PÁGINAS

miércoles, 19 de agosto de 2020

VATICANO II: EL ARZ. VIGANÒ RESPONDE AL OBISPO BARRON


Adelante la Fe

Nota explicativa de Michael Matt 

Excelencia:

Creo que encontrará interesante lo que le voy a decir. Como sabe, monseñor Robert Barron no es, desde luego, el peor prelado de EE.UU. Durante un tiempo me resultaron muy provechosas sus conferencias, y no es mi intención poner en duda su sinceridad. Con todo, me resulta problemática en muchos sentidos su postura sobre el Concilio, la cual expone en detalle en este enlace.

Ignoro si esta iniciativa tendrá algo que ver con las cartas que ha escrito últimamente Vuestra Excelencia sobre el tema, pero me parece un intento no muy disimulado de descalificar (por no decir denostar) la resistencia del catolicismo tradicional a las desastrosas y no vinculantes novedades introducidas por el Concilio Vaticano II.

Siento curiosidad por saber qué le han parecido los argumentos expuestos por monseñor Barron y sus colaboradores de World on Fire. Si tuviera la amabilidad de darlo a conocer a nuestros lectores, gustosamente se lo publicaría. Que Dios lo bendiga y la Virgen lo guarde.

In Christo Rege,

Michael J. Matt.

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Estimado Michael:

He visto el Catecismo sobre el Concilio que ha aparecido en World on Fire y, como me ha solicitado, le mando una breve reflexión. No entraré en los detalles de las preguntas, que me parecen más apropiadas para un manual de instrucciones o para la gestión de un locutorio o centro de llamados telefónicos. Me centraré por el contrario en una frase de la introducción que hace Benedicto XVI:

«Hoy en día, defender la verdadera tradición de la Iglesia significa defender el Concilio. […] Hemos de ser fieles al presente de la Iglesia, no al ayer ni al mañana. Y el presente de la Iglesia está en los documentos del Concilio Vaticano II, sin reservas que lo amputen ni arbitrariedades que lo distorsionen».

Afirma en tono apodíctico el Santo Padre que “hoy en día defender la verdadera tradición de la Iglesia significa defender el Concilio” y que “hemos de ser fieles al presente de la Iglesia”. Estas dos posturas que se complementan mutuamente carecen del menor apoyo en la Tradición, ya que el presente de la Iglesia está siempre indisolublemente vinculado a su pasado.

La Iglesia tiene tres dimensiones: una triunfante en el Cielo, otra militante en la Tierra y otra purgante en el Purgatorio. Estas tres dimensiones de una misma Iglesia están estrechamente ligadas entre sí, y es evidente que la triunfante y la purgante se encuentran en una realidad metafísica metahistórica o metatemporal. En cambio, la Iglesia militante tiene un presente, una contingencia que le da el paso del tiempo, y nada puede alterar su esencia, su misión y, sobre todo, su doctrina. Por tanto, no hay una Iglesia exclusivamente del presente en la que el ayer haya pasado irremediablemente y el futuro aún no haya llegado: lo que Cristo nos enseñó ayer lo reiteramos hoy y lo profesarán mañana sus vicarios. Aquello de lo que dieron testimonio ayer los mártires lo custodiamos hoy y lo confesarán mañana nuestros hijos.

Después afirma que «hemos de ser fieles al presente de la Iglesia, no al ayer ni al mañana», lo cual fue significativamente adoptado por los propulsores del Concilio ni más ni menos que para dar carpetazo al pasado, afirmar en el presente de aquel momento la revolución conciliar y preparar la crisis del mañana en ya nos encontramos. Es más, los novadores que quisieron aquel concilio actuaron precisamente –parafraseando las palabras de Ratzinger– con reservas que han amputado el Magisterio ininterrumpido de la Iglesia y con arbitrariedad lo han distorsionado. No veo por qué lo que hicieron ayer los innovadores con el Concilio Vaticano II en perjuicio de la Tradición no les pueda valer hoy: quienes no vacilaron en demoler el edificio doctrinal, moral, litúrgico, espiritual y disciplinar de la religión de antes, como ellos la llaman, en nombre de la pastoralidad y del Concilio, no vacilarían hoy en pretender reivindicar para sus osadas innovaciones la misma sumisión servil y su negativa a defender dos mil años de Magisterio infalible, y que hay que manifestar una adhesión incondicional, no a la Tradición, sino al acontecimiento singular que contradijo y adulteró dicha Tradición. A mí me parece que esa forma de razonar, nada más de una perspectiva meramente lógica, no tiene mucha credibilidad; la Iglesia conciliar se limita a reafirmarse y mirarse el ombligo rompiendo con la enseñanza constante de los sumos pontífices anteriores.

Por otra parte, yo diría que la cita de Benedicto XVI contradice la hermenéutica de la continuidad según la cual no hay que aceptar el Concilio rompiendo con el pasado de la Iglesia, sino en continuidad –precisamente– con él: pero si no existe una Iglesia de ayer, ¿a qué se refiere la continuidad de la presunta hermenéutica conciliar? Otro juego de palabras filosófico que desgraciadamente da señales de ruina desde su formulación y hoy es desmentido desde el propio trono pontificio.

Podemos observar con estupor el empeño de los defensores del Concilio en defender su concilio, hasta el extremo de redactar una especie de catecismo sobre él. Si se hubieran tomado la molestia de reafirmar con el mismo ardor la doctrina inmutable de la Iglesia cuando ésta se negaba o callaba en nombre de la renovación conciliar, no estarían tan extendidas hoy en día la ignorancia de la Fe y la confusión. Desgraciadamente, parece más importante defender el Concilio Vaticano II que el depósito perenne de la Fe.

¡Dios te guarde!

+Carlo Maria Viganò