PÁGINAS

viernes, 22 de marzo de 2013

LO QUE FUERON LOS AÑOS CINCUENTA Y LO QUE HUBIERA TENIDO QUE HACER EL CONCILIO VATICANO II


Carta de Monseñor Proença Sigaud al Papa Juan XXIII.


Para el concilio vaticano II, la comisión ante-preparatoria solicita, en nombre de Juan XXIII, las opiniones de todos los obispos del mundo entero. De ahí la respuesta de Monseñor de Proença Sigaud, con fecha de 22 de agosto de 1959. Este obispo brasileño será uno de los principales ponentes (presentadores) de la Congregación internacional de Padres (de la iglesia) que durante el Concilio se opuso a la influen­cia progresista. Las opiniones que él desarrolló aquí son siempre de actualidad. Reflejan el sólido buen sentido de un pastor de almas, apoyado en una doctrina filosófica y teológica irreprochables, sin hablar de sus conocimientos históricos. A través de la lucidez penetrante de este obispo, vemos una iglesia católica muy enferma, pero todavía curable si se hubieran utilizado buenos medios. Lo que no será el caso...


Eminentísimo Señor:

Obedeciendo a su carta del 18 de junio, por medio de la cual so­licita mi opinión sobre los temas a tratar en el Concilio Ecuménico próximo, le escribo esta carta. Presentaré con hu­mildad y modestia ciertos puntos que para mí son de gran importancia, pero sin tener intención de acusar a nadie, ni de someter a mis superiores a la crítica. No se tratará de cuestiones dogmáticas o jurídicas, otros obispos seguramente ha­brán hablado de ello. Yo abordaré temas prácticos y fundamentales para el futuro de la Iglesia, y os ruego los juzguéis con bondad.


Introducción

Cuando considero la vida católica actual en mi patria y en otras partes del mundo, veo muchas cosas que son seña­les de vida y que ciertamente son pro­pias para reconfortar a toda alma que ama a la Iglesia. Sin embargo veo otras que me producen gran angustia. Son tan graves que las estimo dignas de ser consideradas por la Comisión Pontifica ante-preparatoria para el Concilio Ecu­ménico, y posteriormente por el Conci­lio mismo.
Veo que los principios, que el espíritu de lo que se llama Revolución, penetra en el clero y en el pueblo cristiano, como en otro tiempo los principios, la doctri­na, el espíritu, el amor del paganismo penetraron en la sociedad medieval, y causaron la pseudo-reforma. Muchos de entre el clero no ven los errores de la Re­volución, y no se oponen a ellos. A otros clérigos les gusta la Revolución como una causa ideal, la propagan, colaboran con ella, persiguen a los adversarios de la Revolución, los calumnian y les ponen obs­táculos a su apostolado. Numerosos pastores se callan. Otros se adhieren a los errores y al espíritu de la Revolución y, abiertamente o en la sombra, alientan este espíritu, como lo hicieron los pasto­res en tiempo del Jansenismo.
Los que acusan y combaten los erro­res sufren la persecución por parte de sus colegas; se les llama “integristas”. De los seminarios y de la Ciudad Santa misma vuelven seminarista imbuidos de ideales de la Revolución. Ellos mismos se dicen “maritanistas”, son discípulos de Theilhard de Chardin”, “socialistas católicos”, evolucionistas”. Un sacerdote que combate la Revolución raramente es elevado al episcopado; los que la sostie­nen lo son frecuentemente.
Según mi humilde opinión, la Iglesia debería organizar en el mundo una lucha sistemática contra la Revolución. Yo no sé si se realizará. La Revolución misma no procede de otra manera. Un ejemplo de este trabajo organizado y sistemático es el nacimiento (origen) mundial, simultá­neo, uniforme de la democracia cristiana en numerosas naciones inmediatamente después de una guerra monstruosa. Este fermento penetra en todos los países. Se realizan reuniones, se ha creado la “In­ternacional” y por todas partes el slogan es “Hagamos la Revolución nosotros mis­mos antes de que otros la hagan”.
La Revolución existe como conse­cuencia del consentimiento de los ca­tólicos. En mi humilde opinión, si el Concilio quiere tener efectos saludables, debe considerar primero el estado de la Iglesia que, a semejanza de Cristo, co­noce un nuevo Viernes Santo, entregada sin defensa a sus enemigos, como lo de­cía el Papa Pío XII a los jóvenes de Italia.
Es necesario evidenciar el combate a muerte que se ha entablado contra la Iglesia en todos los lugares, reconocer al enemigo, comprender la estrategia y la táctica de este combate, examinar clara­mente su lógica, su psicología y su diná­mica, para que podamos comprender de manera segura cada una de las luchas de esta guerra y organizar y dirigir con toda seguridad la guerra contraria.


I. Nuestro enemigo

Nuestro enemigo implacable de la Iglesia y de la sociedad católica continúa desde hace ya seis siglos ahora, en una lucha mortal y en una marcha hacia de­lante lenta y sistemática, ha derribado y destruido casi todo el orden católico, es decir la ciudad de Dios, y se esfuerza en edificar en su lugar la ciudad del hom­bre. Su nombre es “Revolución”.
¿Qué quiere ésta? Construir todo el orden de la vida humana, la sociedad y la humanidad sin Dios, sin Iglesia, sin Cristo, sin la Revelación, sobre la sola razón humana, sobre la sensualidad, la codicia y el orgullo. Para ello es necesa­rio derrotar, destruir radicalmente y re­emplazar a la Iglesia.
Este enemigo despliega en nuestros días una gran actividad, porque está seguro de su victoria en los años veni­deros. Y sin embargo, muchos de los pastores católicos rechazan con despre­cio estas consideraciones como sueños  originados por una mala imaginación. Así ellos obran como los habitantes de Constantinopla durante los años que preceden al desastre: ciegos, no quisie­ron ver el peligro.

A. La secta Francmasónica.

Los ojos de todos el Concilio de­ben estar dirigidos hacia esta secta.
Las palabras de los Sumos Pon­tífices, que ponen en evidencia su metafísica (la de la Iglesia) opuesta a toda la Revolu­ción y que la muestran como el arma central en la guerra implacable con­tra la sociedad católica, son válidas todavía. Después de dos siglos, ve­mos realizado lo que el Papa Cle­mente XII señalaba como programa de esta secta. Algunas cosas en este programa faltan todavía. En nues­tros días son promovidas con gran inteligencia, perversidad, energía y lógica, y llegan a marcha rápida. Po­cas cosas faltan para la construcción total de la ciudad del hombre. ¿Cuántos años le serán concedidos a la Iglesia en “la asamblea de los reyes de la tierra”? ¿Cuántos años para imponer el “nuevo orden de los siglos” al mundo y a los cristianos?
Yo deseo aportar un argumento muy serio que demuestra la conjuración mundial contra el orden católico y su próxima victoria a menos que Dios salve milagrosamente a la Iglesia y nos pre­pare tal milagro por nuestro incansable trabajo. Se trata de un billete de un dó­lar de los Estados Unidos de América de Norte.
Si examinamos este pequeño papel con atención ¿Qué vemos?
En el círculo, al lado derecho vemos una pirámide que está construida en una gran llanura sin cultivo. Las pie­dras que la componen son cuadradas y pulimentadas. El significado de esta alegoría está indicado en la inscripción que se lee en la franja: Nuevo orden de los siglos. La pirámide significa la nueva humanidad que está compuesta por los hombres elogiados por los francmaso­nes, cuyo símbolo es la piedra pulida en la que son transformados los hombres creados por Dios Creador pero transfor­mado por el Gran Arquitecto del Uni­verso. La base de la pirámide indica el fundamento de este Nuevo orden de los siglos: 1776, año del nacimiento de los Estados Unidos.


Los Estados Unidos son por lo tanto la base de esta Nueva humani­dad masónica. Faltan piedras a la pi­rámide. El Nuevo orden de los siglos no está pues completo todavía, pero le falta poco.
Sin embargo, la obra estará se­guramente acabada porque encima de la pirámide está escrito “Dios”, no el Padre de Jesucristo, que según ellos es un “creador vengador”, sino el Dios gnós­tico, el Arquitecto: está representado por un ojo colocado en un triángulo. Estamos en pleno dualismo gnóstico- maniqueo que es la base teológica de la secta masónica. Este “Dios” da su aprobación a las empresas, como se puede leer encima de la pirámide: es decir que alaba la obra, la aprueba, está de acuerdo con ella.
Esta alegoría es elocuente, más de lo que hace falta. Para nosotros, el Nuevo orden de los siglos fue fun­dado por Nuestro Señor Jesucristo, y comenzó hace 1959 años. El Nue­vo orden del que tratamos comenzó en 1776. Es una construcción que es contraria a la naturaleza creada. Este orden será acabado pronto. He aquí una cuestión vital para la Iglesia. El orden masónico se opone al orden católico. Pronto el orden masónico abarcará a la humanidad entera. Sin embargo, nume­rosos pastores católicos no lo ven, un gran número de ellos se callan.
Después de León XII, ninguna nue­va encíclica sobre esta secta: ¿Qué se dice de ella en las universidades y se­minarios? ¿Qué se dice en sociología de esta cuestión tan grave? En el gobierno mundial y nacional de la Iglesia, se ig­nora frecuentemente este problema, hay como una tregua. En los estudios y en las orientaciones de los sacerdotes no se habla de su programa, de su método, del sistema de toda la sociología masónica, de su fin, de su espíritu, de sus medios, de su táctica y de su estrategia. Y lo que es más, el P. Berthelot, jesuita francés, escribe un libro sobre la posibilidad de colaboración entre la Iglesia y la Secta.
El peligro es muy actual. Los obispos argentinos lo han notado y han llamado a sus fieles para protestar. En Brasil hay indicios de próximas luchas.


B. El Comunismo.

El Comunismo es otro enemigo de la Iglesia católica. La secta masónica reúne a los “burgueses”; el Comunismo a los “proletarios”. El fin de los dos es el mis­mo: la sociedad socialista, racionalista, sin Dios y sin Cristo.

Hay una cabeza común a los dos:

C- El judaísmo Internacional.

1. Nosotros condenamos toda perse­cución contra los judíos en razón de su religión o por razones étnicas. La Iglesia está contra el antisemitismo.

2. Pero la Iglesia no puede ignorar los hechos pasados y las afirmaciones claras del Judaísmo internacional. Los jefes de este judaísmo conspiran desde hace siglos contra el nombre católico y preparan, metódicamente y por odio in­mortal, la destrucción del orden católico y construyen el orden del imperio mun­dial judaico. Esto es a lo que aspiran la secta masónica y el comunismo. El dine­ro, los medios de información periódica, la política mundial están, en gran parte, en manos de los judíos. Aunque ellos sean los mayores capitalistas y debieran, por este motivo, ser los mayores adver­sarios de los rusos y del comunismo, no les temen; muy al contrario, les ayudan a vencer. Los que revelaron los secretos atómicos de los Estados Unidos fueron Fuchs-Gold-Gringlass-Rosemberg: to­dos judíos. Los fundadores del comu­nismo son judíos; ellos son los propa­gadores de éste; los organizadores, los “banqueros”.
Esta es la realidad: ¿de ahí el odio? No, sino la vigilancia, la claridad, la lu­cha sistemática y metódica que es ne­cesario oponer a la lucha sistemática y metódica de este “Enemigo del hombre” cuya arma secreta es el “fermento de los Fariseos que es la hipocresía”.


D. La Revolución.

El judaísmo internacional quiere de­rribar radicalmente la Cristiandad y sus­tituirla. Sus tropas son los masones y los comunistas principalmente. El proceso de la Revolución comenzó a fines de la Edad Media, progreso por el Renaci­miento pagano, dio saltos adelante en la Pseudo-Reforma, destruyó la base polí­tica y social de la Iglesia en la Revolución Francesa, pensó derribar la Santa Sede, en el ataque a los Estados Pontificios, hizo añicos los recursos de la Iglesia con motivo de la secularización de los bienes de los Religiosos y de las Diócesis, causó una crisis interna muy grave con el Mo­dernismo, y en fin produjo, con el Co­munismo, el instrumento decisivo para borrar de la tierra el nombre cristiano.
La mayor fuerza de la Revolución nace de la utilización inteligente de las pasiones humanas. El Comunismo creó la ciencia de la Revolución, y sus armas principales están en las pasiones huma­nas desenfrenadas metódicamente exci­tadas.
La Revolución emplea dos vicios como fuerza destructoras de la sociedad católica y constructora de la sociedad atea: la sensualidad y el orgullo. Estas pasiones desordenadas y violentas son dirigidas de manera científica hacia un fin preciso y se someten ellas mismas a la disciplina férrea de sus jefes, para destruir de arriba abajo la Ciudad de Dios y construir la Ciudad del Hombre. Ellos aceptan la tiranía totalitaria mis­ma, toleran la pobreza con este fin, que sea edificado el orden del Anticristo.
Un cierto gobierno central, enérgico y muy inteligente dirige todo el proceso: es una central humana que es el instru­mento del mismo Satán.
Lo que se llama “Políticas de De­recha”, como el fascismo y el Nacional Socialismo, fueron ellas mismas las ca­bezas de combate contra la Iglesia de Cristo.


II. El combate católico contra este enemigo

A. Ciertos principios.

a) La condena de doctrinas perversas es una gran manera necesaria pero no es suficiente. Pues las condenas no fal­tan en la lucha contra el Protestantismo, contra el Jansenismo, el Modernismo, el Comunismo. Ellas tuvieron muy buen resultado. Algunas llegaron tarde.
b)  Es un combate organizado contra los errores, y los promotores y propaga­dores de los errores, lo que se necesita. Un combate tal organizado, como un ejército ordenado y metódico, viene a ser hoy fácil por el progreso de las co­municaciones con la Santa Sede. Sin embargo el Clero, las Órdenes religio­sas, nuestras escuelas, los laicos, no son sistemáticamente lanzados a la lucha. Falta una resistencia organizada contra las ideas y contra las personas.
c) El combate organizado debe tocar también las formas ocultas de la Revo­lución así como sus errores y su espíritu, que la propagan, ella y su espíritu pre­sentan generalmente dos aspectos:
1. Ellas con la consecuencia lógica de sus errores, o la expresión psicológica de los falsos principios, aplicada a un terre­no muy concreto.
2. La cosa está presentada de tal modo que el fiel poco informado no ad­vierte la malicia de la doctrina.
3. Aunque no perciba la malicia de la doctrina, el fiel guarda en su alma, de forma latente y activa, el principio per­verso y es reducido poco a poco, insen­siblemente, por este principio y por el espíritu de la Revolución.


El beato Pío IX 

B. El Syllabus del Papa Pío IX.

El Syllabus es la lista providencial de los errores perniciosos de nuestra época y conserva toda su actualidad. Debe sin embargo, ser completado:
1. Por la inclusión de nuevos errores actuales.
2. Por una organización práctica de la lucha contra tales errores y contra sus defensores en el exterior y en el interior de la Iglesia.
Este combate práctico y organizado, ha faltado a mi parecer. Frecuentemente, los defensores de los errores y del espíritu que han sido condenados en el Syllabus, han sido elevados a puestos de mando en el interior de la Iglesia.
En los seminarios se encuentran pro­fesores que divulgan tales errores y están llenos de amor a la Revolución. Los sacer­dotes que permanecen neutrales en este combate, son ascendidos. Los que luchan abiertamente contra la Revolución son retirados de sus cargos. Sufren frecuen­temente la persecución y se les prohíbe hablar. Los pastores no alejan a los lobos de sus rebaños e im­piden ladrar a sus perros. Yo ya he encontrado una monstruo­sidad de este clase: “Yo soy sa­cerdote maritainista”, “yo soy obispo maritainista”.
En el nuevo Syllabus, de­ben ser incluidos los errores del Socialismo. Igualmente los errores de Marc Sangnier, del movimiento “Le Sillon”; lo mismo la herejía social de Maritain. La idolatría demo­crática; el ídolo de la Demo­cracia Cristiana, los errores del “Liturgicismo”; los errores del sacerdocio de los laicos de Acción Católica. Los errores sobre la obediencia sobre los votos religiosos; los errores del Comunismo respecto a la propiedad, del Evolucionismo panteísta universal.


III. La estrategia del Caballo de Troya

A. La doctrina del mal menor.

Entre las muy numerosas formas por las que penetra la Revolu­ción subrepticiamente en la ciudadela de la Iglesia, se distingue la táctica del ‘‘mal menor”. Ella es en este lucha lo que fue el célebre caballo en la guerra de Troya.
La doctrina católica enseña: si no po­demos evitar el mal, podemos permitir un mal menor para evitar un mal mayor, con tal que no hagamos positivamente el mal. En la práctica, la resistencia su­cumbe bajo ese pretexto.
1. Ellos consideran que un cierto mal menor es necesariamente un mal peque­ño contra el que no se justifica el combate.
2. Numerosos católicos e incluso sa­cerdotes consideran que el combate cau­sa perjuicio a la Iglesia, como si ella no fuera precisamente militante. Por esto, so capa de prudencia, de caridad, de to­lerancia y de delicadeza apostólica, per­miten el mal sin combatirlo.
3. No recuerdan que el mal, incluso el menor es siempre un mal, y por eso no tratan de eliminarlo ni de suprimir­lo. Viviendo diariamente con el “mal menor”, olvidan el mayor bien al que se opone este mal, y por el uso de la “hipó­tesis” olvidan “la tesis”, y al final prefie­ren el mal mismo como cosa normal y rechazan el bien con horror: por ejem­plo la separación de la Iglesia y del Esta­do; el Divorcio permitido entre católicos por miedo a que les sea impuesto.

B. Acomodación a los Acatólicos.

He aquí la segunda puerta secre­ta por la que el enemigo penetra en la ciudadela católica. La fragilidad debida a la concupiscencia innata nos procura generosamente una continua tentación de conformidad con este siglo. Debe­mos acordamos de que la lucha cuer­po a cuerpo contra la carne y la sangre, no cesa jamás, menos todavía la lucha contra los principios de estas tinieblas. Cada día, el evangelio proclama de nue­vo el “niéguese a sí mismo”. Ciertos principios deben ser fuertemente resta­blecidos en el espíritu de los católicos, incluso en el clero.
1. Que ninguna acomodación sea per­mitida en cuanto a los principios. Hay que insistir mucho sobre este punto por­que los fieles comprenden que la contra­dicción es necesaria entre el mundo y la Iglesia. Y si “nuestros días” son más de este mundo pagano que de Dios, por eso los católicos no pueden ser “de este tiempo”.
2. Igualmente si se observan los prin­cipios, la acomodación al siglo puede ser perjudicial para la causa católica, cuan­do ella incita al mal a la fragilidad huma­na a causa del escándalo: alguien puede frecuentar sin pecado lo que se llama un casino, pero para la mayoría, esta fre­cuentación no se hace sin pecado.
 Si la ausencia de acomodación irri­ta a los adversarios, esto no es necesariamente un mal; al contrario, esto pue­de ser un gran bien. Así hizo el Salvador. La guerra no se hace ni la victoria se obtiene sin conflagración dolorosa. Los adversarios perciben, por una especie de instinto, las cosas que son favorables a la Iglesia y perjudican a la Revolución, y ellos la soportan difícilmente. Este te­mor a desagradar a los adversarios su­pone que son de buena fe que no debe ser perturbada. Estos católicos piensan que los acatólicos viven en un error pu­ramente intelectual, de tal modo que al instante se convierten a la verdad cató­lica si se les presenta de forma amable. Consideran también que toda polémica es mala, y que la energía y la severidad con la que la Iglesia defiende la fe perju­dicaría a la conversión de los individuos.

C. Cooperación con los acatólicos.

Graves son las consecuencias para la causa católica, de la cooperación gene­ralizada en las cosas comunes sin duda, en las cosas particulares conexas y para un fin bien limitado, la Iglesia puede re­coger un determinado bien de tal coope­ración. Generalmente, sin embargo, una verdadera colaboración no es posible, porque los principios, el fin y el espíritu son demasiados opuestos. Después de este contacto los acatólicos ganan poco, los católicos pierden mucho.

1. La buena fe.

Muchos de los males entran al cam­po católico a causa de la “buena fe” es­pecialmente porque las funciones muy influyentes son confiadas a personalida­des cuya fidelidad no ha sido constatada. Cierto, en tiempo de paz “nadie es malo a menos que lo demuestre”. Pero cuando la ciudad es asediada, “nadie es bueno para esto, a menos que lo demuestre”.

2. Los vehículos de la corrupción.

A) Los bailes.

Me parece conveniente la condena radical de los bailes en los que el hom­bre rodea a la mujer con su brazos y la estrecha contra él. Igualmente, ciertos bailes modernos como el “rock’n roll” y otras danzas parecidas debieran ser for­mal y universalmente prohibidos a los católicos.
Eso que se llama el “baile”, la Iglesia debe apartarse de él cómo de un culto sensual y ex­clusivo del cuerpo.

1. Las modas.

Por lo que concierne a los países de civilización occi­dental, podrían darse normas objetivas para el vestuario fe­menino. Además, la virtud de la modestia debe ser exigida sin debilidades como necesa­ria y fundamental para la sa­lud moral de las naciones. Se debe inculcar a los misioneros la educación de los salvajes al culto a la modestia. Los tra­jes de baños femeninos para los baños públicos, llamados “bikinis” deben ser absoluta­mente desaprobados; igual­mente los trajes de baños de dos piezas que dejan toda la espalda desnuda.

2. Los concursos de belle­za.

Tales concursos deben ser absolutamente condenados. Me parece que tanto las can- didatas como los organizado­res, los jueces y aquellos que financian con largueza estos mercados de carne humana deben ser todos castigados con la excomunión. Los obis­pos americanos niegan los sacramentos a los candidatos católicos de estos concursos. Este debiera ser el caso en el mundo entero, en cuanto a los candidatos y a los demás par­ticipantes.

C) El cine.

La postura de la Iglesia a propósito del cine está expresada por los docu­mentos pontificios. Pero en la práctica ocurren ciertos escándalos.
1. El cine documental y de erudición es muy útil para ayudar a los estudios y a los pueblos que es necesario instruir.
2. Sin embargo, el cine parroquial que se hace para la alegría y la diversión es de la misma naturaleza que las “no­velas” y los “cuentos”. Estos excitan sin fundamento la imaginación y las pasio­nes. Estas cosas se vencen por ascesis, y perjudican generalmente a la vida cató­lica porque disipan el espíritu.
3. El cine parroquial es en general un escándalo para los fieles.
a) porque de ordinario se presentan películas inmorales o degradantes a lo largo del año;
b) porque, por la frecuentación del cine parroquial se adquiere el vicio del placer y así el fiel pervertido, en los lu­gares donde no hay cine parroquial, va a cualquier cine;
c) porque el cine disipa la vida espi­ritual.
4. La educación por el cine que se im­parte por la Acción Católica no es más que un entretenimiento diabólico, por el cual el fiel es llevado a ver escenas obs­cenas bajo el pretexto de técnica y de arte, como si la imaginación y la concu­piscencia pudieran unirse y desligarse a la menor señal de la voluntad, del mis­mo modo que la energía eléctrica.
5. La crítica cinematográfica.
Una crítica del cine es más difícil que una crítica en el campo del libro. La ima­ginación y los ojos son atraídos con más intensidad. Pudiera ser que la creación de un Centro Romano para la crítica del cine, bajo la dirección de la Santa Sede y con una autoridad universal, fuera la solución práctica. No se debiera consi­derar solamente la moralidad inmedia­ta, sino también el valor, en cuanto a la propaganda, por la dinámica de la Re­volución. Bajo este aspecto, las películas llamadas “aptas” para las personas con juicio formado debieran ser examinadas atenta y rigurosamente.

F. Los libros.

Las condenas de libros hechas por el Santo Oficio producen gran efecto entre los católicos. La mayor parte de los fie­les rechazan estos libros. Sin duda, otros lo leen. Pero sabiendo que la Iglesia ha condenado el libro, consideran ya su doctrina como falsa y su veneno les hace así menos daño. A veces sin embargo las condenas tardan demasiado y dejan tiempo para causar grandes males. Así la reprobación de Gide llegó demasiado tarde. Otra condena extremadamente necesaria es la condena de Jacques Maritain. Sus errores causaron, sobre todo en América latina, graves perjuicios a la Iglesia. El clero joven está infectado de ella.
Los daños de los errores del partido “Democracia Cristiana”, provienen de las ideas de Maritain. Se dice que las agitaciones políticas en América son hechura de sus discípulos. Los católi­cos dicen: el Vaticano admite a Maritain porque fue delegado de Francia ante la Santa Sede. Los obispos se dicen “maritainistas”. Sus doctrinas predominan en las universidades católicas brasileñas. A pesar de todo, Roma se calla. Los hom­bres públicos obran según el principio siguiente: la Revolución fue mala en su método pero es buena en sí. Hagamos nosotros los católicos la Revolución an­tes de que la hagan los comunistas.


IV. Las dificultades internas

A. El estancamiento de la escolástica.

Pudiera ser que la reforma de los estudios romanos hecha en 1930 sea la causa de la paralización de la escolás­tica. La atención de los estudiantes fue dirigida casi únicamente hacia las cues­tiones históricas y positivas. Las tesis para la licenciatura y el doctorado son en general: el pensamiento de tal filóso­fo o teólogo.
La filosofía, teología y sociología ca­tólicas han perdido en parte su dinámi­ca. Los nuestros no estiman ya el pen­samiento occidental. Los nuevos guías son: Sartre, Freud, Dostoievsky, etc... Por una cierta sed malsana, los nuestros buscan su adaptación a los ídolos del momento: se leen los artículos de cual­quier “místico existencialista”, etc....
El Concilio debería considerar muy de cerca tal competencia para que se de un nuevo vigor a la doctrina católi­ca. Algunos, que causan la desviación, deberían ser incapacitados para ejercer. Deberían ser condenados el “socialismo cristiano”, el “nominalismo”, el “idea­lismo Kantiano”, todo Hegel con su es­cuela, Sartre, la doctrina de Maritain, y su engañosa distinción entre individuo humano y persona humana en las cosas sociológicas, el evolucionismo absoluto, el positivismo filosófico, el positivismo jurídico, el maniqueísmo y el gnosti­cismo modernos que se expresan en el arte abstracto, el tesofismo: el Rotary, el Lions, el Rearme Moral.

Polémica y discusión.

Para favorecer la influencia de la Iglesia y de la doctrina católica, es ne­cesario promover la costumbre de las discusiones y de las polémicas, a propósito de las cuestiones dispu­tadas. No se participará en las cues­tiones ciertas si no se participa en las disputadas. Sin ninguna duda, se debe cuidar de que la forma esté llena de caridad. Pero la discusión es necesaria y lo que es más, viva, para que nazca el amor a la ver­dad. Los comunistas han explorado científicamente esta técnica de las discusiones. El pueblo debe parti­cipar en disputas para conseguir el hábito de reflexionar y el amor a la doctrina.

B. El naturalismo pedagógico.

La influencia de Jean-Jacques Rousseau es muy grande entre los católicos mismos. Numerosos fieles tienen una falsa idea de la autoridad paterna y de la naturaleza del niño.
En efecto consideran que el niño es casi como un ángel, sin pasiones desordenadas y sin concupiscencia.
La doctrina católica debe ser traída de nuevo a la memoria de nuestros religiosos que se consagran a la educa­ción, porque muchos errores de los pro­testantes han invadido los claustros.
En las cuestiones sexuales la inocen­cia debe, dentro de lo posible, ser con­servada; pero las ideas y los principios hay que comunicarlos a los niños, cuan­do se pueda, en su integridad, de modo que el fiel llegue a su madurez lo más pronto posible.
Es necesario también decir algo a propósito de los “complejos”. Bajo el pretexto de evitarlos, la naturaleza vi­ciada del niño es abandonada a sus in­clinaciones naturales.


IV. El combate contrarrevolucionario

A. Algunos principios.

La conspiración de la Revolución es una y orgánica. Tal conspiración debe ser combatida según un modo y una ac­ción únicos y orgánicos. Los católicos esperan del Magisterio una descripción concreta y práctica, fundamental y or­gánica de la sociedad católica, de la so­ciedad contrarrevolucionaria. En esta sociedad están también incluidos de forma orgánica, los buenos elementos de la vida moderna con aquellos de la sociedad tradicional que deben ser con­servados.
(...) El combate católico contra los enemigos de la Iglesia se me presenta con frecuencia como un combate de cie­gos contra personas que ven. Nosotros ignoramos el fin, el método, la dinámica, la estrategia y las armas. ¿Qué nos enseña la sociología católica de todas esas cosas?

B. Reedificación de la sociedad ca­tólica.

Esta reedificación no significa una co­rrección de defectos parciales, sino casi una nueva creación. Muchas cosas en la vida no son ya cristianas sino paganas.
Los católicos deberían saber que: “esto y aquello no son compatibles con la sociedad católica”. En tales y tales ámbitos la sociedad debería ser de este modo o del otro para ser católica. Hay en eso márgenes que son amplios, pero no infinitos. La figura ideal de la so­ciedad católica debe ser descripta ante nuestros ojos para que sepamos lo que debemos hacer.
La fuerza de la Santa Sede es inmen­sa. Si los fieles estuvieran reunidos y di­rigidos para esta obra de modo enérgi­co, claro y metódico; por un verdadero combate mundial, bajo la dirección del Romano Pontífice, la marcha triunfal de la Revolución se interrumpiría y el Reino del Sacratísimo Corazón de Jesús sería instaurado. “Restaurar todo en Cristo”.
La reconstrucción de la Cristiandad es cosa de gran importancia. De la ma­yor importancia es la restauración del reino del Sacratísimo Corazón de Jesús. Dios puede salvar a cada alma en par­ticular en una sociedad revolucionaria. Pero las condiciones para la salvación son las peores y la salvación de cada alma será cuestión de un milagro.
(...) El orden cristiano, al contrario, es la mayor gracia exterior que impulsa suave y eficazmente, no a cada indivi­duo, sino a multitudes enteras, a la san­tidad de vida y a la salvación eterna. En la sociedad revolucionaria, Dios pesca las almas con anzuelo. En la sociedad cristiana, son pescadas con redes. La primera sociedad es el mayor obstáculo, la segunda es la mayor gracia exterior.

C. Atacar al comunismo.

En muchos católicos es fuente de tentación ocuparse del comunismo de la misma manera con la que el Libe­ralismo era tratado por la Iglesia el siglo pasado, y como lo es todavía hoy. Con el Liberalismo es posible la coexistencia.
1. El Liberalismo no impedía a la Igle­sia predicar su doctrina, ni le obligaba a predicar la doctrina liberal.
2. El Liberalismo permitía la conde­na de sus errores.
Sin embargo, bajo el régimen comu­nista, no hay ni lo uno ni lo otro:
a) A la Iglesia se le impide propagar su doctrina;
b) La Iglesia estaba obligada a ense­ñar los mismos errores del Comunismo.
c) La Iglesia no puede condenar los errores del Comunismo.
La oposición del Comunismo a la Iglesia católica es esencial, radical, per­petua, total.
Cuando el Comunismo hace una cierta paz con la Iglesia, se trata de una pausa en el combate. La razón de esta pausa puede ser diversa:
a) la política internacional puede exi­gir esta pausa.
b) la estrategia en el asalto de otro país puede causar esta paz ficticia en un país vecino.
c) la debilidad del mismo Comu­nismo, al comienzo puede explicar tal tregua. Igualmente el verdugo antes de castigar a la víctima con la muerte, hace una pausa para golpearla mejor.
La cooperación con el Comunismo será siempre para ruina de la propia Igle­sia. El Comunismo es el hijo de la Sinago­ga. Hasta la conversión del pueblo judío, la Sinagoga judaica será la Sinagoga de Satán. Y el Comunismo será el Comunis­mo de Satán, obra y figura del Anticristo.

D. El Socialismo.

La fuerza secreta del Comunismo se encuentra en su odio a Cristo. Su fuer­za de seducción reside sin embargo en la utopía socialista. El Comunismo prome­te una sociedad de hermanos: sin autori­dad, sin clases, sin pobreza, sin dolor, sin las dificultades de la vida, sin Dios y sin infierno. Promete el paraíso en esta vida.
Sin Dios: “libertad”. Sin rey ni padre: “igualdad”. Sin propiedad ni clases socia­les: “fraternidad”. Los católicos se adhie­ren fácilmente a esta utopía, pensando que puede ser bautizada Por eso dicen que la Iglesia primitiva era socialista.
Una conducta severa y solemne de esta utopía por el Concilio Ecuménico me parece necesaria. Se trata de una verdadera tentación mundial, seme­jante a la tentación del paraíso: “Seréis como dioses” o estas otras palabras: “Te daré todas estas cosas”.
1. La vida terrestre no debe ser para­disíaca. La Cruz, la paciencia, la abnega­ción son indispensables para obtener el fin de la vida sobre la tierra. La caridad es necesaria, no solamente la justicia.
2. Jamás el verdadero paraíso socia­lista será logrado en la tierra. Buscando el Reino de Dios y su justicia, el hombre obtendrá esta medida de felicidad te­rrestre que la amorosa Providencia con­cede a sus hijos en esta tierra. Buscando exclusivamente su felicidad, y violando las leyes de la naturaleza humana, el hombre dirigido por Satán adquiere la mayor esclavitud. Los judíos aseguran a los pueblos sometidos al yugo del so­cialismo que su Rey “los acaudillará con vara de hierro”. La sociedad revolucionaria sería según ellos primero un paraíso en la tie­rra, pero en realidad es un infierno en la tierra.
3. Debe ser enseñado claramente que las diferencias sociales y económicas son esenciales para la vida normal de la sociedad. Esta diferencia no va contra la justicia. Las diferencias no deben ser ex­clusivas; deben ser admitidas por la ca­ridad. Para una buena disposición de la sociedad, las clases deben existir.
4. El Socialismo forma al pueblo en el odio a los bienaventurados y a las virtu­des cristianas; a la humildad, la pobreza, la castidad. ¿Por qué las órdenes mendi­cantes no predican con más amplitud el ideal de la Pobreza?

E. La nacionalización de la vida.

En nuestros días aumenta, en nume­rosas partes del mundo, la ingerencia del Estado en la vida de los individuos y de las asociaciones. Esta ingerencia es con frecuencia necesaria a causa de la demolición de la vida colectiva, que ha sido destruída por el Liberalismo. Mu­chas cosas que corresponderían de por sí a la sociedad y a sus asociaciones, son realizadas hoy por el Estado.
La doctrina católica debe admitir es­tas ingerencias. Pero debe considerarlas claramente como extraordinarias, anor­males, transitorias. En sí, deben ser abo­lidas en cuanto sea posible.
Se busca fácilmente la solución de las dificultades en el Estado y en el cambio de las instituciones tradicionales y natu­rales. Sin embargo, las dificultades pro­vienen generalmente de la corrupción de las costumbres. Para la corrección de estas costumbres, la religión católica es indispensable. La solución de las difi­cultades actuales no se encuentra desde luego en las Conferencias Internaciona­les, sino en la recristianización a las cos­tumbres. Si Dios y su Hijo Jesucristo es­tuvieran colocados como fundamento de la vida individual, familiar, y nacional, incluso las cosas de la naturaleza que de­bieran ser ayudadas por la inteligencia y la humildad y buena voluntad humana, encontrarán soluciones connaturales.
En el mundo socialista se aden­tra este espíritu que quiere en los despachos esta­blecer soluciones e imponerlas a la naturaleza. Pero los seres vivos, tanto físicos como animados, son tan complejos y la vida tan variada, que el espíritu hu­mano es incapaz de conocer todas las fuerzas de igual manera. Por eso se debe tratar a la naturaleza no como un herrero, sino como un jardinero.


VI. Epílogo

Muchas sociólogos católicos hablan de “Nueva Humanidad”, que nacerá pronto, como si ellos supieran algo por la ciencia esotérica o gnóstica. El “dog­ma” de la evolución explica en parte esta ciencia y esta experiencia. Un día el hombre fue mono. El podrá evolucionar y llegar a ser una cosa superior a la natu­raleza humana actual: un superhombre. Entonces las leyes del Derecho natural serán distintas, incluso la ley moral, que llegará a ser, por ello mismo, relativa.
Nosotros debemos rechazar esas cosas.
En mi humilde opinión, me parece sin embargo necesario que presentemos un programa positivo. Los católicos lo desean. Ellos dicen: «Cuando se trata de una lucha contra el error, todos los cató­licos están unidos. Pero cuando se trata de una construcción positiva, la unidad se destruye». Sin duda, muchas organiza­ciones han tratado, estos últimos años, de actuar.
Pero contenían en ellas numerosos elementos del Socialismo, y por eso no han sido aceptadas por la base católica. Las organizaciones más han dividido que unido.
Si el Concilio Ecuménico presentase un programa positivo de acción contrarrevo­lucionaria y de edificación cristiana, con sus partes concretas, y si convocara a todos los católicos a esta obra, pienso que había de llegar el amor al Reino del Sagrado Cora­zón de Jesús y al Corazón de María.
Considero que estas cosas debían ser dichas, Eminentísimo Señor. En calidad de Obispo humilde y desconocido, he querido mostrarle la obediencia que le debo enviándole estos apuntes. Usted juzgará si le resultan útiles.

Beso con afecto su púrpura sagrada y me manifiesto su muy afectísimo.

Gerard de Proença Sigaud, Obispo de Jacarezinho. Revista Tradición Católica, N° 235, Enero-Febrero 2012.