PÁGINAS

sábado, 29 de mayo de 2021

"LA GUERRA DE DIOS" - SERMÓN EN LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - P. Trincado

 



LA GUERRA NO ES VUESTRA SINO DE DIOS

Hubo un rey de Judá, llamado Josafat, que gobernó con temor de Dios. Se le elogia por muchas obras santas, como, por ejemplo, cuando se dice en la Escritura que “barrió de la tierra el resto de los afeminados que habían quedado en el tiempo de su padre Asá” (3 Rey. 22 47).

En cierta ocasión el Reino de Judá se vio gravemente amenazado por una alianza poderosa de las naciones vecinas, humanamente imposible de vencer. El Rey Josafat, muy angustiado, suplicó el auxilio divino delante de todo el pueblo. Al finalizar su oración, un profeta llamado Jahaziel se levantó y dijo: “Oíd, Judá toda, y vosotros moradores de Jerusalén, y tú, rey Josafat. El Señor os dice: no temáis ni os amedrentéis delante de esta tan gran multitud; porque la guerra no es vuestra sino de Dios. No temáis ni desmayéis; marchad contra ellos porque el Señor está con vosotros” (2 Cron. 20 15, 17). Lleno de valor, de confianza en Dios, y despreciando los medios puramente humanos, marchó el rey a la cabeza de su pequeño ejército en contra de los poderosos enemigos, y éstos fueron aplastados por obra de Dios. No era suya la guerra sino de Dios.

LA ORDEN DE BATALLA DE CRISTO

En el Evangelio de hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, nos dice Nuestro Señor: "Id y enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que os he mandado. Y mirad que estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos".

Dado que el diablo se opone siempre a la extensión del Reino de Dios, con esas palabras Cristo nos ha dado una verdadera orden de batalla, pues ir a conquistar para Él a todas las gentes, implica marchar contra todos los demonios y sus ejércitos humanos. Por eso la Iglesia de los vivos se llama “militante”, es decir, combatiente, y San Eusebio, comentando este Evangelio, dice que N. Señor, haciéndonos ejército del Reino de los Cielos, nos dispuso para la pelea contra los enemigos.

San Juan Crisóstomo señala que Cristo vino a dar inicio a la guerra católica y que por eso manifestó desde un comienzo la clase de combate que habíamos de sostener, más terrible que toda guerra civil. Y, por su parte, San Jerónimo dice sobre este Evangelio, que Nuestro Señor, al prometer estar con nosotros, sus discípulos, hasta el fin de los tiempos, indica que venceremos siempre.

Si la guerra es de Dios y no es nuestra, no debemos buscar, al librarla, socorros humanos, sino que debemos adherirnos por entero a la fe. Cuanto menos busquemos los apoyos terrenos -dice San Ambrosio- más encontraremos los auxilios divinos.

VATICANO II: LA PAZ DE DIABLO

Pues bien, luego de casi veinte siglos de guerra, de resistencia de la Iglesia entre duros combates, finalmente vino el demonio con su obra maestra, el Concilio Vaticano II, a convertir en letra muerta la orden de batalla de Cristo: el liberalismo, bautizado en el concilio, acabó con la guerra: se firmó por fin la paz con el demonio, el mundo y la carne.

Si hay derecho a no ser católicos, a la libertad religiosa y de conciencia, como enseñan los masones y los documentos conciliares; si fuera de la Iglesia hay salvación, si no hay infierno o está vacío, como pretenden los modernistas; ¿para qué ir a bautizar y a evangelizar? ¿Para qué ir a combatir? Mejor ir a dialogar para subsanar los meros malentendidos que impiden el logro de la paz mundial, de esa unidad de los hombres no fundada en Cristo, que es el nuevo fin de la Iglesia según los liberales y los herejes modernistas. El santo espíritu misionero ha sido destruido por el concilio, y su lugar ha sido usurpado por el diálogo ecuménico que no es otra cosa que la continuación de aquel diálogo catastrófico entre Eva y la serpiente.

SE DERRUMBA DESDE DENTRO EL ÚLTIMO BASTIÓN

Contra este engaño diabólico se levantó nuestro fundador, Mons. Lefebvre, pero 40 años después vemos que la congregación que luchaba gloriosamente contra el liberalismo, está abandonando gradualmente la trinchera, está dejando paulatinamente de combatir y está mendigando migajas a la secta conciliar. Perdida la esperanza en la conversión de Roma por el poder divino -cosa que parece imposible a los que han dejado de confiar enteramente en Dios- y olvidando que esta guerra no es de los hombres sino de Dios, se busca un auxilio humano, una alianza adúltera con los liberales moderados, la ayuda de unos supuestos “nuevos amigos en Roma” (Cor Unum 101), se pretende un acuerdo de paz con el enemigo (estuvo a punto de firmarse el año 2012), se piensa que estando en la estructura oficial, los tradicionalistas convertiremos a los modernistas y restauraremos la Iglesia. Pero todo esto no es más que una horrorosa ilusión, y esta ilusión está haciendo bajar los brazos a los que combatían valerosamente por Cristo: “¿No se ven ya en la Fraternidad los síntomas de esa disminución en la confesión de la Fe?”, decían los tres Obispos al Consejo General en su carta de 7 de abril del 2012. El combate disminuye, el dialogo aumenta. Pero el conciliador termina “conciliar”.

NO HE VENIDO A TRAER PAZ SINO ESPADA

Contra esos sueños pacifistas tan característicos de los liberales, están las palabras eternas de Cristo: “No he venido a traer paz sino espada [o división]” (Mt. 10, 34; Lc. 12, 51). Una es la paz del mundo; otra es la paz de Cristo. "La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, Yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Jn. 14, 27).

Hay una paz buena y hay una paz mala. Y hay una división buena y una división mala. La paz según el mundo es la unión de los hombres para bien o para mal, "la paz de Cristo es la unión que Él establece entre el cielo y la tierra por su Cruz", dice San Cirilo citando a San Pablo, y agrega que es mala la paz cuando separa del amor divino. Y San Juan Crisóstomo, hablando de la buena espada o división, dice que el médico, a fin de conservar el resto del cuerpo, corta lo que tiene por incurable. Y agrega que una división buena terminó con la mala paz que había en la torre de Babel y que San Pablo, a su vez, dividió a todos los que se habían unido contra él (Hch. 23), porque no siempre la concordia es buena y los ladrones también se unen [para delinquir].

Estimados fieles: el humo de Satanás, el liberalismo, ha entrado a la Tradición por una grieta abierta desde dentro. Por eso ahora se busca una paz que no es de Cristo. En lo que a nosotros respecta, sepamos vivir y morir en la trinchera, porque no es nuestra esta guerra sino de Dios.

DIOS HA DECLARADO LA GUERRA

De Dios, y tanto así que es la única guerra declarada por Dios. En efecto, enseña san Luis María Grignion de Montfort en su “Tratado de la Verdadera Devoción”, que “Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad -y enemistad irreconciliable-que durará y aumentará hasta el fin; y es entre María y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer”. Y dijo Dios: «Yo pondré enemistades entre ti y la mujer y entre tu descendencia y la suya» (Gen. 3, 15)”. Ahí está la declaración de guerra. Es Dios el que ha declarado la guerra. Es su guerra, no es nuestra. Nuestro deber es combatir sin pretender poner fin a esa guerra. No tenemos derecho a pactar la paz. No, no tenemos derecho a rendirnos. Tenemos el deber de pelear. “A los soldados toca combatir y a Dios dar la victoria”, decía Santa Juana de Arco.

Siendo así, ningún hombre debe pretender hacer una tregua con los liberales enemigos de Cristo, ni negociar un acuerdo de paz con los destructores de la Iglesia, ni aceptar una paz decretada por los que -en cuanto herejes modernistas- son soldados del diablo. Eso tiene un nombre: traición. Y el que busque o esté dispuesto a aceptar esa paz tiene también un nombre: traidor.

Que por la intercesión de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, Dios nos conceda seguir las huellas de todos los mártires y de todos los santos, y recibir del Cielo la férrea resolución de combatir hasta el final y la gracia de morir antes que traicionar.

“Os dice el Señor: no temáis ni os amedrentéis delante de esta tan gran multitud; porque la guerra no es vuestra sino de Dios”

martes, 25 de mayo de 2021

EL OBISPO HUONDER EN EL SEMINARIO DE ALEMANIA DE LA FSSPX

 

Imagen de la Misa celebrada por el obispo Huonder en Zaitzkofen.

La FSSPX ha publicado un video sobre la celebración de la Misa Pontifical en el seminario de Zaitzkofen este domingo. Este obispo liberal, autor del "Dies Iudaicus" (Día del Judaísmo) y amigo declarado del demoledor Francisco, vive desde el año 2019 en una casa de la FSSPX en Suiza. ¿Se imaginan cuál sería la respuesta si alguien como el valeroso Arzobispo Viganò pidiera residir en una de las casas de la Fraternidad? 

"Nada ha cambiado en la FSSPX"

Ver video

domingo, 23 de mayo de 2021

SERMÓN PARA EL DOMINGO DE PENTECOSTÉS - P. Trincado


El Catecismo de San Pío X nos enseña que existe el Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios eterno, infinito, omnipotente, Creador y Señor de todas las cosas, como el Padre y el Hijo. Dice también que la obra que se atribuye especialmente al espíritu Santo es la santificación de las almas.

El día de Pentecostés, cincuenta días después de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y diez después de su Ascensión, el E.S. bajó de los cielos, de manera visible, en forma de llamas o lenguas de fuego. 

Los efectos que produjo el Espíritu Santo en los Apóstoles fueron estos: los confirmó en la fe, los llenó de luz, de fortaleza, de caridad y de la abundancia de sus Siete Dones.

El Espíritu Santo no fue enviado sólo a los Apóstoles sino a toda la Iglesia y a todas las almas fieles de todos los lugares y tiempos.

El Espíritu Santo transformó a los Apóstoles de hombres terrenales en hombres divinos y santos: los que hasta ese día eran débiles y pecadores, desde ese momento serían grandes santos. De ignorantes en sabios. De cobardes y apocados en valerosos y mártires.

Y el Espíritu Santo quiere hacer lo mismo en nuestras almas: quiere santificarnosiluminarnos y hacernos fervorosos.

1.- Santificarnos: desde el Bautismo el Espíritu Santo nos hizo hijos de Dios y templos suyos. Por la Confirmación,  el Espíritu Santo se nos dio más intensamente.

2.- Iluminarnos: el Espíritu Santo abre la mente al horizonte infinito de  las realidades sobrenaturales, y esto por simples e ignorantes que seamos. El Espíritu Santo os enseñará todas las cosas (Evangelio de la fiesta de hoy) El hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le parecen una locura: y no las puede entender, porque deben ser juzgadas espiritualmente (Epístola de hoy).

3.- Hacernos fervorosos o encendernos en el amor de Cristo. Quiere incendiarnos. Nuestro Dios es un fuego devorador, dice la Escritura.
Lo que como hombres débiles nos es imposible, será posible por la divina omnipotencia, que dará una fortaleza sobrenatural al alma, la que se hará capaz de todo por medio de su gracia. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde, nos dice N. Señor. Al contacto con el E.S., el hombre débil se vuelve fuerte y capaz de ejecutar obras sublimesTodo lo puedo en Aquél que me hace fuerte (Fil 4 13). ¡Todo! ¡Todo!

Hoy como ayer, el E.S. sigue actuando, pero en la medida de que se lo permitamos. Si el pecado mortal lo expulsa del alma, la tibieza -que consiste en hacer un traidor acuerdo de paz con el pecado venial- encadena al Espíritu Santo en nuestras almas. El Espíritu Santo no está en el alma del que se encuentra en pecado mortal. Sí está en el alma del tibio, pero aprisionado, coartado, impedido, limitado y debilitado por las voluntarias infidelidades.

Pero hoy la necesidad de la acción del Espíritu Santo en el mundo, en la Iglesia y en la Tradición, es más grave y urgente que nunca: hay que defender a Cristo, la Verdad, no sólo contra malos, sino también contra muchos buenos engañados por el Vaticano II (obra maestra de Satanás) y el falso magisterio posterior, y también, -últimamente- hay que combatir por Cristo contra los que son víctimas de una peligrosísima ilusión que hace mirar con buenos ojos la posibilidad de lograr una paz -necesariamente falsa, injusta, traidora y cobarde- con los modernistas destructores de la Iglesia.

Estimados fieles: en lo que a nosotros respecta, mantengámonos inconmovibles en el camino que nos señaló Monseñor Lefebvre. No pidamos libertad, como los liberales. No pidamos un rincón en la estructura oficial de la Iglesia: sigamos exigiendo el restablecimiento del Reinado de Cristo en todo y en todos.

Nuestro deber sagrado es combatir por Cristo, no es mendigar migajas al enemigo liberal, asesino de las almas, a los herejes modernistas que son como un tumor maligno en el cuerpo de la Iglesia. No se hacen acuerdos con esos tumores, se los extirpa. No cerramos filas en la Iglesia Militante para mendigar ante el enemigo, sino para combatirlo sin tregua, sin descanso, sin diplomacias mundanas, sin retrocesos ni ablandamientos, sin ambigüedades y sin acuerdos traidores. 

Nuestra vocación es combatir hasta el fin, hasta la muerte de cada uno de nosotros; por el honor de Dios, por los derechos sagrados de la Verdad, por la reconquista de la Iglesia y del mundo para Cristo, Nuestro Señor. Esa batalla es un deber de todos y cada uno de los católicos, no sólo de los consagrados, y se libra por medio de la oración asidua y de la acción resuelta, sin esa hipocresía farisaica que hay en ser muy duros con los prójimos y muy indulgentes con nosotros mismos, sino con el constante ejemplo de una conducta santa, esto es, humilde, mansa, llena de esperanza sobrenatural y de toda caridad, y -a la vez- firme e intransigente en la fe.

Dice el papa León XIII que “ceder o callar cuando de todos lados se levanta tal clamor contra la verdad, es, o bien desinterés, o bien dudar de la fe; en los dos casos es un deshonor y hacer injuria a Dios; es comprometer la propia salvación y la de los otros, es trabajar a favor de los enemigos de la fe, pues nada aumenta tanto la audacia de los malos, como la debilidad de los buenos... los cristianos han nacido para la lucha...”

Estimados fieles: no nos hagamos ilusiones. El que ama a Cristo, la Verdad, detesta las ilusiones. Sin Mí nada podéis (Jn 5 15). Es imposible vencernos a nosotros mismos en nuestras cobardías e inconstancias, sin la ayuda del Espíritu Santo. Para ser realmente fieles a Cristo es necesario ser revestidos del poder de lo alto (Lc 24 49), y para eso hay que abrir el alma a la acción del Espíritu Santo como la tierra se deja abrir para recibir la semilla y dar fruto.

Pidamos, mediante el rezo asiduo del santo, divino, milagroso y todopoderoso Rosario, a la Santísima Virgen María, Esposa de Dios Espíritu Santo, que la restauración de la Iglesia y del mundo comience por nuestras almas: que el E.S. destruya al hombre viejo en el campo de batalla de nuestras almas y victorioso tome posesión total y definitiva de ellas.

¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

domingo, 16 de mayo de 2021

SERMÓN PARA EL DOMINGO POSTERIOR A LA ASCENSIÓN - P. Trincado

 


Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas, y viene la hora en que cualquiera que os mate pensará que sirve a Dios. Y os harán esto porque no conocieron al Padre ni a Mí. San Juan Crisóstomo comenta que Nuestro Señor intenta consolar a los Apóstoles con estas palabras, como si dijera: basta para vuestro consuelo el saber que padecéis esto por Mí y por mi Padre. Nos dice Cristo: Me persiguieron a Mí y os perseguirán también a vosotros. La persecución es para nosotros católicos el pan nuestro de cada día; esta es la señal de que somos discípulos verdaderos de Jesucristo (P. B. Martín Sánchez en “El Reino de los Cielos Padece Violencia"). Así que la verdadera señal o marca de los auténticos discípulos de Cristo es sufrir persecuciones. 

Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis, es decir, no tropecéis y seáis vencidos al ver que la persecución viene a veces de donde menos podía esperarse: de los buenos, de los más cercanos, de los amigos, de los superiores, de los compañeros de combate. Jesús nos previene para que no incurramos en el escándalo de que habla Mt 13, 21 (Mons. Straubinger): lo sembrado en pedregales es el que oye la palabra y la recibe con gozo, pero no tiene raíz en sí mismo sino por un tiempo, y cuando viene la tribulación o la persecución por la palabra, pronto se escandaliza. 

Os expulsarán de las sinagogas -o de la Iglesia mediante excomuniones, como en 1988; o de una determinada congregación- y viene la hora en que cualquiera que os mate pensará que sirve a Dios. Y os harán esto porque no conocieron al Padre ni a Mí. Dice Mons. Straubinger: Rara vez habrá quien haga el mal por el mal mismo, y de ahí que la especialidad de Satanás, habilísimo engañador, sea llevarnos al mal con apariencia de bien. Así Caifás condenó a Jesús, diciendo piadosamente que estaba escandalizado de oírlo blasfemar, y todos estuvieron de acuerdo con Caifás. 

“Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución”, dice San Pablo (2 Tim 3. 12). No hay duda de que todos los que quieren vivir conforme a la doctrina de Cristo serán perseguidos por envidia y malicia. Serán perseguidos por los demonios... por el mundo corrompido... Se les llenará de injurias, de burlas, de afrentas, de desprecio, siempre por envidia, ceguedad, injusticia y crueldad. Serán perseguidos en odio a la verdad, de los buenos ejemplos, del Evangelio, de la religión, del orden, de la sana doctrina, de la moral (…)... Serán perseguidos por sí mismos, por la concupiscencia, por el hombre viejo, que afrentan, que encadenan a pesar suyo, y que someten al espíritu. 

No es cosa nueva que las almas piadosas sean perseguidas; esto se verifica desde el principio del mundo. Así Caín persiguió al piadoso Abel, su hermano, y le mató. (…) Abraham fue perseguido por los cananeos. Lot por los sodomitas. Isaac por Ismael. Jacob por Esaú, José por sus hermanos, Moisés por el faraón. Los hebreos primero por los egipcios y más tarde por los filisteos y otras naciones. Saúl persiguió a David; Absalón persiguió a su padre David; Manasés persiguió a Isaías; los judíos persiguieron a Jeremías, a Amós, a Ezequiel y a los demás profetas. Nabucodonosor persigue a Daniel (...) Herodes (el Grande) persigue a los santos Inocentes y (Herodes Antipas) hace decapitar a San Juan Bautista; Jesucristo es perseguido hasta su muerte... Los apóstoles  son perseguidos de mil maneras, y se les sentencia muerte por ser discípulos de Jesucristo... ¡Cuántos millares de mártires!... Todos los santos han sido más o menos perseguidos... (P. B. Martín S., ibíd.). Pensemos en los Cristeros perseguidos por los masones, en México, en el siglo pasado. En los católicos perseguidos por los comunistas en España, por la misma época, y en el resto del mundo durante la mayor parte del siglo XX. Pensemos en los millones y millones de niños asesinados en el vientre de sus madres, perseguidos por éstas y por médicos criminales… 

Estimados hermanos: somos perseguidos porque queremos mantenernos enteramente católicos. Tengamos, entonces, siempre presentes las palabras eternas de Cristo: Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos... por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes para dar testimonio de mí ante ellos y ante las naciones (Mt 10 16-18). En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza: yo he vencido al mundo (Jn 16 33). Sabed que yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Felices los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 10). Felices seréis cuando os insulten y os persigan, y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa (Mt 10 11). El que pierda su vida por mi amor, la salvará (Lc 9, 24).

domingo, 9 de mayo de 2021

SERMÓN DEL DOMINGO V DE PASCUA - P. Trincado

 


Dijo Jesús a sus discípulos: en verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al padre en mi Nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea pleno.”  

Hay, entonces, ciertos defectos de la oración que hacen que no sea hecha en el Nombre de Cristo. Dice el Apóstol Santiago: “pedís y no recibís porque pedís mal” 

1)    Orar en PECADO MORTAL. Dios no oye al que vive como enemigo suyo y como amigo del diablo. 

2)    Pedir lo que Dios sabe que NO CONVIENE A NUESTRA ALMA. El “Padre Nuestro”, compuesto por Cristo, es un modelo perfecto de oración. La petición de lo que no sabemos si conviene a nuestra salvación debe ser condicionada: "si es tu voluntad", te pido tal cosa. 

3)    Pedir PRIMERO LO MATERIAL y después lo espiritual. Pero dijo Cristo:“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura”… “No sabéis lo que pedís”, responde Nuestro Señor a una petición de algunos Apóstoles. Igualmente nosotros solemos pedir salud física, títulos profesionales, buenos negocios, prosperidad en esta vida, “éxito”...  Una sola cosa es necesaria”, le dice Cristo a santa Marta. Ninguna de estas cosas es eso único necesario. ¿Cuál es esa única cosa necesaria? Querer que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Si queremos eso llegaremos a Cielo. Dice León XIII, en su Encíclica "Octobri Mense", sobre el Rosario, de 1891: Ante todo “pedir la salvación eterna de todos y pedir por la Iglesia. Pueden, después, pedir a Dios los demás bienes necesarios o útiles para la vida, con tal que se sometan de antemano a la voluntad de Dios, siempre justa, y le den asimismo gracias, ya conceda o ya niegue lo que le pidan”. 

4)    Con falta de HUMILDAD (o de respeto), de CONFIANZA (o de fe), de PERSEVERANCIA (o firmeza de ánimo). Sobre la falta de confianza: dice el Papa que “es cosa indigna e ilícita fijar tiempo y modo en que ha de ayudarnos Dios, que nada absolutamente nos debe; y que cuando no nos escucha, obra como buen padre con sus hijos, compadeciéndose de nuestra ignorancia y mirando por nuestro bien. Sobre la falta de perseverancia, dice León XIII:“conjuramos, pues, solícitamente a los cristianos a que no se dejen sorprender por las astucias del antiguo enemigo y a que no desistan por ningún motivo del celo de la oración; antes bien que perseveren y persistan sin intermisión” 

Además, el Papa dice que a la oración se debe sumar la penitencia: “exhortamos igualmente a todos y cada uno para que practiquen ambas virtudes, estrechamente unidas entre sí. La oración tiene por efecto sostener el alma, darle valor, elevarla hacia las cosas divinas; la penitencia tiene por resultado darnos el dominio sobre nosotros mismos, especialmente sobre nuestro cuerpo, mal inclinado por el pecado original y enemigo de la razón y de la ley evangélica. Esas virtudes, como es fácil ver, se sostienen mutuamente la una a la otra, y concurren igualmente a sustraer y arrancar de las cosas que perecen al hombre nacido para el cielo, y a elevarlo al trato con Dios. Sucede, por el contrario, aquel que (por falta de penitencia) tiene el alma debilitada por el engaño de los deseos desordenados, halla fastidio en las dulzuras de las cosas celestiales, y su oración consiste en palabras frías y lánguidas, indignas de ser escuchada por Dios.” Cristo vino a sufrir para salvarnos, por eso el cristiano no debe darse gustos a cada momento, como suele suceder en estos tiempos -por ejemplo- respecto de la comida. Las almas tibias ven estas cosas como algo totalmente irrelevante: “yo no mato, no robo… y esos gustos que me doy no me convierten en malo”. Pero impiden que usted sea tan bueno como Dios quiere que lo sea. Y la falta de espíritu de cristiana penitencia lo pueden llevar a ser malo. 

Mayo es el mes de Fátima, aparición en la que la Santísima Virgen insistió mucho acerca del rezo del santo Rosario. León XIII nos exhorta al rezo diario del Rosario, diciendo en la misma encíclica: “absolutamente nada se nos concede según la voluntad de Dios, sino por María.

LEER ENCÍCLICA "OCTOBRI MENSE"

INFORMACIÓN SOBRE VACUNAS COVID Y SU RELACIÓN CON EL ABORTO

 

"A menudo se puede escuchar la expresión «la vacuna», tan repetida por los medios de comunicación, como por los científicos o médicos. Sin embargo, no es correcto, puesto que no hay sólo una en ensayos o pruebas, sino que hay hasta 320 en investigación en la actualidad". (Cita de acá). 


VER CARTA DEL INSTITUTO CHARLOTTE LOZIER

https://lozierinstitute.org/


VER CARTA  DE "CHILDREN OF GOD FOR LIFE"

https://cogforlife.org/

lunes, 3 de mayo de 2021

VATICANO: ¿REFORMA DEMOCRÁTICA? NO: AUTOCRÁTICA



De conformidad con la enésima disposición promulgada por aquel que colegial y sinodalmente gobierna de modo despótico a golpe de motu proprios, los cardenales de la Santa Iglesia romana podrán ser sometidos a proceso y juzgados por laicos. 

Es imposible encontrar explicaciones razonables a las extemporáneas decisiones de Bergoglio, que ya ha infiltrado a no pocos laicos en los dicasterios romanos y en el sínodo de los obispos, o en todo caso a religiosos no ordenados, en nombre de la sinodalidad, la democratización y la paridad de género. Como tampoco sirve de nada invocar el Código de Derecho Canónico, que el Romano Pontífice puede derogar a su antojo. De nada sirve deplorar la subversión jerárquica que permite que un miembro de la Iglesia discente juzgue a un miembro de la Iglesia docente. 

Quien crea que las normas y reformas bergoglianas son motivadas por rectos propósitos y tienen por objeto el bien del cuerpo eclesial está en la luna. Si se tiene la honradez intelectual para reconocer que la finalidad de estas innovaciones es la demolición de la Iglesia Católica y la concentración tiránica del poder, se entenderá su plena coherencia y eficacia. Someter a los prelados a un tribunal compuesto de laicos nombrados por el principal inquilino de Santa Marta significa sustraer jurisdicción a los pastores para concentrarla en un individuo bajo la apariencia de democracia, colegialidad y participación de los laicos en el gobierno de la Iglesia. Aquí tenemos una astuta paradoja: Bergoglio impone reformas aparentemente democráticas contrarias a la constitución monárquica de la Iglesia de Cristo con el solo fin de dividir y de arrogarse todo el poder que él mismo afirma querer combatir. Mediante esta jugada, acapara poder para castigar o absolver a quien le dé la gana, garantizándose así la sujeción de los cortesanos y promoviendo una curia de aduladores y corruptos sobornables.

Omne regnum divisum contra se desolabitur: et omnis civitas vel domus divisa contra se, non stabit (Mt. 12, 25).

+ Carlo Maria Viganò

Fuente: Adelante la Fe