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domingo, 27 de febrero de 2022

SERMÓN PARA EL DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA - P. Trincado

L’Esaltazione della Santa Croce, Gaulli, s. XVI 

En la Epístola de este domingo nos habla San Pablo de la caridad o amor sobrenatural.

Pocas palabras están más manoseadas que la palabra amor. En la Iglesia, los liberales han falseado gravemente la noción de la caridad. Para ellos, la caridad es un sentimiento que nos hace ser simpáticos, condescendientes y afectuosos siempre y con todos. Según la mentalidad liberal, entonces, la Inquisición era una institución que nada tenía que ver con la caridad; a San Luis, Rey de Francia, y a Santa Juana de Arco les faltó caridad por tomar las armas; a San Pablo le faltó caridad en la excomunión del incestuoso (1 Cor 5), a San Pedro le faltó caridad en el episodio de la muerte de Ananías y Safira (Hc 5, 1-11)… Al mismísimo Cristo le faltó caridad con los fariseos.

Es lo que piensan los liberales. Eso explica que un liberal como el P. Larrañaga -muy leído en toda Hispanoamérica-, narrando la expulsión de los mercaderes del templo, haya sido capaz de escribir esta blasfemia y esta herejía (“El Pobre de Nazaret”, Cap. 8): … “cuando los intereses y la gloria del Padre eran pisoteados por los mercaderes, (Cristo) no lo pudo soportar, perdió el control de sus nervios, empuñó el látigo y literalmente salió de sus casillas”.

Lo que el mundo llama amor es egoísmo, no verdadero amor. Dice Santo Tomás de Aquino que “propiamente ama el que quiere el bien del otro”. “El que ama sale fuera de sí hacia lo amado porque quiere el bien de lo amado y busca procurárselo como si de sí mismo se tratara”. (Suma Teológica I, q. 20, a. 1 ad 3; a. 2, ad 1). Así que el verdadero amor está en dar o en darse, no en recibir. Por despreciar estas verdades es que muchos matrimonios fracasan. Creen que aman a otro, pero en el fondo se aman a sí mismos y buscan satisfacer sus deseos utilizando al otro. No quieren realmente el bien del otro. No se tienen caridad. Construyen sobre la arena de los sentimientos puramente humanos, y por eso, cuando vienen los vientos, se desploma la casa que se figuraban sólida y hermosa.

San Juan dice (1Jn 4, 10) que el amor está en que Dios “nos amó y envió su Hijo para pagar por nuestros pecados”. Nada más opuesto al egoísmo. Por eso también San Juan dice que “Dios es amor” (1Jn 4, 8) Hallamos aquí la más alta definición de Dios, comenta Mons. Straubinger. El Padre, siendo el Amor, es lo contrario al egoísmo. Solemos imaginarlo como el infinito omnipotente vuelto hacia Sí mismo, contemplándose y amándose por no existir nada más digno de ello que Él mismo. Pero olvidamos que el Padre tiene un Hijo, eterno como Él, y que su amor está puesto en Él, de modo que el amor infinito no se detiene en Sí mismo, sino que sale hacia Jesús, y en Él, hacia nosotros.

Dice Nuestros Señor: "Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os amé. No hay mayor amor que el del que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 12). El amor más grande es el que tuvo Cristo al morir crucificado para salvarnos. La Cruz, esto es, el sufrimiento aceptado en obediencia a la voluntad divina, es, entonces, la cumbre del amor, y, al mismo tiempo, lo más ignorado y lo más odiado por el mundo. Todo amor que pretenda excluir la Cruz, es falso, débil, efímero. Mientras más crucificado, mayor o más verdadero es el amor. El que rehúye la Cruz nunca llega a saber qué es, realmente, el amor.

Voy a leer unas citas de La Imitación de Cristo (Cap XII) acerca de la verdadera caridad, del verdadero amor que resplandece en la Cruz. Noten el contraste entre este leguaje profundo, puro, santo, divino; y las falsas ideas mundanas y liberales que reinan hoy respecto del amor sobrenatural o caridad. Se trata de palabras que nos animan a alcanzar la más elevada cima del amor. Si nos parecen crueles o exageradas, se prueba que ignoramos el valor de la Cruz, que no sabemos en qué consiste el verdadero amor, y que no conocemos sino muy superficialmente a Cristo.

Estas palabras parecen duras a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu Cruz y sigue a Jesús. Pero más duro será oír aquella palabra final: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno.

¿Por qué temes tomar la Cruz por la cual se va al Reino? En la Cruz está la salvación, en la Cruz está la vida, en la Cruz está la defensa contra los enemigos, en la Cruz está la infusión de la dulzura celestial, en la Cruz está la fortaleza del corazón, en la Cruz está el gozo del espíritu, en la Cruz está la suma virtud, en la Cruz está la perfección de la santidad.

No está la salvación del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la Cruz. Toma, pues, tu Cruz y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna. Primero vino Él y llevó su Cruz, y murió en la Cruz por ti, para que tú también la lleves y desees morir en ella. Porque si mueres juntamente con él, vivirás con él, y si eres compañero de sus penas, lo serás también de su gloria.

Mira que en definitiva todo consiste en la Cruz, y todo está en morir en ella; y no hay otro camino para la vida y para la verdadera paz, sino el de la santa Cruz.

Si de buena gana llevas la Cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde terminará el padecer. Si la llevas contra tu voluntad, la haces más pesada. Si desechas una cruz, de seguro hallarás otra, y quizá más pesada.

Disponte, pues, como siervo bueno y fiel de Cristo a llevar varonilmente la Cruz en la que tu Señor fue crucificado por amor a ti. Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta vida miserable, porque así Él estará contigo donde quiera que vayas y de verdad lo hallarás en cualquier lugar.

Ten por cierto que cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza a vivir para Dios. No hay cosa más agradable para Dios ni más saludable para ti en este mundo, que padecer gustosamente por Cristo.

Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que sufrir, Cristo lo hubiera declarado con su palabra y ejemplo; pero manifiestamente exhorta a sus discípulos a llevar la Cruz cuando dice: 

Si alguno quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.