En esta
entrevista, las declaraciones de Monseñor Lefebvre son tremendas y a la vez
sumamente esclarecedoras. Parece que fue hecha para estos tiempos...
-Monseñor, no está usted al borde del cisma ?
-Esta es una cuestión que se plantean muchos
católicos al leer sobre las últimas sanciones tomadas por Roma en contra
nuestra. Los católicos, en su mayoría, definen o imaginan el cisma como una
ruptura con el papa. No llevan más allá su investigación. Ustedes romperán con
el papa o el papa lo hará con ustedes, por lo tanto irán al cisma.
¿Por qué romper con el Papa es hacer cisma? Porque
en donde está el Papa está la Iglesia católica. Por lo tanto, en realidad es
alejarse de la Iglesia Católica. Pero la Iglesia católica es una realidad
mística que existe no solamente en el espacio o en la superficie de la tierra,
sino que también en el tiempo y en la eternidad. Para que el papa represente a
la Iglesia y sea su imagen, debe no solamente estar unido a ella en el espacio
sino también en el tiempo, siendo la Iglesia esencialmente una tradición viva.
En la medida en que el papa se aleje de esta
tradición, se hará cismático, el rompería con la Iglesia. Los teólogos como San
Belarmino, Cayetano, el cardenal Journet y muchos otros han estudiado esta
eventualidad. Por lo tanto no es una cosa inconcebible. Pero en lo que a
nosotros concierne, es el Concilio Vaticano II y sus reformas, sus
orientaciones oficiales, lo que nos preocupa, más que la actitud personal del
papa, más difícil de descubrir.
Este concilio representa, tanto a los ojos de las
autoridades romanas como a los nuestros, una NUEVA IGLESIA, llamada LA IGLESIA
CONCILIAR.
Nosotros creemos poder afirmar, ateniéndonos a la
crítica externa e interna del Vaticano II, es decir, analizando los textos y
estudiando las actas y las conclusiones de este Concilio, que éste, dando la
espalda a la Tradición y rompiendo con la Iglesia del pasado, es un CONCILIO
CISMÁTICO. Se juzga al árbol por sus frutos. Desde entonces, toda la gran
prensa mundial americana y europea, reconoce que este concilio está arruinando
la Iglesia católica a tal punto que incluso los incrédulos y los gobiernos
laicos se inquietan.
Un pacto de no-agresión se ha concluido entre la
Iglesia y la masonería. Es a este pacto que se ha cubierto con el nombre de
aggiornamento, de apertura al mundo, de ecumenismo. A partir de aquí, la
Iglesia acepta ya no ser la única religión verdadera, el único camino de
salvación eterna. Ella reconoce a las otras religiones como religiones
hermanas. Reconoce como un derecho otorgado por la naturaleza de la persona
humana, que ésta sea libre de escoger su religión y que en consecuencia un
Estado católico ya no es admisible.
Admitido este NUEVO
PRINCIPIO, es toda la doctrina de la Iglesia que debe cambiar su culto, su
sacerdocio, sus instituciones. Porque hasta entonces, la Iglesia manifestaba
que ella era la única en poseer la Verdad, el Camino y la Vida en Nuestro Señor
Jesucristo, al cual poseía en persona en la santa Eucaristía, presente gracias
a la continuación de Su Sacrificio. Por lo tanto es una inversión total de la
tradición y de la enseñanza de la Iglesia que se operó desde el Concilio y por
el Concilio.
Todos aquellos que cooperan en la aplicación de
este cambio radical aceptan y se adhieren a esta nueva Iglesia conciliar como
la designó Su Excelencia Monseñor Benelli, en la carta que él me dirigió en
nombre del Santo Padre el pasado 25 de junio, y entran en el cisma.
La adopción de las tesis
liberales por un concilio no pudo haber tenido lugar mas que en un concilio
pastoral no infalible y no puede explicarse sin una secreta y minuciosa
preparación que los historiadores terminarán de descubrir con gran
estupefacción de los católicos que confunden a la Iglesia católica y romana
eterna con la Roma humana y susceptible de ser invadida por los enemigos
cubiertos de púrpura. ¿Cómo podríamos nosotros, por una obediencia servil y
ciega, seguir el juego de estos cismáticos que nos piden colaborar a su empresa
de DESTRUCCIÓN DE LA IGLESIA?
La autoridad delegada por Nuestro Señor al papa, a
los obispos y al sacerdocio en general, está al servicio de la fe en su
divinidad y de la transmisión de Su propia vida divina. Todas las instituciones
divinas o eclesiásticas están destinadas a este fin. Todos los derechos, todas
las leyes, no tienen otro objetivo. Servirse del derecho, de las instituciones
para ANIQUILAR LA FE CATÓLICA y ya no comunicar la vida, es practicar el aborto
o la contracepción espiritual. ¿Quién osará decir que un católico digno de ese
nombre pueda cooperar a un crimen peor que el aborto corporal?
Es por eso que nosotros estamos sometidos y
dispuestos a aceptar todo lo que es conforme a nuestra fe católica, tal cual ha
sido enseñanda durante dos mil años, pero nosotros rechazamos todo lo que se le
opone. Se nos objeta: usted juzga a la fe católica. Pero ¿no es el deber más
grave de todo católico juzgar la fe que se le enseña hoy por la fe que fue
enseñada y creída durante veinte siglos y que está inscrita en los catecismos
oficiales como el de Trento, el de San Pio X y en todos los catecismos
anteriores al Vaticano II? ¿Cómo han actuado todos los verdaderos fieles
respecto a las herejías? Han preferido derramar su sangre que traicionar su fe.
Que la herejía provenga de algún portavoz tan elevado en dignidad como pueda
serlo, el problema es el mismo para la salvación de nuestras almas. A este
respecto, muchos fieles adolecen de una ignorancia grave de la naturaleza y de
la extensión de la infabilidad del papa. Muchos piensan que cualquier palabra
salida de boca del papa es infalible.
Por otra parte, tenemos la certeza de que la fe
enseñada por la Iglesia durante veinte siglos no puede contener error, pero nosotros no tenemos ni mucho menos la absoluta certitud de que el papa sea verdaderamente papa. La herejía, el cisma, la excomunión ipso facto, la invalidez de la
elección, son causas que eventualmente pueden hacer que un papa no lo haya sido
jamás o ya no lo sea.
En ese caso,
evidentemente muy excepcional, la Iglesia se encontraría en una situación
parecida a la que ella sufre después del deceso de un soberano pontífice.
Porque finalmente, un problema grave se plantea a la conciencia y a la fe de
todos los católicos desde el principio del pontificado de Paulo VI. ¿Cómo es
posible que un papa, verdadero sucesor de Pedro, con la asistencia asegurada
del Espíritu Santo, pueda presidir la destrucción de la Iglesia, la más
profunda y la más extendida de su historia en el espacio de tan poco tiempo, lo
que ningún heresiarca jamás logró hacer?
Habrá que responder a ésta cuestión un día, pero
dejando este problema a los teólogos y a los historiadores, la realidad nos
constriñe a responder prácticamente según el consejo de San Vicente de Lerins:
“¿Qué hará el cristiano católico si alguna parcela de la Iglesia se separa de
la comunión de la ley universal? Cual otro partido tomar sino el preferirle al
miembro gangrenado y corrompido, el cuerpo en conjunto que es sano, y si algún
contagio nuevo se esfuerza por envenenar, ya no una pequeña parte de la Iglesia
sino a toda la Iglesia completa ¡Entonces su gran preocupación será de apegarse
a la antigüedad que, evidentemente, no puede ser seducida por ninguna novedad
mentirosa!”
Entonces nosotros estamos bien decididos a
continuar nuestra obra de restauración del sacerdocio católico pase lo que
pase, persuadidos que nosotros no podemos darle un mejor servicio a la Iglesia,
al papa, a los obispos y a los fieles. Que nos dejen hacer la experiencia de la
Tradición.