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jueves, 7 de febrero de 2013

MONSEÑOR LEFEBVRE, ROMA Y LOS "RALLIÉS". III PARTE

Continuamos con la publicación de este magnífico documento escrito por los Dominicos de Avrillé y publicado en su revista "Le Sel de la Terre". La primera parte puede encontrarla en este enlace. La segunda parte aquí.
En esta tercera parte, se analizan muchos de los argumentos de los "acuerdistas", por lo que es de suma actualidad y nos damos cuenta que estos mismos argumentos ahora son utilizados por las mismas autoridades de la FSSPX.



II.3 Los "ralliés"

Los motivos que llevan a este acuerdo con Roma son los siguientes :

vEllos no quieren seguir plenamente la Tradición

Seguir plenamente la Tradición consiste en conservar la fe, denunciar los errores, conservar la antigua Misa por motivos de fe, rechazar el Concilio en razón a su oposición al Reinado de Jesucristo.

Por parte de los ralliés, conservar la Misa, los sacramentos y el catecismo es suficiente.

“Lo que nosotros hemos pedido desde el principio (misa de San Pio V, catecismo, sacramentos, todo conforme al rito de la Tradición de la Iglesia), nos ha sido otorgado sin contrapartida doctrinal, sin concesiones, sin negaciones” (Dom Gerard, 18 de agosto de 1988) D15 “Otórgenos las Escrituras, el catecismo y la Misa! “ Tal fue nuestra carta al Papa Paulo VI en 1972. Tal es en 1988 nuestra carta al papa Juan Pablo II”. (Jean Madiran, Itinéraires, octubre de 1988).
Monseñor Lefebvre y los obispos ya han dado la respuesta: no es una cuestión de rito o de la Misa, sino de doctrina, de principios y más profundamente de una filosofía.

Centrarse sobre lo esencial : la Misa.

Otros argumentan que hay que centrarse en lo esencial: la Misa. En efecto, lo más importante es mantener la fe y por la Misa, se reciben gracias que permiten conservar la fe; por lo tanto, lo esencial es conservar la Misa.
Es verdad que la Misa otorga gracias que permiten conservar la fe. Pero no podemos conservar la fe sin combatir los errores: es por eso, dice H. Hello, que “esta detestación del error es la piedra angular sobre la cual se reconoce el amor a la verdad” (L’homme, Perrin 1941, p. 214). Por consecuencia, la asistencia a la Misa de siempre otorga las gracias y el espíritu de combate contra los errores; pero si el espíritu de combate no está presente, estas gracias son mal recibidas.

No tenemos las luces para juzgar al Papa.

Además, dicen ellos, no tenemos las luces para juzgar al papa sobre los errores que comete; solamente Dios es quien juzga. Como buenos hijos debemos esconder las miserias de nuestro Santo Padre, a imitación de los hijos de Noé que escondieron la vergüenza de su padre. No añadamos escándalo sobre escándalo.
Hay que distinguir entre juzgar y juzgar. Juzgar en cuanto a la conformidad o disconformidad de las palabras y las acciones de una persona en relación a la verdad o a la ley divina, está al alcance de todos aquellos que han estudiado su catecismo. En cuanto a juzgar sobre las disposiciones secretas y las intenciones escondidas, eso no nos pertenece: está reservado a Dios. Tengamos cuidado de discernir lo que es objetivo: las palabras y las acciones, de lo que es subjetivo: las intenciones.
Cuando el lobo está en el aprisco, el verdadero escándalo es de no gritar ¡el lobo! El escándalo es el no preocuparse del bien de Dios, su honor, y del bien del rebaño a quien hay que proteger del lobo. El escándalo es el no hacer nada para evitar su influencia.

vEstar en la obediencia

¡Obedezca, obedezca! No han dejado de repetir las autoridades romanas a Monseñor Lefebvre. Algunos pensaron que la obediencia a las autoridades actuales era compatible con la fidelidad a la Tradición.
“ Aceptamos el desafío y continuamos tranquilamente nuestro camino, gozando de un estatuto capaz no sólo de mantenernos fieles a nuestra tradición litúrgica con la bendición de la Iglesia, sino que todavía sí Dios lo quiere, de servir de unión entre estas dos exigencias imprescriptibles: tradición y obediencia... “ (Dom Gérard en la “Carta a los Amigos del Monasterio, n° 44)
Los hechos muestran los frutos de la obediencia mal comprendida. Les ofrecemos más abajo (VI, 3) los motivos que no permiten la sumisión voluntaria a las autoridades que se oponen a la fe católica.

vEstar en la legalidad (situación canónica regular); que las censuras sean removidas.

Los obispos consagrados por Monseñor Lefebvre “son sin duda más seguros doctrinalmente, más católicos que un gran número de obispos actuales. Pero el papa es el papa, los obispos son jefes de sus diócesis y ellos solamente pueden dar la jurisdicción para las confesiones o los matrimonios, incluso si por sus declaraciones o su comportamiento han destruido más la Iglesia que edificarla” (Padre Laffargue, julio de 1988).
Lo que pertenece a la Iglesia es por principio la fe, la adhesión a todas las verdades enseñadas por la Iglesia. La ley, el derecho canónico, está al servicio de la fe y de la santificación de las almas y no a la inversa. Si la oposición a Roma no fuera mas que cuestión de disciplina, de obediencia o de caridad, es la ley y su aplicación que deben arreglar el conflicto. Pero como lo hemos dicho, es una oposición a la doctrina y a los principios más fundamentales: es una cuestión filosófica y teológica y no de situación canónica regular.

 vEstar en la Iglesia: la Iglesia es visible.

 “¿Así que ahora está establecido que uno no se puede salvar en la Iglesia visible: la sociedad de los fieles bajo la autoridad del papa? ¿Hay que salir obligatoriamente para no perder el alma?” (Carta de J. Madiran a Monseñor Lefebvre del 26 de agosto de 1988) “No importa en qué momento, la oferta puede implicar una parte de perfidia. Pero como sea, es en la Iglesia visible que deben ser reinstaladas la Misa, la doctrina, etc.” (J. Madiran, Itinéraires, abril de 1989).
 “Es perjudicial que la misma Tradición de la Iglesia esté relegada fuera de su perímetro oficial visible. Esto es contrario al honor de la Esposa de Cristo. La visibilidad de la Iglesia es uno de sus caracteres esenciales” (Dom Gérard, 18 de agosto de 1988).
“Esta historia de la Igle­sia visible de Dom Gérard y M. Madiran es infantil. Es increíble que se pueda hablar de Iglesia vi­sible para designar a la Iglesia conciliar por oposición a la Iglesia católica que intentamos represen­tar y continuar. Yo no digo que somos la Iglesia católica. No lo he dicho nunca. Nadie puede repro­charme de haber querido nunca considerarme un papa. Pero re­presentamos verdaderamente a la Iglesia católica tal como era en to­do tiempo puesto que continua­mos lo que ella siempre ha hecho. Somos nosotros quienes poseen las notas de la Iglesia visible: la unidad, catolicidad, apostolicidad, santidad. Es esto lo que constituye la Iglesia visible”. (Mgr Lefebvre, Fideliter n°70, p. 6).
Igualmente, en una conferencia del 9 de septiembre de 1988, Monseñor Lefebvre dijo a los sacerdotes en Ecône:
“Ustedes representan verdaderamente a la Iglesia. Creo que hay que convencerlos de que ustedes representan a la Iglesia Católica. No que no haya Iglesia fuera de nosotros, no se trata de eso. Pero en fechas recientes se nos ha dicho que es necesario que la Tradición entre en la Iglesia visible. Creo que aquí se comete un error muy grave.
¿Dónde es la Iglesia visible? La Iglesia visible se reconoce por las señales que siempre ha dado para su visibilidad: es una, santa, católica y apostólica.
Les pregunto: ¿dónde están las verdaderas notas de la Iglesia? ¿Están más en la Iglesia oficial (no se trata de la Iglesia visible, se trata de la Iglesia oficial) o en nosotros, en lo que representamos, lo que somos?
Queda claro que somos nosotros quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la Iglesia oficial. Un obispo cree en ésto, el otro no; la fe es distinta, sus catecismos abominables contienen herejías. ¿Dónde está la unidad de la fe en Roma? ¿Dónde está la unidad de la fe en el mundo? Está en nosotros, quienes la conservamos.
La unidad de la fe realizada en el mundo entero es la catolicidad. Ahora bien, esta unidad de la fe en todo el mundo no existe ya, no hay pues más de catolicidad prácticamente. Habrá pronto tantas Iglesias Católicas como obispos y diócesis. Cada uno tiene su manera de ver, de pensar, de predicar, de hacer su catecismo. No hay más catolicidad.
¿La apostolicidad? Rompieron con el pasado. Si hicieron algo, es bien eso. No quieren saber más del pasado antes del Concilio Vaticano II.
Vean el Motu Proprio del Papa que nos condena, dice bien: “la Tradición viva, esto es Vaticano II”. No es necesario referirse a antes del Vaticano II, eso no significa nada. La Iglesia lleva la Tradición con ella de siglo en siglo. Lo que pasó, pasó, desapareció. Toda la Tradición se encuentra en la Iglesia de hoy. ¿Cuál es esta Tradición? ¿A que está vinculada? ¿Cómo está vinculada con el pasado? (…)
La apostolicidad: nosotros estamos unidos a los Apóstoles por la autoridad. Mi sacerdocio me viene de los Apóstoles; vuestro sacerdocio les viene de los Apóstoles. Somos los hijos de los que nos dieron el episcopado. Mi episcopado desciende del santo Papa Pío V y por él nos remontamos a los Apóstoles. En cuanto a la apostolicidad de la fe, creemos la misma fe que los Apóstoles. No cambiamos nada y no queremos cambiar nada.
Y luego, la santidad. No vamos a hacernos cumplidos o alabanzas. Si no queremos considerarnos a nosotros mismos, consideremos a los otros y consideremos los frutos de nuestro apostolado, los frutos de las vocaciones, de nuestras religiosas, de los religiosos y también en las familias cristianas. De buenas y santas familias cristianas germinan gracias a vuestro apostolado. Es un hecho, nadie lo niega. Incluso nuestros visitantes progresistas de Roma constataron bien la buena calidad de nuestro trabajo. Cuando Mgr Perl decía a las hermanas de Saint Pré y a las hermanas de Fanjeaux que es sobre bases como esas que será necesario reconstruir la Iglesia, no es, a pesar de todo, un pequeño cumplido. Todo eso pone de manifiesto que somos nosotros quienes tenemos las notas de la Iglesia visible. Si hay aún una visibilidad de la Iglesia hoy, es gracias ustedes. Estas señales no se encuentran ya en los otros. (…)
No somos nosotros, sino los modernistas quienes salen de la Iglesia. En cuanto a decir “salir de la Iglesia VISIBLE”, es equivocarse asimilando Iglesia oficial a la Iglesia visible. Nosotros pertenecemos bien a la Iglesia visible. (…)¿Salir, por lo tanto, de la Iglesia oficial? En cierta medida, ¡sí!, obviamente. (Mgr Lefebvre, conferencia en Ecône, 9 septiembre 1988, Fideliter n°66, p. 27)
¿Quién está en la Iglesia ? Los católicos. Los modernista, en razón de sus errores, no pertencen a la Iglesia. Ellos formaron lo que uno de ellos llamó la Iglesia conciliar.

vTrabajar en la Iglesia para que la Tradición reencuentre su derecho de ciudadanía.

“Constatamos que el hecho que la Tradición reencuentre oficialmente su derecho de ciudadanía es ahora estigmatizado por aquellos que trabajan en ella. ¿No es esta una nueva e inquietante orientación? Nuestro estupor es grande y la tempestad que se ha levantado por esto nos ha entristecido profundamente”. (Carta de las monjas de La Font-de-Perthus,  15 enero 1989) “Hay que mantener la fe en nuestra parroquia por la misa: hay que permanecer en la parroquia. Hay que cambiar a la Iglesia desde el interior.
En esta elección hay dos ilusiones: Ilusión de estar en la Iglesia católica si permanecemos en la Iglesia conciliar, sometidos a los obispos modernistas; y la falsa concepción de la autoridad: no es el inferior el que tiene el poder de cambiar cualquier cosa en la Iglesia, sino el superior. Sería una subversión el pretender atribuir a un inferior un poder de dirección en la Iglesia. Cambiar la Iglesia desde el interior, esto es lo que quisieron e hicieron los modernistas…
“Ponerse dentro de la Iglesia, ¿qué quiere decir? Y ante todo ¿de qué Iglesia están hablan­do? Si es de la Iglesia conciliar, ¡habría sido necesario que noso­tros, que luchamos contra ella du­rante veinte años porque amamos a la Iglesia católica, entrásemos en esta Iglesia conciliar para volverla supuestamente católica! Es una completa ilusión. No son los súbditos que hacen a los superiores, sino los superiores que hacen a los súbditos.
Entre toda esta Curia Roma­na, entre los obispos del mundo que son progresistas, yo habría es­tado completamente ahogado. No habría podido hacer nada, ni pro­teger a los fieles ni a los seminaris­tas. Nos habrían dicho: bueno, le vamos a dar tal obispo para hacer las ordenaciones, pero sus seminaristas deberán aceptar a los profe­sores venidos de tal o tal diócesis. Es imposible. En la Hermandad de San Pedro tienen profesores venidos de la diócesis de Augsburgo. ¿Quiénes son estos profeso­res? ¿Qué es lo que enseñan?” (Mgr Lefebvre, Fideliter, n°70, p. 6)

vEs la Iglesia la que salva, no somos nosotros los que salvamos a la Iglesia.

“El trabajo es inmenso y debemos, con respeto de los otros, con una muy grande caridad y sin tomarnos como los únicos salvadores de la Iglesia ya que es la Iglesia quien nos salva, cumplir humildemente nuestra misión en el lugar en que la Providencia nos ha ubicado” (Max Champoiseau, CHAC, Famille Chrétienne, marzo 1989)
La repuesta está en una imagen: San Francisco de Asís sosteniendo a la Iglesia que se está despedazando. La historia de las crisis en la Iglesia es también la historia de los hombres suscitados por Dios para levantarla…

vOponerse al espíritu de ruptura y al cisma

"Sería un error grave de constituir en la Iglesia un tipo de gran partido unificado que elegiría en su cabeza a un jefe que haría maniobrar sus tropas a su agrado." (Dom Gérard, 18 de agosto de 1988).
Se le hace una gran injuria a Monseñor Lefebvre al hacerlo jefe de un partido. Él mismo siempre tuvo cuidado de no hacerse llamar el jefe de los tradicionalistas. El poseía una autoridad moral sobre los fieles: eso era normal para un sucesor de los apóstoles fiel a su cargo, los fieles y los sacerdotes siempre encontraron en él el pastor que necesitaban. Esta autoridad moral permanece, porque sus enseñanzas y sus principios en la crisis actual conservan toda su fuerza.
En cuanto al cisma, éste no existe mas que para aquellos que no saben la diferencia entre desobediencia necesaria una autoridad cualquiera y la negación de reconocer esta autoridad por lo que es. Desobedecer al Papa no significa separarse de la Iglesia, habría que añadir otra cosa: constituir su propia autoridad independiente. Monseñor Lefebvre tuvo cuidado de dar a la Fraternidad Sacerdotal San Pio X su lugar reconocido en la Iglesia y no darle a los obispos consagrados por él una jurisdicción sobre un territorio dado. Jamás tuvo el espíritu de rebelión, sino de respeto hacia Roma, espíritu que transmitió y permanece.
Además, Monseñor Lefebvre dijo frecuentemente que los cismáticos son aquellos que profesan las novedades salidas del Concilio Vaticano II. “Creemos poder afirmar, ateniéndonos a la crítica interna y externa del Concilio Vaticano II, es decir, analizando los textos y estudiando los resultados de este Concilio, que es, al darle la espalda a la Tradición y al romper con la Iglesia del pasado, un Concilio cismático”. (Monseñor Lefebvre, Figaro, 2 de agosto de 1976).
“El magisterio de hoy en día no es suficiente para que sea católico si no es la transmisión del depósito de la fe, es decir, de la Tradición. Un magisterio que es nuevo, sin raíces en el pasado, es con mayor razón contrario al Magisterio de siempre, no puede ser sino cismático, si no herético.
« Una voluntad permanente de aniquilamiento de la Tradición es una voluntad suicida que autoriza, por ese mismo hecho, a los verdaderos fieles católicos a tomar todas las iniciativas necesarias para la supervivencia de la Iglesia y la salvación de las almas”. (Carta del 8 de julio de 1987 al Cardenal Ratzinger).

vConservar la amistad, hacer cesar las divisiones y los sufrimientos

“Nosotros no queremos alimentar los incendios sino apagarlos, no queremos cavar pozos sino poner puentes, no queremos condenar sino al contrario, comprender, alumbrar, reprender si es necesario con paciencia y sobretodo, perdonar…” (…) “La urgencia de hoy, es bajar la presión y el sufrimiento de las almas que han sido desgarradas por la crisis en la Iglesia y que, para algunos, ha sido destrozarse unos a otros” (Padre Christian Laffargue, miembro de la Fraternidad San Pedro, Famille Chrétienne, 585, marzo de 1989)
¡Todo esto es sentimentalismo! Importa poco a la verdadera cuestión. Esto lo responderemos en conclusión. Además, diremos que no hay caridad sin la fe y por consecuencia, no hay amistad verdadera que no esté fundada en la fe (Sería muy útil volver a leer la encíclica de Pio XI sobre el ecumenismo, Mortalium animos.)
San Pio X nos ya nos exhoró: “La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no reside en la tolerancia de las convicciones erróneas por sinceras que estas sean, ni en la indiferencia teórica o práctica para el error o el vicio en donde veamos a nuestros hermanos hundidos, sino en el celo por su mejora…” (Carta sobre el Sillon). El medio de evitar y de acortar las divisiones es detener cualquier contacto con aquellos que han abandonado el buen combate de la fe: de este modo se evita toda polémica inútil e hiriente. Ese fue el consejo de Monseñor Lefebvre.
 “Pienso que probablemente hay que evitar todo lo que podría manifestar, por expresiones un poco duras, nuestra desaprobación de aquellos que nos abandonan. No hay que ridiculizarlos con epítetos que pueden ser tomado como injuriosos. Esto no sirve de nada, al contrario. Personalmente, siempre he tenido esta actitud frente a todos aquellos que nos han abandonado –y Dios sabe que los ha habido durante toda la historia de la Fraternidad; pues la historia de la Fraternidad es casi la historia de las separaciones- yo siempre tomé como principio: no a las relaciones, se acabó” (Monseñor Lefebvre, conferencia en Ecône, 9 de septiembre de 1988, Fideliter n° 66, pág. 31)).

vAbrirse

« Era muy importante para la comunidad no replegarse mucho en sí misma o en el medio tradicionalista, pues se corría el riesgo de no conocer bien la verdadera situación de la Iglesia y sus evoluciones internas. (…) Uno de los grandes méritos de los hermanos del priorato sería el haber iniciado una nueva dinámica que las crispaciones tradicionalistas y anti-tradicionalistas bloquean”. (G. Leclerc, 30 días, marzo de 1988 hablando acerca de los dominicos de Chéméré).
¿Qué quiere decir abrirse? La verdadera cuestión es de saber ¿a quién? Y ¿a qué? ¿y cómo? El Concilio Vaticano II fue querido como una apertura al mundo, “el aggiornamento”. Sabemos en qué se convirtió: “el humo de Satanás entró en la Iglesia” según la justa afirmación de Paulo VI:

vFavorecer el apostolado y la afluencia de vocaciones quitando los obstáculos aparentes de cisma.

“Parece que seríamos culpables si, por consecuencia de nuestra negativa a aprovechar la oportunidad, miles de jóvenes fueran privados para siempre de la misa latina y gregoriana, la misa de cara a Dios, donde el Canon se rodea de silencio, donde la Santa Hostia, centro de adoración de los fieles, es recibida de rodillas y en los labios” (Dom Gérard, 18 de agosto de 1988)
Lo esencial no son todas esas cosas sino la conservación de la fe y su transmisión… “Si quieren, por tomar una imagen, ayer estábamos todavía retirados como en un castillo impenetrable. Hoy en día, el puente levadizo se ha bajado: los soldados harán sus incursiones, extendiendo su conquista; el la extensión misma del Reino que está en juego. Hay en el espíritu de la Tradición una dimensión misionera que la Providencia nos pide asumir. No nos libraremos de eso” (Dom Gérard, Le Choc du mois, septiembre 1988)
Dom Gérard parece decir que la Tradición antes de las consagraciones y después de las consagraciones no era misionera, y que se necesitó esperar a adherirse a Roma para llegar a serlo. ¡Pero él conoció el MJCF (n. del t. Movimiento Juvenil Católico de Francia) y lo alentó! No hay movimiento más misionero y su obra continúa dentro de la Tradición.

vSer un puente entre Roma y la FSSPX

Algunos afirman que la Fraternidad San Pedro y las misas celebradas según el idulto de 1984 son un puente hacia la Tradición y la FSSPX. Estas misas celebradas en estas condiciones serían favorables para un regreso a la Tradición, porque la misa antigua tiene un gran poder para dar la fe. Y se citan ejemplos numerosos para apoyar esta afirmación.
Por principio los ejemplos contrarios de sacerdotes y laicos que se pasaron de la Fraternidad San Pedro al modernismo son numerosos. En seguida hay que observar  la naturaleza de las cosas. La situación  de los adheridos a Roma es tal que favorece el pasaje al modernismo: su enseñanza es que el Concilio Vaticano II no es contrario a la Tradición y que la nueva misa no se opone a la fe. La práctica que sigue a esta enseñanza es que celebran la nueva misa varias veces al año por lo menos y escriben libros para defender la libertad religiosa del Vaticano II. Por lo tanto, está en la naturaleza de las cosas que aquellos que frecuentan a los adheridos a Roma y sus centros de misas terminan por tomar esta enseñanza y por consecuencia convertirse en modernista.
Si sucede que un sacerdote o un laico que provenga del modernismo se pasa de la Fraternidad San Pedro a la FSSPX, esto será a pesar de la orientación propia de los adheridos: a pesar de las circunstancias fuera de esta orientación, a pesar de la naturaleza de las cosas: él irá hacia la tradición.
Al contrario, los que abandonan la FSSPX  por el modernismo, actúan contra la naturaleza de las cosas, la enseñanza que se le ha dado, el estar separados de la Roma modernista orienta a los espíritus hacia la Tradición y en contra del modernismo. Solamente circunstancias extrañas a esta orientación pueden explicar estas defecciones.
Porque se juzga una cosa según su naturaleza y no según las circunstancias que le son extrañas. Por consecuencia, según la naturaleza de las cosas, la Fraternidad San Pedro y los otros ya adheridos a Roma, alejan las almas de la fe. No son un puente de la Tradición, sino un camino de perdición.
 “La labor de la Fraternidad sacerdotal es, dijo Monseñor Lefebvre, “hacer sacerdotes”, de hacer estos sacerdotes”.
“Nosotros somos los beneficiarios. Nosotros les hemos ayudado por nuestras donaciones, por nuestra simpatía expresada y argumentada, por nuestras oraciones. Pero no por nuestros consejos y advertencias, no por nuestras aprobaciones o reprobaciones, esto no es nuestra competencia”. (J. Madiran, Itinéraires, julio-octubre de 1988).
Sin embargo, J. Madiran y otros, después de las consagraciones, dejaron de apoyar y de ayudar a los sacerdotes de Monseñor Lefebvre. Esta cambio proviene de un juicio desaprobatorio. Dom Géranger escribió enérgicamente que, en ciertas circunstancias, los laicos pueden y deben juzgar y escoger, y no tomar su bien en donde puedan.
« El día de Navidad de 428, el arzobispo de Constantinopla Nestorius aprovechando la inmensa concurrencia de fieles reunidos para festejar a la Virgen Madre que había dado a luz, dejó caer desde su silla episcopal esta palabra blasfema: “María no ha dado a luz a Dios; su hijo no era mas que un hombre, instrumento de la divinidad”.
Un estremecimiento de horror recorrió a la multitud por restas palabras, intérprete de la indignación general, el escolástico Eusebio, simple laico, se levantó de entre la multitud y protestó en contra de la impiedad. Muy pronto, una protesta más explícita fue redactada en nombre de los miembros de este Iglesia desolada y fue difundida en  numerosos ejemplares, declarando anatema a quienquiera que se atreviera a decir: "otro es el Hijo único del Padre, otro el de la Virgen María”.
Actitud generosa que fue la salvaguarda de Bizancio y que le valió el elogio de concilios y de papas. Cuando el pastor se convierte en lobo, es el rebaño a quien en principio le toca defenderse. Regularmente la doctrina proviene de los obispos hacia el pueblo fiel, y los subordinados, en el orden de la fe, no deben juzgar a sus jefes. Pero en el tesoro de la Revelación se encuentran los puntos esenciales que el cristiano, por el hecho mismo de su título de cristiano, debe conocer necesariamente y está obligado a conservar. El principio no cambia, ya se trate de creencia o de conducta, de moral o de dogma. Tales traiciones como las de Nestorio son raras en la Iglesia, pero puede suceder que algunos pastores permanezcan silenciosos, ya sea por una u otra casa, en ciertas circunstancias en que la misma religión estaría comprometida. Los verdaderos fieles son los hombres que sacan de su solo bautismo, en tales coyunturas, la inspiración de una línea de conducta; no los pusilánimes que, bajo el pretexto especioso de la sumisión a los poderes establecidos, esperan para correr al enemigo, u oponerse a sus empresas, un programa que no es necesario y que no se debe en absoluto darles” (Año Litúrgico, Dom Guéranger en la fiesta de San Cirilo de Alejandría, 9 de febrero).
Podemos también citar al Papa Leon XIII:
“Pero cuando las circunstancias hacen una necesidad, no son solamente los jefes que deben defender la integridad de la fe, sino que cada uno debe manifestar al prójimo su fe, sea por la instrucción y aliento a los otros fieles, sea por repeler los ataques de los incrédulos”. (Leon XIII, Sapientiae christianae, PIN n°262-268)