PÁGINAS

miércoles, 18 de abril de 2018

VOZ DE FÁTIMA, VOZ DE DIOS N°55



VOZ DE FÁTIMA, VOZ DE DIOS N° 55

Vox túrturis audita est in terra nostra”
(Cant. II, 12)

17 de Marzo de 2018

En este número de "La Voz de Fátima" pretendo comenzar una serie de artículos en los que haré consideraciones sobre la Santa Iglesia, que, si Dios quiere, tendrá su continuación en números futuros indeterminados, conforme disponga la Divina Providencia.

¡Feliz culpa de Adán, que nos mereció un tal y tan grande Salvador!

Dios sólo permite el mal para sacar un bien mayor. Él permitió el pecado de Adán, para sacar el bien infinitamente mayor de la Encarnación y de la Redención. Y, como consecuencia de la Encarnación y de la Redención, constituyó la Santa Iglesia.

La Santa Iglesia es el medio, instituido por Dios, a través del cual los hombres deben participar de la vida divina, primeramente en la oscuridad de la fe y después en la visión, en el goce y en la posesión de Dios. Esta es la finalidad para la cual fueron creados todos los hombres, finalidad plena de amor (¡y qué amor, amor increíble, infinito!) por cada uno de nosotros. Y no tenemos el derecho de no querer ese don inestimable. Seremos justamente castigados si lo rechazamos.

Podríamos pensar que nuestro bien es lo que queremos para nosotros. Pero nuestro Padre, nuestro buen Padre, nuestro mejor Amigo, Aquél que se hizo nuestro hermano y hasta querer ser nuestro hijo, Él sabe que, muchísimas veces, lo que queremos es pésimo para nosotros. Como alguien que tiene un hijo o un hermano o una madre que no quieren absolutamente verlo borracho porque saben que eso es un mal para él. Pero él cree que eso es bueno: ¡cómo le gusta beber hasta la embriaguez!... "¿Por qué estas personas, que me deben querer bien, me están impidiendo hacer lo que me gusta tanto?" Porque saben que esto no es bueno. Así Dios para con nosotros.

Conclusión, todo hombre debe pertenecer a la Santa Iglesia para salvarse. Y sólo se puede pertenecer a la Santa Iglesia por causa de Nuestro Señor Jesucristo. Fue porque Él murió por nosotros que cada uno puede recibir la participación de Su vida divina, por la gracia santificante.

Arsenius