PÁGINAS

domingo, 20 de abril de 2014

R.P. R. TRINCADO - SERMÓN DEL DOMINGO DE PASCUA.-






El Evangelio de hoy nos narra el gran acontecimiento de la resurrección de N. Señor. Las santas mujeres, al amanecer, se encaminan al sepulcro preguntándose quién les podría remover la gran piedra colocada en la entrada del mismo. Pero al llegar, ven que esa piedra ha sido retirada, y el mismo ángel que ha hecho esto, les anuncia que N. S. Jesús, el crucificado, ha resucitado.

Los 4 Evangelistas se refieren al hecho de la remoción de esa piedra. ¿Por qué? ¿Qué simboliza esta piedra?

Antes de responder a eso, tengamos en cuenta que retirar la piedra no era necesario para que N. Señor pudiera salir del sepulcro, pues los cuerpos gloriosos son capaces de pasar a través de los objetos sólidos. ¿Con qué finalidad, entonces, ha sido quitada la piedra? Pues para hacer patente el hecho de la milagrosa resurrección de Cristo y también para una enseñanza espiritual:

Leemos en el Génesis (29, 8-10) que cuando Jacob -figura Cristo- se encontró con Raquel -figura de la Iglesia- removió una gran piedra que tapaba la boca del pozo del que debían beber las ovejas de ella. De igual modo, Cristo resucitado ha quitado, por medio de uno de sus ángeles, la puerta que cerraba la entrada del sepulcro, no para que él pudiera salir, sino para que nosotros, sus ovejas, pudiéramos entrar. Para que nosotros, los cristianos, podamos acercarnos al que nos dice “quien tenga sed, que venga a Mí y beba”. “El que beba del agua que Yo le daré, no tendrá más sed, sino que el agua que Yo le daré se hará en él una fuente de agua que brote hasta la vida eterna”.

En esta gloriosísima victoria de Cristo resucitado, la piedra puesta en la entrada del sepulcro, que antes nos impedía el paso hacia Nuestro Señor, una vez caída se ha convertido para nosotros en camino llano y libre al Cielo, y bajo el peso de esa piedra -cual lápida- han quedado para siempre aplastados, sepultados y vencidos, el demonio, el mundo, la carne, el pecado y la muerte.

No se agota en esto el simbolismo de esa piedra. Dice N. Señor: “Venid a Mí todos los cargados y agobiados, que Yo os aliviaré… porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Marcha cargado y agobiado por los caminos escabrosos de esta vida de prueba, el que lleva las pesadas piedras de los pecados. Así, según este otro sentido, la piedra removida es el duro corazón del hombre viejo, del hombre pecador, según aquello del profeta Ezequiel: “os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne, y pondré en vosotros mi espíritu para que caminéis en mis preceptos”.

Por eso San Pablo, en la Epístola de hoy, nos dice que tenemos que quitar de nuestros corazones, como quitada fue esa piedra, el “viejo fermento a fin de ser una masa nueva”. El fermento viejo -dice- de la malicia y de la inmoralidad, para ser, con Cristo resucitado, panes ácimos de pureza y verdad.

En los tiempos de la Antigua Alianza, para la Pascua los hebreos debían deshacerse del fermento o levadura antigua que hubiera en sus casas, pues al actuar éste en la masa de harina de trigo por cierta corrupción, significaba el pecado, del cual todos debían purificarse a fin de celebrar dignamente la Pascua.

Eso bajo la Ley Antigua. Bajo la Nueva, la Fiesta de la Pascua es un llamado reiterado y apremiante del Amor Misericordioso de Dios a una conversión profunda. Este llamado del Amor a entregarse al Amor se dirige a todos los hombres, no sólo a los que están separados de Dios por el pecado mortal, pues ninguno hay que ame suficientemente a Dios, Amor Infinito y -por lo mismo- infinitamente amable.

Arrojemos, pues, de nuestras almas, las piedras pesadas, duras, frías, ásperas y oscuras de los pecados. El pecado mortal o grave es una roca pesadísima que aplasta el alma y expulsa de ella a Dios. Los pecados veniales o leves son como muchas piedras que oprimen el corazón, encadenando a Dios en el alma, impidiendo el total cumplimiento de su voluntad en nosotros, ahogando el amor.

“Como Cristo resucitó de entre los muertos para gloria del Padre, también nosotros caminemos en novedad de vida”, dice San Pablo. “Antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en Cristo”. “Caminad como hijos de la luz. El fruto de la luz está en toda bondad, justicia y verdad”. “Revestíos hoy, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia… y por sobre todo esto, tened caridad”.

Estimados fieles: que la gran fiesta que celebramos hoy, sea para todos una verdadera resurrección espiritual, un retomar el camino a Dios, iniciado en el bautismo, con renovada resolución de buscar la voluntad de Dios siempre y en todo, con plena confianza en que, para ello, Él nos concederá su gracia.


Que con santo odio al pecado y al error, llevemos en nuestros corazones sólo aquella “Piedra Viva reprobada por los constructores que ha venido a ser la piedra angular”. Y que esa Divina Piedra haga de cada uno de nosotros, por la intercesión de la Madre de Dios, “piedras vivas y escogidas” para edificar en el Amor verdadero, puro y ardiente, el edificio espiritual que se eleva hasta el Cielo: la santa Iglesia de Cristo.