande e incomparable que predicó una «dulce teología de amor» pero se volvió revolucionario y se convirtió en una especie de anarquista cuando se topó con el establishment hierosolimitano. Los milagros no existen ni se pueden probar. Para el racista Renán, los semitas son cerrados y dogmáticos, una raza incompleta (eso sí, en el escalón superior junto con la blanca, aunque inferior a esta; la asiática es una raza intermedia; y la más baja en el escalafón está constituida por los negros de África, los australianos y los amerindios).
Hubo otros, como Arthur Drews, que llegaron a negar al Jesús histórico. Hegel también había publicado una Vida de Jesús a fines del siglo XVIII en la que lo presenta como un simple humano que predica una moral kantiana basada en la razón que se hace pasar por Dios para convencer a los judíos. Más tarde evolucionará en su pensamiento y presentará a un Jesus edulcorado y amoroso, pero lejos también de la ortodoxia.
Bruno Brauer fue profesor de Marx y más tarde de Nietszche. Ortodoxo al principio, dentro de lo que pueda ser ortodoxo un luterano, ambos discípulos lo abandonaron. Pero más tarde, tras un profundo análisis de los escritos cristianos del siglo I elucubró que muchos temas centrales del Nuevo Testamento, sobre todo los opuestos al Antiguo Testamento, estaban tomados de la literatura clásica contemporánea. 
Para Bultmann, teólogo luterano y profesor de teología en Marburgo, existencialista influido por su amigo Heidegger, lo importante es que Jesús vivió y fue crucificado, no tanto lo que sucediera durante su vida. Así como Strauss rechazó al Evangelio joánico, Wrede y Smith rechazan a Marcos, y Weise y Wilke a Mateo y Lucas. Bultmann prefiere renunciar al Jesús histórico por no poderse determinar con exactitud su verdadera biografía, y centrarse en el Cristo de la fe, que es lo que importa. No hay necesidad de hacer análisis históricos del Nuevo Testamento. Lo importante es el kerygma y no hay que hacer caso de los mitos. Cree también que el cristianismo primitivo fue helenizado por Pablo de Tarso, influido por las religiones mistéricas y el misticismo. 
En la escuela de la historia de las religiones nos encontramos con Gunkel, Weise, Troeltsch y Wellhousen, principal desarrollador y sostenedor de la hipótesis documentaria del Antiguo Testamento, según la cual el Pentateuco es una combinación de cuatro documentos originalmente independientes, fuentes paralelas, realizada por una serie de redactores que le dieron su forma actual.
Otra escuela es la de la historia de las formas, que clasifica las Escrituras por su forma o estilo literario y el contexto histórico, según la época. Según este método, los evangelistas se basaron en tradiciones orales en las que lo histórico se mezcla con la leyenda. Lo que importa es la enseñanza de fondo, no la exactitud del texto.
Gracias a Dios, hoy en día todos estos impresentables han quedado desmentidos gracias a la arqueología, la paleografía e irrefutables testimonios históricos, así como por los manuscritos del Mar Muerto, que confirman cada vez más la veracidad de las Escrituras en ambos testamentos.
La Pontificia Comisión Bíblica publicó en 1964 una instrucción en la que anima a los teólogos católicos a usar la metodología de la historia de las formas pero con cautela, dados los presupuestos filosóficos o teológicos que no pueden admitirse porque en su conjunto adolecen de falta de fe o retiran totalmente el elemento sobrenatural. Años más tarde, la misma Comisión afirmó: «Este método, en sí mismo, ha dado como resultado manifestar más claramente que la tradición neotestamentaria tiene su origen y ha tomado su forma en la primera comunidad cristiana, pasando de la predicación de Jesús mismo a la predicación que proclama que Jesús es el Cristo». Lo malo es que ya sabemos que no hacen uso de tanta cautela, por lo que resulta imprudente darles tanta libertad de acción. Les das la mano y te agarran el brazo.
El fundamentalismo de los protestantes evangélicos estadounidenses no fue sino la reacción a la actitud descreída de los protestantes alemanes, la cual llevó a los primeros a retomar la interpretación literal de las Escrituras. En cuanto a la Iglesia Católica, al principio los papas y la Pontificia Comisión Bíblica mantenían a raya las interpretaciones heréticas y modernistas. Pero después del Concilio llegó la debacle, al eliminarse las prohibiciones, y muchos seminarios se infectaron con las heréticas interpretaciones de algunos de los individuos arriba mencionados. Para entonces muchos seminarios ya estaban infiltrados, y la supresión del Índice expurgatorio, junto con la dejación y la actitud liberal que empezó a generalizarse, sembraron el caos y la incredulidad en los futuros sacerdotes. Incluso se llegó a rehabilitar al impresentable Teilhard de Chardin, y esto a pesar de que la Santa Sede había publicado dos mónita ordenando retirar sus obras de las bibliotecas de las congregaciones y condenando sus rebuscadas teorías heterodoxas; monita que, teóricamente, no han sido jamás derogados pero en la práctica son letra muerta. Para Teilhard de Chardin, la naturaleza evoluciona y hasta el propio Dios evoluciona, y por supuesto el hombre, hasta llegar al punto Omega y alcanzar la divinidad. No es otra cosa que el «seréis como Dios» de Lucifer en el Paraíso, expresado con palabras más sutiles.
Aquí en España hemos tenido también en los últimos tiempos a gente como Antonio Piñero, José Antonio Pagola o Gonzalo Flor, que han desmitificado a su gusto cuanto han querido de las Escrituras. Todo son mitos, muchos de ellos elaborados posteriormente a partir de otras tradiciones y leyendas, incluso paganas. Muchos de ellos llegan a negar dogmas de fe e introducen elementos extraños.
Para terminar, no podemos dejar de mencionar la cáfila integrada por Hans Küng, Schillebeeckx, Hans Urs Von Balthasar, Karl Rahner, Henri de Lubac y otros de la misma ralea, que tan nefasta influencia ha tenido en la Iglesia durante el Concilio y desde entonces, aunque ya desde antes del Concilio habían empezado a sembrar su ponzoñosa cizaña.
¿Cómo no recordar la amonestación de San Pablo en la Segunda Epístola a Timoteo, en la que le advierte que «vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se rodearán de maestros conforme a sus pasiones,y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas» (2 Tim. 4, 3-4). Las raíces lejanas de esta catástrofe podemos encontrarlas en el siglo XIV, cuando el voluntarismo de Duns Scoto y el Nominalismo de Ockam se rebelaron contra la sabiduría tomista, y así como un pequeño error al tejer no se nota mucho al principio pero al final echa a perder todo el tejido, poco a poco se fue agravando con el humanismo renacentista y con la Reforma protestante, que tanto influiría las doctrinas filosóficas y políticas posteriores y en el idealismo alemán del que surgieron la incredulidad de la que hablábamos al principio y la desastrosa y enrevesada filosofía de los últimos dos siglos.